TEXTO-PABLO MIRANDA
FOTOS-GUSTAVO ALFONZO

El fuego de Orozco, una pasión que sigue iluminando a Jalisco

De sus manos salía fuego que se encarnaba en las paredes. Como si blandiera una espada ardiente, se elevaba alto como un faro mientras rasgaba con colores los rincones de aquella cúspide que lo separaba del cielo.

O quizás sólo miraba fijamente esos muros mientras sus trazos tomaban forma poco a poco. Tal vez sin imaginar que décadas más tardes su majestuosa obra se quedaría plasmada en las pupilas de muchos, en los recuerdos de miles.

Es casi imposible no sentirse diminuto al encontrarse con el trabajo de José Clemente Orozco, célebre jalisciense cuyo talento trasciende más allá de las paredes para instalarse dentro de quienes se pierden en esa silenciosa inmensidad hecha de piedra y fuego.

Con sus pinceles, este hijo del Sur de Jalisco sepultaba los inertes muros grises. Debajo quedaba la ausencia de vida, mientras que la superficie se cubría de gloriosos colores que tomaban forma de protesta y crítica a una realidad que aún no termina de alejarse de nosotros.

La belleza de las nubes no opaca el profundo cielo azul, y con los trazos de Orozco ocurre lo mismo. Aquellos edificios en los que dejó su marca no han sido sino espacios en los que la reflexión y la curiosidad nacen después de mirar hacia arriba.

En el corazón de Jalisco es donde su trabajo se siente más vivo. Guadalajara también fue su hogar, y ahí José Clemente sembró las que quizás sean sus más grandes obras, ocultas en históricos edificios, pero con un brillo que deslumbra, como un fuego frío que nunca se irá.

Ese fuego arde en la cúpula del Paraninfo de la Universidad de Guadalajara, en las escaleras del Palacio de Gobierno y también en lo más alto del Hospicio Cabañas, donde las miradas se clavan como flechas que buscan la luz que brota de ese colosal lienzo.

Ese palacio se ha convertido en epicentro del arte, en un refugio para aquellos que buscan una tranquilidad que embriaga con el primer paso y que se arremolina en cada persona hasta elevar su espíritu 27 metros más arriba, ahí donde las llamas arden con paciencia, con una pasión que se impregna.

Tal vez los trazos de los murales se desgasten con el tiempo, o las piedras que sostienen esas paredes se caigan y se hagan mil pedazos; algún día todo aquello se convertirá en polvo, pero el legado de ese discreto pintor llamado José Clemente Orozco nunca se olvidará.

Es un sentimiento que entra por los ojos y que se quedará por siempre, grabado con un inolvidable fuego en lo más profundo de nuestro ser.

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