Un mito griego cuenta que Febo (el dios Sol), en su transcurso diario provocó el amor de una jovencita llamada Clythie, que lo observaba embelesada desde la tierra. Al no ser correspondida decidió “plantarse” en la tierra para seguir a Febo. Tan en serio hizo su trabajo, que al cabo de un tiempo de seguir al Sol con la mirada, su cuerpo se transformó, sus pies echaron raíces, hasta que se convirtió en el girasol que todos conocemos. Este ejemplo es un ritmo biológico: tenemos una planta (lo biológico) que repite un movimiento diario (lo rítmico).
Algo de esto deberían saber médicos y filósofos de la Grecia antigua. El poeta Hesíodo escribió en 700, AC: “Las enfermedades caen sobre los hombres, algunas de día y otras por la noche”. Hipócrates aconsejaba a los interesados en la medicina “investigar las estaciones del año y lo que ocurre en ellas”. Sugería “administrar las purgas de arriba hacia abajo en el verano y de abajo hacia arriba en el invierno”.
Cuando citamos a las escuelas de medicina, nos referimos a las occidentales. Olvidamos otras escuelas también milenarias que tratan el concepto salud y enfermedad desde otra perspectiva. Por ejemplo, en la medicina china la salud se considera como una serie de oposiciones, que incluyen el día y la noche, el sol y la luna. El concepto del tiempo y la periodicidad es fundamental en la escuela del ying y el yang. La medicina china desde su texto clásico del siglo III a.C. hasta el presente, considera los ritmos biológicos dentro de sus métodos diagnósticos y su tratamiento.
Todas las civilizaciones antiguas reconocían la importancia de los eventos recurrentes a lo largo de los días y del año. Para el Egipto antiguo, las estaciones y las crecidas anuales del río Nilo representaban la base de su economía agraria. Sin embargo, no descuidaban lo que ocurría a lo largo del día.
En el monumental templo de Ramsés II, en Abu Simbel, la fachada estaba decorada con 24 monos, símbolo de la felicidad y de las 24 horas del día (se suponía que estos monos orinaban una vez por hora, o sea, que Ramsés gobernaba 24 horas diarias y siempre sabía lo que estaba ocurriendo).
Varios siglos más tarde la expedición de Alejandro Magno a los confines del mundo conocido trajo consigo las hojas y pétalos del tamarindo, las que se movían a lo largo del día, “como saludando al sol”.
La idea de que los ritmos en los movimientos de las plantas eran una simple respuesta pasiva a un ambiente periódico, fue refutada en 1729 por el astrónomo Jean Jacques D’ortuous De Mairan, quien tenía en su observatorio una planta sensitiva mimosa púdica (cuyas hojas se mueven al ser tocadas). De Mairan observó que las hojas se mantenían extendidas durante el día y retraídas en la noche. Entonces realizó un experimento: colocó la maceta dentro de un armario, al cual no le llegaba la luz solar. Para su sorpresa, las hojas de la mimosa se seguían moviendo como si estuvieran al sol. Con esto demostró por primera vez que los ritmos circadianos (son los que se mantienen cercanos a las 24 horas) se mantenían aun en ausencia de señales temporales del ambiente.
Finalizaré diciendo que entre los muchos inventos soñados por Herbert George Wells, está la famosa máquina del tiempo. Nosotros somos la verdadera máquina del tiempo. Atravesar el tiempo externo sigue siendo tarea de la ciencia ficción, pero hay otros tiempos que están al alcance de la mano.
Si bien la biología y la medicina suelen construirse alrededor del dónde y cómo suceden las cosas, el cuándo es una variable fundamental para comprender la armonía del cuerpo sano, sus trastornos con la enfermedad y los nuevos enfoques de los tratamientos clínicos.
La cronobiología** estudia estos ritmos en las funciones corporales. Surgió a mediados del siglo XX, cuando comenzaron a formalizarse los conceptos del estudio de cuándo ocurren las cosas.
*Divulgadora científica. Unidad de Vinculación y Difusión. Coordinación de Vinculación y Servicio Social.
**“Cronobiología: la verdadera máquina del tiempo”. Fragmento de una conferencia de Diego Golombek, jefe del laboratorio de cronobiología, de la Universidad de Quilmes, en Argentina, participante en Los coloquios internacionales de cultura científica de la FIL.