Panteón de Belén, rumbo a su segundo centenario

La falta de mantenimiento, los saqueos y las clausuras han deteriorado notablemente este espacio, pese a varias restauraciones durante las cuales se ha encontrado gran variedad de objetos, que ahora son resguardados en el museo creado en la Capilla

Adrián Montiel

Fotografías: Cortesía

Como diminutos navíos, los ataúdes centenarios del Panteón de Belén encallaron en el siglo XXI tras la falsa llamada del fin de los tiempos: un muro cayó y desde sus ventanas de piedra, sin la nube de escombro, desplegaron las velas de turquesa, las astillas de las proas y las sonrisas cínicas de sus viajeros.

Una tormenta del fin del 2006 inundó las azoteas del columbario norte del Panteón, entre el muro y el estacionamiento de los médicos y, bajo el peso de las aguas, cayeron costras de muro y polvos antiguos desnudando los fondos de las gavetas.

El investigador de la UdeG, arquitecto David Zárate Weber, recibió el telefonazo de auxilio.

«Las azoteas del columbario norte se taparon con hojas secas porque los árboles ya estaban muy altos y, con la fuerte temporada de aguas, se inundó y empujó el muro», comparte él.

El derrumbe ocurrió a un lado de la capilla de los leprosos, hoy sala de exposiciones, y los restos cayeron en el estacionamiento, desastre insospechado en la primera restauración de 1969 que contempló un drenaje de 144 metros y una escalera de caracol para subir y barrer las hojas.

El vigilante del panteón no advirtió de inmediato el colapso, que aprovecharon quienes violaron y saquearon por lo menos cuatro ataúdes expuestos.

«Causaron mucha destrucción y lo primero que hice fue investigar: si los ataúdes estaban en buen estado, es decir, si estaban en el estado original o con mucho deterioro por estar muchos años enterrados o si era producto del reciente saqueo», dice el arquitecto.

Algunos féretros estaban tronados, al parecer con golpes de martillo o de otro contundente: se veían los esqueletos, ya hechos añicos, porque los ladrones buscaban algún valor, un reloj, una joya como se acostumbraba en el siglo XIX, y aún en el siglo XX cuando atraparon a un par de ladrones que decapitaban esqueletos para arrancarles los dientes de oro.

Del derrumbe el arquitecto aprendió sobre algunas prácticas funerarias antiguas.

«Los ataúdes de los hombres se forraban con un tul color azul cielo y los de las mujeres con un tul rosa. Me refiero a niños y niñas, no a personas adultas. Mientras que el de madera forrada de seda verde agua era de un adolescente».

Los ataúdes de los adultos eran generalmente de madera, laqueados o sin esmalte: algunos tenían herrajes o tachuelas de plata muy utilizadas en la época.

Mientras el arquitecto Zárate Weber rehacía el muro desmoronado por la humedad y construía los contrafuertes para afianzarlo, también programaba la restauración y costo de la obra que contemplaba la limpieza del patio, la consolidación del Mausoleo central —antes de los Hombres Ilustres—, y los pavimentos interiores y exteriores del recinto.

Restauraciones

La caída del muro fue una de las tantas vicisitudes que tuvo el Panteón de Belén, o Santa Paula. Otra fue su cierre prematuro el primero de noviembre de 1896 a menos de 50 años de su apertura. 

El gobierno de Mariano Escobedo clausuró el Panteón por la saturación del cementerio, cuya operación data de 1848. Juan Madrigal afirma que el cierre se debió por recomendación de la junta directiva del Consejo Superior de Salubridad por la saturación, pero de gérmenes.

Pese a la clausura, entre los años 1926 y 1940, la prensa reportó inhumaciones, jardinería y saqueos, actividad propia de un panteón en funciones, incluso hasta 1983 de propietarios con lotes a perpetuidad. 

En la década de los años 60, el recinto atrajo nuevamente la atención de los tapatíos con las exhumaciones de personajes ilustres del Mausoleo central y el traslado de sus restos a la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres.

Personajes como el revolucionario Manuel Macario Diéguez (1964); el arquitecto del Teatro Degollado Jacobo Gálvez (1965), o el exgobernador Ramón Corona (1967) gozaron de pompas póstumas, cierres de calles y discursos interminables auspiciados por el oficialismo.

A partir de lo anterior, los políticos propusieron la restauración del panteón y la promoción de otros espacios “para imbuir una clara, definida, conciencia turística entre los elementos más idóneos» pues no existía «un servicio eficaz de información”, por lo cual se crearon atracciones turísticas.

Para tal propósito entre 1969 y 1985 se erogaron recursos en varias administraciones para la restauración que comprendió el remozamiento interior de la capilla, arreglo en los mosaicos y pulimento de la cantera del altar. Se limpiaron o sustituyeron 104 columnas, se limpiaron las lloronas y se colocaron azulejos donde faltaban.

Además, se imprimieron folletos, editaron dos libros El Panteón Romántico de Guadalajara de Víctor Manuel Villegas y Epigrafía del Panteón de Belén de Ramiro Villaseñor y Villaseñor, además del montaje de exposiciones y show de “Luz y sonido” como el celebrado en las pirámides de Teotihuacán de acuerdo con la revisión hemerográfica del periódico El Informador.

Primer llamado 

Décadas después y con la intención de conocer el panteón, el arquitecto Zárate Weber visitó el lugar antes de encabezar la restauración y encontró el lugar en un nuevo grado de descuido.

«Lo encontré muy deteriorado: había muchas tumbas abiertas, el patio estaba lleno de ramas, de zacate, en muy malas condiciones. Ese fue el primer contacto real que tuve con el panteón», dijo.

La prensa reportó el 8 de agosto de 1996 el descuido del panteón, donde muchas tumbas y estatuas tenían humedad y musgo, estaban colapsadas por el escaso o nulo mantenimiento: el mausoleo presentaba filtraciones de agua que deterioraba la pintura. 

Casi 40 años después de la primera restauración, los trabajos del arquitecto Zárate Weber se concentraron, además que en el muro y las bóvedas del columnario, en el patio que resultó un páramo espeso con pastos y árboles bien desarrollados.

«Muchas tumbas estaban llenas de zacate, los árboles estaban muy crecidos, cuyas ramas habían caído sobre algunas tumbas. Lo primero que hicimos fue una poda funcional y otra estética».

La limpieza reveló la siguiente restauración a realizar, el Mausoleo Central o la cripta de los canónigos, donde descansaron algunos ilustres que hoy permanecen en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, obra diseñada, como el resto del panteón, por el arquitecto Manuel Gómez Ibarra.

La vuelta de los tiempos

El equipo de restauradores inspeccionó la cripta del arzobispo José de Jesús Ortiz y Rodríguez que, a pesar de no resguardar sus restos, trasladados al Sagrario Metropolitano décadas antes, reveló sorpresas.

«Encontramos algunos botones de cuerno, unos fragmentos de listón de seda color púrpura, y los restos de una corona de olivo de hojas repujadas en lámina de zinc pintada en color verde oscuro que seguramente estaba sobre el ataúd, y fragmentos de una corona de flores blancas de porcelana», compartió el arquitecto. 

Entre otros objetos se encontraron en el patio y en calas de excavación arqueológicas una moneda de cobre, una lámina de oro repujada, botones, algunos de marfil, concha nácar y de carey, pedazos de lápidas, entre otras piezas de la época. 

Entre las lápidas resguardaron las del músico José Rolón; del poeta Alfonso Gutiérrez Hermosillo; del educador Aurelio Ortega; del poeta Alfredo R. Plascencia y políticos como el General Ramón Corona, Manuel López Cotilla, y Manuel M. Diéguez.

Espejo de la sociedad

Los panteones son una herencia de la sociedad ilustrada: ante la costumbre de sepultar a los fieles dentro o en las cercanías de los templos, se impuso la práctica higienista de inhumar los cuerpos en predios alejados de la ciudad.

Durante el periodo colonial, era común la inhumación en los tiempos que seguían los privilegios de nacimiento: los clérigos eran enterrados bajo el presbiterio, mientras los nobles o ricos, de acuerdo al pago de cuotas, ocupaban el piso del lugar, y los pobres en las entradas y atrios. 

En el caso de Belén, un cementerio civil, los más poderosos eran los clérigos que ocuparon el Mausoleo, y los ricos el patio y las gavetas. 

«Todo estaba estratificado: los ricos acá, los menos ricos de este lado, los casi no ricos por allá. Cada quien en su lugar, no se mezclaban, era la costumbre de la época». 

El arquitecto Zárate Weber reflexiona en cómo la erección de monumentos en el panteón dependía de las riquezas: sin suficientes recursos, los deudos hacían esfuerzos extraordinarios y convenían tratos con los sepultureros para inscribir los nombres de sus familiares al reverso de lápidas usadas.

«Por eso es muy interesante el panteón, porque refleja una manera de ser y de vivir. Vemos muchas veces cómo algunos personajes daban la apariencia de ser ricos, pero muchas veces solamente era eso, apariencia.

¿Y los pobres? En el panteón de Belén se impuso la división precisa del Patio de los Pobres. Se llegaba a él a través de un arco oriente, hoy clausurado, donde se levanta la torre de especialidades del Antiguo Hospital Civil.

La capirotada

Hoy podría considerarse el peor aspecto del panteón de Belén donde sepultaban a los pobres: sin identificaciones en capas de cuerpos de hombres y mujeres desnudos y apilados, cubiertos con cal y tierra como el típico platillo tapatío: era el panteón de la capirotada o los sepultados en pelota.

“Un zanjón natural o improvisado donde se acumulaban de lado a lado varias columnas superpuestas de cadáveres, con la más extraña mezcla de sexos, edades y causas de muerte”, explica la historiadora Isabel Eugenia Méndez Fausto.

Pero esa mezcla de cuerpos que todavía sostienen al hospital, no es el único rasgo del paso de los más pobres por la ciudad Guadalajara. 

Con el tiempo, el gobierno abrió más panteones —con espacios destinados para los más pobres o violentados—, pero la huella de la gente común queda marcada pese al esfuerzo de gobierno y particulares por exaltar la memoria de bronce: la gente se apropió de nombres encumbrados, hoy anónimos, y les dotó una nueva vida a través de mitos y leyendas de la tradición oral. 

Como por ejemplo el mito muy conocido en el panteón del matrimonio escocés de Jean Young y Joseph Johnston, recordados como símbolo de fidelidad, que mueve a los novios a llevarles veladoras y hasta hace algunos años, horadar la tumba para obtener la bendición del matrimonio. 

Vudú

En el Panteón de Belén encontraron objetos de vudú y brujería. Localizaron 7 muñecos de trapo con agujas para embrujar personas detrás de un nopal —cuyas pencas se usaron para las mezclas de albañilería— al fondo y al lado de la portada que anteriormente conducía al “Panteón de los pobres”. 

Además, David Zárate Weber localizó bolsas de plástico con pollos descabezados y otros objetos, y cojines negros con alfileres, algunos con fotografías, un tipo “trabajito” para dañar a personas. 

Todos estos objetos, entre otros miles, se registraron y resguardaron en la ex Capilla de los Leprosos, y se entregaron los originales al Ayuntamiento, que los resguardan, y copias al INAH.

Un museo en la capilla

La ex Capilla de los Leprosos, un espacio de 5 por 14 metros, funcionó como almacén de los hallazgos materiales, fragmentos de arte funerario durante los trabajos. En noviembre de 1970, un informe de actividades retomado por El Informador dio cuenta de las reparaciones del recinto.

El presidente de Guadalajara, Efraín Urzúa Macías, ordenó acondicionar el salón-capilla norte del cementerio en 1970 “para que se puedan montar exposiciones de toda índole, recitales, conciertos, conferencias y otros actos de tipo cultural”.

Mientras se restauraba el panteón en 2007, el arquitecto y su amigo usaron la capilla como museo de sitio donde resguardaron los hallazgos durante las obras.

Entre los objetos más extraños localizados en el panteón fueron objetos médicos como jeringas antiguas, frascos de vidrio, medicamentos, huesos cortados o serruchados, sábanas, ropas de paciente y hasta platos, objetos provenientes de una sección del panteón que funcionaba como basurero.

Otro objeto singular fue una lápida localizada en trabajos de prospección en una pila de bloques y losas de cantera totalmente en la esquina sur poniente. 

Se trata del monumento al soldado ubicado en la calzada del Ejército en Guadalajara y destruido en un ataque de bomba el 26 de noviembre de 1973 por la Liga 23 de Septiembre, restos de piedras que, por alguna razón, trasladaron al panteón. 

El valor de la restauración

Pese a las diferentes restauraciones del Panteón de Belén, éste tiene un grado de deterioro mayor que el otro panteón antiguo, el de Mezquitán: el patio luce despoblado de tumbas y monumentos por la falta de mantenimiento en el primer siglo de vida, los robos, deterioros y falta de mantenimiento. 

«En este sentido, el Panteón de Belén está más dañado que el de Mezquitán: el último es más grande, tiene más vigilantes, algunos son policías, y no ha tenido periodos de clausura como el de Belén, además que hubo temporadas sin velador” 

Pasaron 16 años desde la última restauración del panteón de Belén y al alcanzar la categoría de museo, con límites para los visitantes y la restricción del acceso, parece prolongar su vida rumbo al segundo centenario.

No se encuentran todos los elementos construidos y se perdieron muchas historias, pero permanece la visión del arquitecto Gómez Ibarra que mira al infinito en sus dos galerías como también apunta hacia la eternidad la punta del Mausoleo central.

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