Y lo más terrible fue intuirme parecido a esas sombras,
anclado a un presente continuo, sin ninguna expectativa,
sin ningún mañana, sólo esa caverna.
El Cuco Martínez

En la novela de Mónica Ojeda: Nefando (2019), lo que notamos es la desnudez de un lenguaje que, por las imágenes narrativas que hay en varios de sus episodios, a más de algún lector lo habrá de dejar sin aliento moral, o bien, lo hará experimentar que le falta el suficiente oxígeno para mantener en calma los valores con que fue acostumbrado para mantener -ideal y conceptualmente- la buena conciencia respecto del entorno familiar.

«Veo a su padre ordenándole que le lama el pene a un perro: lo veo lamerle el pene a un perro. Veo a Lada. Tiene siete años. Veo a Elizabeth. Tiene quince años. Las veo ayudando a su padre a violar a su hermana pequeña, Mandy, que llora enrojecida en el balde de una camioneta negra. Veo a Maryanne. Tiene cinco años. Le mete el puño a su padre en el culo con los ojos cerrados. Veo a Pae. Tiene cuatro años. Su madre le introduce la lengua en la vagina y el dedo índice en el ano.»

Todas estas ideas narrativas tienen como causa y efecto la probabilidad de que Kiki Ortega, una de los personajes, acabe escribiendo una novela pornográfica; pero también, son materia para la elaboración de un videojuego llamado Nefando, cuyo diseñador es El Cuco Martínez, quien recibe como insumos lo que los hermanos Terán le cuentan que vivieron -cuando niños- bajo las crueles y sádicas acciones de su padre, quien abusó de ellos sexual y emocionalmente, además de haberlos videograbado. En la novela de Ojeda, se dice que esos videos circulan por la Deep web.

Así como la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma, así también, el lenguaje de la novela funciona mediante transformaciones en distintos niveles; ya sea en su sintaxis narrativa, ya sea en el formato utilizado para distribuir sus historias, ya sea en el punto o los puntos de vista en que habrán de consolidarse las voces del relato que en ese mundo novelado participan. En fin, que las novelas -por las formas del lenguaje utilizado- son mundos que corresponden a las distintas formaciones sociales que se han ido presentando históricamente.

Una de las voces narrativas destacable en la novela de Mónica Ojeda es Kiki Ortega, quien a veces hace el papel de becaria del FONCA, otras el papel de una autora que está escribiendo BIBLIOTECA DE LA PORNOVELA HYPE, y otras es nada más que el personaje de otra historia contada por otra narradora. Es así que en esta di-versión de funciones actanciales, cobra sentido el señalamiento que hace, como narradora y como autora, para dejar asentado el siguiente criterio de composición literaria: “quería que tuviera un formato impreciso, uno que desorientara desde el comienzo, porque así somos los escritores: nos gusta marear y chingar y que nadie se pierda; o que se pierdan, sí, pero que al final se encuentren”.

Es por esta manera de concebir los formatos de composición, ya para hacer que se pierdan o se encuentren los lectores, que estaríamos -en Nefando– ante una especie de novela-patchwork, o sea, una práctica de la libertad narrativa cuyos horizontes de significación se entrecruzan y dejan observar una crisis en su relato, de tal modo que, como advierte Byung-Chul Han en su libro Hiperculturalidad: “El ser se dispersa en un hiperespacio de posibilidades y acontecimientos que, en cierto modo, en vez de gravitar solo dan tumbos”.

En Nefando, el ser disperso estaría siendo representado por las distintas voces que participan en la macroestructura de dos universos narrativos en paralelo: la hipernovela pornográfica y el videojuego pornográfico; cada uno de estos universos, expuesto con probabilidades de realización distintas.

«A veces la madre le decía que ella no podía entender las cosas del mundo porque todavía era una niña. Por eso la hija intentaba sacarse la infancia de encima igual que el padre le quitaba la ropa manchada para lavarla con los puños cerrados […] Quería saber por qué se sentía despojada de su identidad cada vez que se quedaba sola con el padre.»

Si la violencia y el crimen son realidades que suelen estar en las tramas de ciertas novelas, Nefando es un entramado de historias alimentadas con el crimen y la violencia, que la hacen ver como un referente dentro de una genealogía de textos moralmente escandalosos.

Además, podemos asegurar que en Nefando está la tesis que dice: infancia es destino. Kiki Ortega viene a ser la evidencia y la prueba de dicha tesis. Al respecto, ella nos da a conocer la siguiente anécdota:

«Su segundo cuento fue secuestrado por su maestra de literatura, una mujer de rostro erupcionado, quien se lo entregó a la directora, quien llamó a su madre, quien la golpeó con un zapato y un libro de ciencias naturales y después la sentó en una mesa cuadrada, con el segundo cuento abierto […] y le explicó, o al menos lo intentó, que lo que hacía estaba mal: que su cuento era pornográfico y que la pornografía era sucia y despreciable, y que hacía que otros creyeran que ella era una niña sucia y despreciable, y que eso era malo, muy malo, porque las niñas sólo debían escribir cosas bonitas, blancas como el mantel o la hoja de su cuaderno, cosas como las nubes, las sonrisas y las mariposas.»

Ante esta amonestación que recibe la niña Kiki Ortega, por haber escrito un cuento pornográfico, somos testigos de una censura. Estamos ante una madre –quizás para simbolizar a una sociedad reguladora de valores éticos, más que estéticos– que asume la autoridad y el ejercicio de una crítica aleccionadora, quien determina, a su vez, qué se debe y qué no se debe escribir.

Sin embargo, la madre va más allá de hacer un ejercicio de censura; castiga a la hija encerrándola en un baúl, donde “Estuvo encogida en esa caja durante horas y lloró y gritó porque su cuerpo le dolía, su miedo le dolía, pero su madre no la sacó sino cuando ya era de noche y el baúl se había vuelto el mundo”.

Si uno se dispone a jugar recomponiendo los distintos hilos del tejido en los que se han ido configurando las historias pornográficas en Nefando, pronto se dará cuenta que el baúl-mundo es, también, una caja de resonancia donde los ecos de varias voces conducen una suma de eventos adictivos, con los cuales se logra conformar un entramado hipercultural con formas de expresión que hacen, de la lectura, una experiencia de recepción polícroma y multidireccional.

En otro registro discursivo -menos narrativo y más de ensayo expositivo-, el texto de Mónica Ojeda nos avisa lo siguiente: “Todos los problemas sociales de nuestro mundo existen en la red: el robo, la pederastia, la pornografía, el crimen organizado, el narcotráfico, el sicariato… La única diferencia es que en el cibermundo todos nos atrevemos, al menos una vez, a ser criminales o moralmente incorrectos”.

Si nos enfocamos en lo que nos cuentan varias de sus historias, diríamos que Nefando es una novela reveladora. Dentro de ella se exhiben distintas prácticas de violencia sexual que, probablemente, aún continúan aconteciendo en el interior de espacios familiares y de otros espacios regulados por figuras con poder social.

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