El bosque o el árbol

El análisis de dos cuentos de Rosario Castellanos, escritora de la que el 7 de agosto se cumplen cincuenta años de su muerte, nos revela visiones diferentes acerca de la vida, la condición social y la psique de sus personajes femeninos

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El mundo que ellos nos pintan, tan sombrío y desolador,
existe, es en el que ellos viven, del que tienen experiencia.
Rosario Castellanos

Escribir sobre la obra de Rosario Castellanos (1925-1974)[1], es hacerlo sabiendo que toda su producción literaria es vasta y plena, y por esto mismo, difícil de comprenderla en su hondura. Es toda su obra como un bosque; si queremos explorarlo, debemos de hacerlo con mucho cuidado, o de lo contrario, corremos el riesgo de extraviarnos.

Quizás, de toda su obra, la ensayística sea en la que menos sintamos el vértigo de vernos ante lo desconocido. En sus ensayos las ideas son luces que nos dejan ver y palpar, sin problema, cada uno de los objetos y de los sujetos que Rosario observó y relacionó con fina, aguda inteligencia.

En otro momento escribiré sobre sus ensayos.

Para esta ocasión, quiero ocuparme de dos de sus cuentos: “Modesta Gómez” y “Los convidados de agosto”, publicados, respectivamente, en los libros Ciudad Real y Los convidados de agosto.

«Modesta soñaba, por las noches, con ser la esposa legítima de un artesano. Imaginaba la casita humilde, en las afueras de Ciudad Real, la escasez de recursos, la vida de sacrificios que le esperaba […] Para casarse por la ley siempre sobraba tiempo. Más vale desquitarse antes, pasar un rato alegre, como las mujeres malas. La vendería una vieja alcahueta, de las que van a ofrecer muchachas a los señores. Modesta se veía en un rincón del burdel, arrebozada y con los ojos bajos, mientras unos hombres borrachos y escandalosos se la rifaban para ver quién era su primer dueño.»

Vemos cómo, en este fragmento, aparece un mapa de probabilidades narrativas, cuyas historias partirían de un ramal de deseos llamado Modesta Gómez. En este personaje, casarse con un ser de condición social común al suyo, es un deseo de realización probable, así como el verse viviendo en una casita humilde a las afueras de Ciudad Real. Sin embargo, Modesta no ignora que, de realizarse tal deseo, lo que le espera es una vida de sacrificios. Ante esta probable situación, prefiere, antes que casarse en un futuro inmediato, vivir los placeres de la vida alegre, vivir como las “mujeres malas”.

En su ensoñación, Modesta vislumbra la ayuda de una alcahueta que la venderá a los señores. Y entonces se imagina trabajando en un burdel, arrinconada, con los ojos bajos, al mismo tiempo que escuchará los escándalos que hacen los borrachos muy cerca de donde se encuentra, y también sabe que ella estará siendo disputada en una rifa, de cuyo resultado dependerá que ella tenga su primer dueño.

Por otra parte, en “Los convidados de agosto”, el personaje nuclear es Emelina; una solterona, treintañera, que se siente atrapada dentro de casa, donde habitan la madre -una mujer enferma de nostalgia y sin gobierno mental- y la hermana mayor, Ester, quien además de hacerse cargo de su madre, vive de acuerdo con las prohibiciones que su confesor le dicta. Todo en ella es prohibición, y es esta misma prohibición la que Ester quiere imponer a su hermana la menor.

En Emelina, por el contrario, todo es deseo e insatisfacción y una profunda necesidad de liberarse de los lazos familiares.

Emelina soñó entonces que el huésped (que conocía tan bien los recovecos de la casa, que la conocía tan bien a ella) empujaba levemente la puerta de su alcoba, la puerta que no se aseguraba nunca con aldaba ni pasador y cuyas hojas permanecían, durante la noche entera, entreabiertas. El intruso avanzaba en la oscuridad pronunciando en voz casi inaudible el nombre de Emelina. Ella no respondía más que con un acezido anhelante y angustioso. Después… ¿para qué pensar en el fin de lo que nunca tuvo principio?

Y cuando Emelina está ante la jaula del canario, en quien se proyecta, siente necesidad de liberarlo; después de haberle abierto la jaula, ¿qué ve ella que le sucede al animalito?

El canario dio unos pasos vacilantes hacia la salida y se detuvo allí, paralizado por el abismo que lo rodeaba. ¡Volar! Batir de nuevo unas alas mutiladas mil veces, inútiles tantos años. Avizorar desde lejos el alimento, disputárselo a otros más fuertes, más avezados que él…

Si nos fijamos en la situación que nos comunica este fragmento, podemos decir que estamos ante una moraleja anticipada -el fragmento está a mitad del texto, y muy lejos del desenlace que la narración nos ofrece en torno al problema existencial que hay en Emelina.

Volviendo al fragmento, se nos refiere que hay un canario, ante el cual se presenta un abismo, y también, de manera hiperbólica, se nos comunica que sus alas han estado inutilizadas “por tantos años”. Pero al mismo tiempo, se nos insinúa el deseo que tiene Emelina de que el canario se eche a volar, de que escape de su cautiverio. Sin embargo, el canario no vuela ni escapa de su jaula. Antes bien, como suele ocurrir en las fábulas: la moraleja gira en torno a un valor humano: la libertad. Pero esta libertad “canaria”, más que tratarse de algo positivo, se vuelve una libertad amenazante. El futuro que se avizora ante el canario es el de la lucha por la sobrevivencia; es el de la lucha por comer y no ser comido; es enfrentarse a otros más fuertes que él.

Que Emelina le haya abierto la jaula al canario, y que haya constatado que el canario permaneció paralizado ante el abismo que se le abría ante ese presente colmado de cosas y de situaciones desconocidas, ante este hecho, ella tuvo que experimentar ese mismo futuro que se avizoraba ante el presente inmediato del canario -en caso de que éste haya volado y escapado de su cautiverio.

Ella, quizás, reconoció en el canario la fragilidad y la vulnerabilidad que en ella también había, como mujer, en una realidad colmada por la fuerte presencia de los hombres; una realidad donde el más fuerte era el que modelaba el destino del más débil.

Hay quienes sostienen que en todo cuento hay más de una historia; una es la historia que nos cuenta el cuento, y otra es la que subyace a esa historia. A la primera, la llaman “la historia superficial”; en tanto que la otra, sería la historia profunda que el cuento esconde y que el lector habrá de descubrir -si siente la obsesiva curiosidad por conocerla.

En el cuento de “Modesta Gómez”, el ramal de probabilidades narrativas posee un tronco histórico-social que delimita y determina la realización de los deseos de Modesta. La historia profunda radica, precisamente, si observamos detenidamente las características de composición que hay en la raíz de dicho tronco. Será a partir de este tronco que el árbol produzca un fruto llamado Modesta Gómez; será que este árbol social habría de hacer posible que existiera ese fruto y no otro, dentro de un ecosistema cuyas fuerzas harían, de Modesta Gómez, un valor de uso y de intercambio, o de propiedad privada.

Por el contrario, en el cuento donde Emelina es el personaje nuclear, la historia profunda que ocurre en las honduras de su cuerpo y de la psique, nos llevan a observar una condición social e histórica muy distante de la que se encuentra Modesta Gómez. Es así que o vemos el bosque -llamado mujer- o vemos el árbol -distinguido con nombre y apellidos.

[1] Este siete de agosto se cumplieron cincuenta años de su muerte.

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