La historia de la narradora Elena Garro se alimenta de mitos, conflictos y traiciones; tal como su escritura. Mujer de extraordinaria belleza, estuvo casada con Octavio Paz, sin embargo sostuvo una relación epistolar con el escritor argentino Adolfo Bioy Casares, que se había enamorado perdidamente de ella. Asimismo, mientras su marido era invitado con frecuencia a los círculos literario de izquierda, ella, vuéltose neurótica, criticaba con ahínco a Marx y a los intelectuales izquierdosos. Por eso, y por la controversia respecto al movimiento estudiantil del 68, fue tachada de traidora.
Elena Garro siempre sostuvo que nació en 1920, aunque hay estudiosos que afirman que nació en 1916. Quitar o poner cuatro años no afecta a su historia, al contrario, no hace más que abonar al halo de misterio que la rodea. Estudió para ser coreógrafa en la UNAM y, luego, estuvo muy relacionada al mundo del teatro. Poco tiempo después conoció a Octavio Paz, con quien se casó a los diecinueve años y, como afirman los expertos, tuvo una relación de amor-odio y envidia.
En una entrevista que publicó Patricia Rosas Lopátegui (una de las más importantes investigadoras de su obra) en su libro El asesinato de Elena Garro (Porrúa, 2005), Elena dice de Paz: “Nuestra historia fue una historia de amor y de envidia. Yo vivo contra él, estudié contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él y defendí a los indios contra él, escribí política contra él, en fin, todo, todo, todo lo que soy contra él”.
Su amigo, el crítico literario Emmanuel Carballo, dijo de ella que “era una mujer hermosa que cuando empezaba a hablar acababa con toda la belleza que estaba a su alrededor”. Pero las cosas cambiaban cuando escribía. En una entrevista concedida a Radio Educación en 2010, para un programa especial sobre la vida de Garro, el mismo Carballo dijo: “Si me gusta como dramaturga, me gusta más como narradora”.
Garro nunca se concibió a sí misma como una escritora. En una carta que escribió en 1980 a Carballo, dice: “La idea de sentarme a escribir en vez de leer me parecía absurda. Abrir un libro era empezar una aventura inesperada. Yo quería ser bailarina o general. Sin embargo mi padre creía que podía escribir por mi afición a la lectura: en ese caso, decía, todos en casa deberíamos de ser escritores”. El mismo Carballo ha dicho que Elena estaba más bien decepcionada de la escritura.
Por ello, cuentan —y ella misma lo confirmó después— que había echado al fuego algunos de sus poemas y también intentó quemar su primera novela, Los recuerdos del porvenir. Pero su hija, Helena Paz, rescató el manuscrito para ocultarlo durante años en un baúl, donde Paz lo encontró y lo llevó a la editorial Joaquín Mortiz, quien publicó la novela en 1963, la cual ese mismo año ganaría el Premio Xavier Villaurrutia.
Hay quienes aseguran que fue la gran revelación de ese año. Otros dicen que fue, más bien, la gran revelación de un siglo. Se trataba de la primera mujer en escribir realismo mágico, al menos en México. De hecho se le conoce como una de las precursoras de ese género en el país: Los recuerdos del porvenir se escribió al menos cuatro años antes que la novela epítome del género, Cien años de soledad, del colombiano Gabriel García Márquez.
El libro fue escrito alrededor de los años cincuenta, cuando Elena aún vivía en Iguala. Se sitúa en la desazón de un pueblo, Ixtepec, en el que los militares del gobierno revolucionario han tomado el control y viven en un constante conflicto con los ciudadanos. La historia la cuenta el pueblo mismo, la tierra que ve a sus habitantes matarse constantemente encerrados en un aparente ciclo de sangre, traición y pelea que no para desde la Revolución, iniciada en 1910.
Está dividida en dos partes: en la primera, Julia, la protagonista, es la mujer del General Francisco Rosas, de la que todos hablan pero a la que nadie le dirige la palabra, quien luchará por el amor que tiene por otro hombre, así esto vaya en contra suyo. En la segunda parte, la historia se centra en Isabel, que ha traicionado al pueblo. Se ha enamorado del peor de los hombres, del propio Rosas, repudiado por Julia, y en todo el poblado cae la desgracia. La palabra clave de la historia es traición y lo seguirá siendo en varias de sus obras.
De la misma forma, los temas que más parecen atraer a Garro son los conflictos de México: primero con la Revolución, que vivieron sus padres, y luego con la Guerra Cristera, debido a la persecución que sufrió su familia, que tuvo que huir de Puebla, donde Elena nació, para ocultarse en Iguala, Guerrero. Después de Juan Rulfo, fue una de las pocas escritoras del tiempo que habló de esta guerra, con una visión crítica hacia los dos bandos, tanto para con el gobierno como para con la Iglesia católica.
El mundo de Elena
“–…allí supe, Nachita, que el tiempo y el amor son sólo unos”.
La anterior es una cita de Elena Garro de su cuento a “La culpa la tienen los Tlaxcaltecas”. En la mencionada entrevista trasmitida en Radio Educación, Carballo recomienda efusivamente los cuentos de la escritora, sobre todo aquél, que cuenta la historia de una mujer que vive a través del tiempo, brincando entre la Noche Triste de Cortés, en el siglo XVI, y la época en que López Mateos fue presidente de México. El personaje vive entre esos dos momentos, traicionándolos y mezclándolos constantemente al uno con el otro.
Carballo incluyó este texto en su Antología del cuento mexicano del siglo XX, publicado en 1970. “Creo que es el mejor cuento que una mujer escribió en ese siglo”, dijo en la entrevista, “y en los primeros años del siglo XXI”.
“La culpa la tienen los Tlaxcaltecas” aparece también en la más reciente colección de Cuentos Completos publicada por Alfaguara, para celebrar los cien años del nacimiento de la autora. Pertenece a La semana de colores, el primer libro de cuentos de Garro, que data de 1964. En ellos habla de su propia niñez, como expresó ella misma varias veces, y en numerosos textos de esta primera parte de su obra corta repite a dos personajes, Eva y Leli, dos niñas que viven en un mundo en el que el tiempo está suspendido y los días pueden intercambiarse, mezclarse y superponerse. Son rebeldes y no hacen caso a los adultos: viven embelesadas con sus semanas imaginarias y a veces son perros.
“En las páginas de Elena Garro, una inquieta, sorprendente imaginación y un manejo dúctil y expresivo del lenguaje, siempre tocado por las virtudes de la poesía y el juego, conviven con una singular concepción del tiempo y una postura crítica ante la Historia y la realidad, en la que resalta el tesón para hurgar en el devenir de personajes marginados o vulnerables ante el poder: mujeres, niños, indígenas, ancianos”, escribe respecto a su literatura el novelista sinaloense Geney Beltrán Félix, en el prólogo de la Colección de Alfaguara.
La escritora Elena Poniatowska la ha definido como un “ícono, un mito, una mujer fuera de serie, con un talento enorme”. Incluso hay testimonios de que Jorge Luis Borges la llamó “La Tolstói de México”. Bioy Casares —de quien Garro confesó alguna vez también haberse enamorado profundamente— la incluyó en una antología de literatura fantástica que editó en Buenos Aires junto con su esposa Silvina Ocampo y Borges, mucho antes de que ella publicara su primera novela en México.
De hecho, hay quienes dicen que fue Casares quien la animó a escribir, en una de las muchas cartas que le mandó —publicadas en 1997 por la Universidad de Princeton en Estados Unidos— mientras ella vivía en Francia, todavía casada con Paz, en 1949. En ésta el argentino le dice: “Debes escribir. Que los escritores te hayamos aburrido es una fortuita circunstancia de tu biografía y sólo tiene importancia para ti; que escribas tiene importancia para todos”. Más o menos de estas fechas datan las primeras obras de teatro que escribió Elena Garro.
Años después, en 1968, su obra fue opacada por distintas controversias, cuando la matanza de Tlatelolco. Hay quienes dicen que fue una de las informantes del gobierno sobre el movimiento estudiantil, y otros la acusan de haber encabezado, por el contrario, un complot comunista. Lo cierto es que por esas fechas concretó su divorcio con Octavio Paz y se fue a radicar a Francia con su hija. Allí inicia su etapa más triste.
Pues es verdad que la historia de amor, la novela romántica que vivió con el único mexicano Premio Nobel de Literatura, no puede separarse del todo de su obra. Ningún suceso de su vida puede: su infancia, su adolescencia y la etapa que vivió en México muy de cerca con Los Contemporáneos, todo forma parte de su obra fantástica. Pero los juicios sobre muchos de estos sucesos son injustos con respecto al indiscutible legado que dejó en la narrativa.
Tal vez ella hubiera querido quedarse en uno de sus cuentos, en una de sus historias en las que puede detener el tiempo, prolongar la belleza e, incluso, suspender la muerte. O quizá hubiera querido, como ocurre ahora con su historia, perpetuar el enigma y dejar que el silencio ocurra en lugar de la verdad absoluta durante más de cien años. Tal vez, de soledad.