La rima y el olfato

A partir de un verso de un poema de "Las flores del mal", este texto nos presenta un paralelismo entre los vagabundeos de dos bardos -Baudelaire y López Velarde- empeñados cada uno en su propia búsqueda poética por la ciudad moderna

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Detalle del retrato de Baudelaire hecho por Gustave Courbet

Cuando pensamos en los últimos meses de la vida de Ramón López Velarde, de abril a junio de 1921, inevitablemente lo imaginamos trabajando en la redacción de la revista El Maestro, publicando ahí mismo el ensayo “Novedad de la Patria” y, por supuesto, concluyendo “La suave Patria”. Lo vemos también haciendo uno de los poquísimos viajes de su edad adulta, en aquel mismo abril de 1921, para darle sus condolencias a quien fuera su novia, la potosina María Nevares, cuyo padre había muerto poco tiempo atrás. Lo encontramos conversando con su viejo amigo, el intelectual católico Eduardo J. Correa, en una calle del centro de la Ciudad de México, y también paseando con otros amigos bajo la lluvia, y luego enfermando y agonizando. Pero no podemos imaginarlo conmemorando el centenario del nacimiento de Charles Baudelaire, como no sea echando mano de la ficción, ya que no existen registros ni testimonios de que haya tenido presente la efeméride, pese a que Baudelaire fue sin duda un autor importante para él.

En efecto, el 9 de abril de 1921 se cumplió el centenario de Baudelaire, a quien los poetas y narradores mexicanos leyeron y tradujeron por lo menos desde los años de la Revista Azul (1894-1896) y continuaron admirando en los tiempos de la Revista Moderna (1898-1903) y la Revista Moderna de México (1903-1911). Ahora bien, aquellas revistas existieron sobre todo en el México de la capital, no tanto en el México provinciano de los años juveniles de López Velarde, quien apenas llegó a visitar la metrópoli durante la dictadura porfiriana. No fue sino hasta 1912, rondando los 24 años, cuando López Velarde hizo un primer intento de vivir en la capital del país y participar en su vida literaria y periodística. Por esas fechas, la rama del modernismo que más énfasis había puesto en la reputación maldita de Baudelaire, la de variante decadentista, ya estaba, cabe decir, en decadencia, extinta su principal publicación y torcido, así fuera de modo simbólico, el cuello del cisne que la representaba.

En otras palabras, el Baudelaire de López Velarde ya no podía ser (o no del todo) ese Baudelaire decadentista, el modelo de las “Hostias negras” de José Juan Tablada y de las Perlas, negras también, de Amado Nervo. No quiero decir con esto que López Velarde se haya distanciado radicalmente de los modernistas que lo precedieron, porque sería mentir. Sin ir más lejos, Baudelaire seguía siendo para López Velarde, como había sido para Tablada y para Nervo, el poeta de la “torturante insinuación”, a saber: que “las alcobas no preparan más que el hediondo festín de las fosas”, como escribió el zacatecano en 1915 al saludar la publicación de Holocaustos, de José de Jesús Núñez y Domínguez. Pero es un hecho que, si se deja de lado la prosa crítica de López Velarde, la única mención de Baudelaire en su poesía evoca la transición de la niñez a la edad adulta, y por lo tanto a la vida y la experiencia en su máxima plenitud sensorial y psicológica.

Entre los ensayistas, críticos, editores y profesores que se han interesado por la obra de López Velarde hay versos predilectos, estrofas favoritas y poemas que parecen ejercer una imantación particular. Es el caso de la tercera estrofa del poema “Tenías un rebozo de seda…”, en la que figuran estos versos: “entonces era yo seminarista / sin Baudelaire, sin rima y sin olfato”. El verso que incluye la mención a Baudelaire ha sido comentado de múltiples formas, incluso polémicamente, ya sea para describir la distancia estética entre López Velarde y el autor de Las flores del mal, ya para subrayar el matiz preciso de la palabra olfato (para Ortiz de Montellano, la malicia del adulto; para Villaurrutia, el sentido del olfato). Ninguno de los comentaristas ha reparado, que yo sepa, en lo que a mí me parece más elocuente: dicho verso es una cita encubierta de otro verso de Baudelaire, y por eso incluye su apellido.

En el poema “El sol” de Baudelaire (Le soleil, número LXXXVII de Las flores del mal, incluido en la sección de “Cuadros parisinos”) el poeta dice vagar a solas por los arrabales “olfateando en cada rincón los azares de la rima”. En el verso coinciden, pues, el olfato y la rima. López Velarde añade, como la más evidente de las pistas, el nombre del poeta que hizo de aquellos vagabundeos una razón para vivir. Y dice que antaño, en su primera juventud, los muros y las reglas del seminario le impedían salir al mundo en busca de la rima, sugiriendo con ello que la poesía, más que una simple asignatura escolar, es una conquista de la experiencia.

Obsérvese que Baudelaire no habla de oler sino de olfatear la rima. En francés el verbo es flairer: detectar algo con el olfato. En su poema, López Velarde apunta que, de joven, podía oler (y olía nada menos que “abiertas rosas del presente / y herméticos botones del futuro”), pero no tenía olfato. ¿No debe comprenderse, pues, que al hablar del “olfato” se refiere a una especie de perspicacia poética desarrollada en la frecuentación animal de la ciudad moderna, dado el precedente del verso de Baudelaire?

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