Con la palabra se puede crear realidades y por muchos siglos la humanidad ha perpetuado violencias mediante la normalización del odio hacia sectores de la población que no son hegemónicos: quienes viven la diversidad étnica, la diversidad sexual, la diversidad de cuerpos y hasta la diversidad funcional.
Con el fin de evitar palabras que podrían normalizar el odio, editoriales como Puffin han emprendido iniciativas para cambiar el contenido de libros, tal como los escritos por el autor Roald Dahl, quien escribió literatura para niños como Charlie y la Fábrica de Chocolate o Matilda.
De igual forma la editorial Ian Fleming haría lo propio con las distintas novelas del Agente 007.
Con ello se optó por la estrategia de generar dos tipos de versiones para dichos libros: uno original con una advertencia sobre que dicha publicación fue escrita en un momento de la historia donde las expresiones racionales ofensivas estaban normalizadas, y otra con textos modificados para las nuevas audiencias.
Ante dichos cambios, inició el debate sobre si es correcto evitar las violencias en el lenguaje a costa de borrar la identidad creativa del autor.
Por ello, en Gaceta UdeG preguntamos a dos jóvenes escritores de Jalisco su opinión: Rafael Villegas y Abril Posas.
¿Qué opinas sobre esta estrategia, que podría motivar a que se haga en miles de títulos más?
Rafael Villegas (RV): A mí me parece bien esta práctica, siempre y cuando les autores o herederos de las obras estén de acuerdo y deseen participar de esto. A mi parecer se trata de una ampliación de las posibilidades de lectura de una obra, no una reducción. Esto implica idealmente la existencia o formación de públicos capaces de enfrentarse de manera paradójica a una obra. Lectores que puedan leer un texto de cultura en una doble vía: la de su contextualización en el momento cuando fue enunciado originalmente y la de la posibilidad de que sea ajustado para alcanzar nuevas sensibilidades.
¿Consideras que esos libros, con omisiones y nuevas palabras, implicaría restar la esencia de los autores?
(RV): No necesariamente. El arte no es universal, sino histórico. Las sensibilidades, los gustos, están en constante cambio, son históricas. Esto quiere decir que cada obra está anclada a condiciones específicas de producción (culturales, económicas, políticas, ideológicas, etcétera). Me parece que es posible conservar las obras del pasado tal y como fueron generadas, pero en diálogo y apertura para ser intervenidas, modificadas, desmenuzadas, actualizadas por las exigencias presentes de cada comunidad.
(Abril Posas): Sí se correría un riesgo, aunque yo no podría decirlo ahora porque no he leído las versiones censuradas. Tal vez no sería tan buena idea que se hiciera, porque lo que hacía interesante la lectura para los niños de Dahl era que precisamente abría puertas de tema tabúes. Una ventaja de la lectura es que para bien o para mal adentran a los niños a un mundo con matices que se suelen ocultar. Pienso que sí le puede quitar una esencia, pero no creo que le robe todo el alma.
¿Consideras que es importante que los libros se centren en representatividades (de diversidad sexo-genérica, étnica, cuerpos, etcétera) con respeto y sin violencia?
(RV): No lo sé. Hay autores y autoras a quienes les interesa acotar su trabajo a estas cuestiones que son parte fundamental del debate contemporáneo, hay otres que no. Entre ambos grupos de autores surgen trabajos valiosos, pero también productos que van directo al olvido. No hay garantías.
(AP): Obviamente es importante que muestren una forma de reflejar a las personas de una manera más empática y que los niños se acostumbren a que exista ese trato .Eso no quiere decir que todos los libros tienen que ser de esa forma ni que todas las historias tienen que tener un moraleja evidente. La literatura nos muestra otros mundos posibles, extremos de un lado al otro y nos reta a la imaginación.
¿Cuál es la responsabilidad de las editoriales con respecto a los contenidos que podrían ser potencialmente violentos? ¿Es ético que “metan mano” a los textos para modificar lo que el autor escribió?
(RV): Las editoriales tienen derecho a plantear con claridad las líneas sobre las que quieren hacer un catálogo. Pueden decidir qué quieren o no sacar a la luz, y eso está muy bien. Sin embargo, les autores también tendrían ese mismo derecho para decir lo que desean. Esto nos lleva, por otra parte, a la responsabilidad sobre lo que se dice. Puede haber consecuencias (el “funado”, por ejemplo) en nuestras comunidades lectoras sobre lo que decimos como creadores, lo que no es lo mismo que hablar de censura, que es un acto que suele venir desde instancias más concretas de poder.
(AP): Cada editorial va a publicar lo que quiera publicar, de acuerdo a su línea editorial, su única responsabilidad es hacer buenos libros, legibles con sus páginas bien impresas y que correspondan al precio que ellos pagaron. En el asunto de que si necesita tener ética con textos potencialmente violentos, todas las editoriales meten mano en lo que escriben los autores, pues tienen correctores de estilo y editores, quienes dirán si se debe recortar el texto o no, eso nunca se va a acabar, ese es el trabajo editorial. Ahí dependería de cada autor y autora. Acá la cosa acá es que Dahl ya está muerto y no puede opinar. En este caso son los herederos los que permiten que suceda.
¿Cómo hacer para que los autores muestren violencias sin que parezcan como apología?
(RV): Representar algo no es lo mismo que hacer apología de lo que se representa. Si un aspecto de la existencia es mostrado en el arte con honestidad, aparecerán sus grietas, es decir, sus complejidades y contradicciones. La puesta en evidencia de esas contradicciones es, en sí misma, un acto de imaginación subversiva, es decir, una voluntad artística que no se conforma con poner en papel “la realidad”, sino que puede imaginar otras posibilidades.
(AP): Tú puede crear un texto que según tu es antibélico, pero si alguien no pone atención a las pistas lo puede tomar como todo lo contrario. Quien escribe tiene que confiar que quien lo va a leer va a cumplir ciertas referencias. Algo así pasó con El Club de la Pelea, que es una burla de este momento de la historia de la cultura popular donde se glorificaba al hombre hiperactivo, macho, masculino, fuerte, valemadrista, culero, misógino, sin sentimientos, y era una burla. Las sutilezas… Ahí es un volado, a veces puede ser tan obvio y a veces mostrar la violencia tal como es, es una forma de no hacer apología.