Todos tipo de mole, arroz, pozole, tamales, flautas y hasta sopas maruchan, pasteles, jericallas y en al centro el pan de muerto, todo rociado con café, tequila o mezcal, son algunas de las viandas del Día de Muertos.

Los platillos del altar de muertos evocan los gustos de los difuntos: una gastronomía aquilatada por la memoria. La ofrenda del Día de Muertos es el ejercicio colectivo del pasado para conectarnos con nuestros contemporáneos.

Para los deudos, la comida del Día de Muertos exige voluntad y acción: llamar por teléfono, buscar viejos recetarios o acercarse con un familiar para preguntar “¿qué le gustaba a la abuela? ¿recuerdas la receta del mole que le gustaba?».

La profesora investigadora del Centro Universitario del Sur (CUSur), Claudia Llanes Cañedo, especialista en turismo rural, consideró que esta es una ocasión para acercarnos a las tradiciones de la propia familia a través de esta comida ritual.
fOTO: IVÁN LARA

ESPECIAL DÍA DE MUERTOS

Uno de los aspectos de la cultura alimentaria, en tradiciones específicas como Día de Muertos, es voltear a la propia familia: qué cocinan, qué cocinaban, qué hacían en estas fechas y, a partir de esto, retomar algunas recetas”.
 
No sólo es un llamado simbólico, sino a la práctica de recetas que paladeaba el muerto. Uno de los medios para lograrlo es a través de la memoria de la tradición oral, según reflexionó Llanes Cañedo con Fabiola Borbón, del Centro Universitario de la Costa Sur.
 
“Todo lo que cocinamos ese día tiene que ver con la historia de la familia, quién y cómo ha cocinado eso, un saber-hacer que viene de las abuelas, bisabuelas. Muchas abuelas enseñan y nos enseñan a cocinar directamente a través de la tradición oral”.
 
Pero aclaró: no es un lucimiento personal sino la fidelidad a la memoria del difunto. 
 
“No es complejizar la tradición sino hacer lo propio del ritual: implica la relación del Día de Muertos y retomar la comida cotidiana de la persona que falleció. Esto es la ofrenda, no se necesita hacer cosas raras”. 
 
Para reproducir la tradición, Claudia Llanes Cañedo insiste en la observación y en tomar en cuenta las preguntas clave de la tradición: qué es, cómo se hace y, lo más importante, cuál es la identidad, nombres, oficios, glorias y miserias a quienes ofrendamos la riqueza alimentaria.
 
“Hay que empezar a ver qué ingredientes hay disponibles, cuántos seguimos visitando el panteón, cuántos preparamos los altares y quién nos enseñó a montarlos. En el Día de Muertos es el momento de preguntar el nombre de nuestros muertos y, si sabemos, nombrarlos a nuestros niños”.
 
Sobre la comida, coincidió con la profesora investigadora del Instituto de Investigaciones en Comportamiento Alimentario y Nutrición (CICAN) de la UdeG, Fátima Housni, sobre el dinamismo de la gastronomía. 
 
“La dieta no es estática: como la cultura, es dinámica, somos las personas y las sociedades las que cambiamos de acuerdo con las creencias y de acuerdo a la comida disponible”.
 
Para Llanes Cañedo, la clave está en cocinar en el día de muertos y, en general, para conservar la identidad.
 
“Lo que me dice la maestra Fabiola Borbón es que cocinemos porque ahí es donde se mantiene la tradición culinaria, la cultura, lo que somos», concluyó.
 
fOTO: IVÁN LARA
fOTO: Abraham aréchiga
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fOTO: Abraham aréchiga
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