Leer para ser felices y no más. Con la ventaja de que en el camino se aprenden palabras nuevas, se pule el lenguaje, se adquieren conocimientos; se habla y se escucha mejor. Se recomienda, al lector novel, leer poco al principio, como quien se inicia en un deporte. El que se ejercita a diario tiene necesidad de más ejercicio. A semejanza es el leer. Quien lo hace, cada día tiene más necesidad de leer hasta llegar a formar, con el tiempo, una rica biblioteca. “Entre más se lee, más necesidad hay de leer” sostiene la científica Julieta Fierro.
Leer es un camino sin fin, es lo bueno. Siempre hay un excelente libro por leer escrito aquí, allá o en el lejano Oriente. Se tiene para escoger en literatura: hechos históricos, de ficción o policiacas. De terror o de espiritualidad. Por eso se dice que leer es viajar. Un trayecto lleno de emociones que recuerdan los versos del poema de Cavafis: “Cuando emprendas el viaje hacia Ítaca,/ ruega que tu camino sea largo/ y rico en aventuras y descubrimientos”.
Cuando el deportista se acostumbra al ejercicio, llega el momento en que no siente el transcurso del tiempo. Está haciendo lo que le gusta. Lo mismo pasa con la lectura. Se empieza leyendo un cuento breve, de media cuartilla, y con el tiempo se suman las páginas hasta terminar leyendo Terra Nostra.
Sergio Ramírez propone una medida extrema para enviciar a una persona a la lectura. Dice: “…la mejor manera de inducir a alguien a volverse un vicioso de la lectura es colocarlo frente a una vitrina de libros prohibidos, encerrados bajo llave, pues sin duda se hará de una ganzúa para sacarlos y leerlos en clandestinidad” (La jornada. 18 de diciembre de 2023).
Ante este hecho o acumulamiento de páginas, la sociedad simplemente dice: otro que se envicia. Es un vicio de luxe. En palabras de Antonio Alatorre: “La lectura es el único vicio impune, es el único vicio que nadie castiga”.
Ganado el vicio de leer, oh paradoja, tiene que ser con medida. “No leas muchas cosas lee pocas y ahonda” expresa una vieja sentencia. Juan José Arreola le atribuía a Jorge Luis Borges una variante mejorada de ese decir: “Yo he leído mucho lo poco que he leído”. Al inicio de este texto se escribió que leer mejora el habla. Arreola lo confirma: “Por eso puedo hablar, porque leí. Más que mucho, leí bien”.
Gabriel García Márquez presumía lo mucho y bien que había leído Pedro Páramo. Escribió:
«…Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa:
– ¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!».
Era Pedro Páramo.
Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. (…) Al día siguiente leí El Llano en llamas, y el asombro permaneció intacto. (…) No había acabado de escapar al deslumbramiento, cuando alguien le dijo a Carlos Velo que yo era capaz de recitar de memoria párrafos completos de Pedro Páramo. La verdad iba más lejos: podía recitar el libro completo, al derecho y al revés, sin una falla apreciable, y podía decir en qué página de mi edición se encontraba cada episodio, y no había un solo rasgo del carácter de un personaje que no conociera a fondo. (Centro Gabo)».
Esta pasión rulfiana de García Márquez la podemos enmarcar con la frase de Schopenhauer: “…sólo rumiando, se asimila uno lo que ha leído”. Rumiar en su sentido de “reflexionar detenidamente” según la RAE.
Cuando Máximo Gorki, el autor de La madre, entre otros libros, cursaba la universidad de la vida, autodidacta en otras palabras —informa Rosa María Phillips en el prólogo al citado libro— un marinero le trasmitió un consejo de lectura: “Si no entiendes un libro (…) léelo por segunda vez. Si aún no lo comprendes, reléelo tres, cuatro y hasta cien veces. Sólo así aprenderás a distinguir los libros buenos de los que no valen un comino”.
Leer, al principio poco, para ganar “condición”, utilizando el lenguaje jergal de los deportistas; se inicia con menos para llegar a más. Luego meditar lo leído y releer. Calidad y no cantidad. Azorín participa una opinión compilatoria que permite finalizar: “…el secreto de la lectura —dicen los hombres expertos— no está en leer una muchedumbre de volúmenes, sino leer pocos, en leerlos con atención y volver a leerlos”.