Los sentimientos inervan el pensamiento
Byung-Chul Han

La mente humana, ampliada con las máquinas
conscientes, se tragará el cosmos
John Gray

Un libro académico -últimamente- es como un museo con exposiciones temporales y permanentes; dentro de él, las salas capitulares (espacios de exposición) funcionan como lugares de ordenación de ideas con referencia conceptual; como espacios donde lo que importa es la cantidad de información conseguida y ordenada según las intenciones del curador-autor, o también, según los intereses particulares del curador-editor.

Habitualmente, las exposiciones permanentes guardan y conservan -en sus salas capitulares- el valor de los conceptos según las garantías propias e incuestionables de autoridades académicas con prestigio, esto es, de especialistas connotados que han consolidado las formas de un saber a prueba de tautologías y de comentarios vanos y baladíes.

En cambio, en las exposiciones de carácter temporal -artículos en revistas electrónicas, por ejemplo-, las ideas son admitidas bajo la premisa de aproximaciones en cuyas grietas asoman el ensayo y el error, la repetición de ideas conceptuales atraídas de las autoridades con prestigio y las perífrasis con estilos no siempre aclaratorios respecto de conceptos de gran calado.

Pero entre unas y otras salas de exposición: permanentes y temporales, llegan a filtrarse variadas visiones perceptuales que, con el tiempo de los números de revistas y de algunos capítulos en libros, pueden alcanzar el reconocimiento y la valoración, hasta convertir la percepción en una concepción de espectacular permanencia. Y puede ocurrir, además, en la amplia medida de la difusión de los especialistas en la materia, que tales ideas provocadas en la intuición lleguen a integrarse en los órdenes capitulares de otros textos museísticos; en consecuencia, las ideas de la percepción intuitiva terminarán siendo parte de los sagrados libros de la permanencia bibliográfica. A menos que, por contingencias ambientales o por la voracidad de las alimañas, desaparezcan de las bibliotecas como por arte de la mala suerte.

Asimismo, hay libros académicos -con tono ensayístico- cuyos contenidos capitulares están distribuidos no ya con la prevalencia de abundantes referencias provenientes de autoridades académicas y de instituciones con prestigio, sino que, por el contrario, aparecen como en recovecos y corredores textuales yuxtapuestos, en los cuales las visiones conceptuales se mueven con la fuerza que exhalan los modestos atrevimientos de quienes rondan -desde hace tiempo en las periferias semiológicas del estatus intelectual- los núcleos de la exposición visible y notable.

Tales ideas se exhiben con temerarias actitudes, ya para activar los desconocidos fantasmas que habitan en los profundos bosques del inconsciente colectivo, de donde se logra que las ideas y las imágenes de lo desconocido emerjan y se alejen de las bibliografías especializadas.

Ante el murmurar de las voces críticas afianzadas en bibliografías predominantes, surge el gesto de quien sabe decir, sin sarcasmo: “no sé por qué lo escribí y, sin embargo, me parece convincente mantenerlo así, como tal, como una idea que me inquieta hasta el colmo de la indefinición”.

De manera que, según sean las fuentes ampliamente aseguradas por el mundo de la academia especializada y según sea la frecuencia de las ideas y conceptos obtenidos con base en estudios de determinadas disciplinas particulares, es por lo que se podrá aceptar y dar luz verde a las ideas de lo indefinido que guardan tales objetos expuestos en los recovecos y en los corredores yuxtapuestos a las salas capitulares, con el propósito de que puedan ingresar a otras curadurías mucho más cuidadas en sus intenciones de ejemplaridad y de conservación.

En resumen, los cuerpos capitulares de exposición exigen clasificación y categorización espacial para le exhibición de las ideas: clasificación y categorización aseguradas con el predominio y el poder que representan las autoridades académicas y las universidades con prestigio; pero también, la textualidad capitular conlleva y permite, a través de fuerzas dinámicas, la existencia de un mundo con ideas cuyo origen radica en el atrevimiento de quienes ya no pueden y tampoco quieren coincidir con la manera de percibir, de concebir y de explicar ciertas materias para el conocimiento de los habitualmente satisfechos.

Es así como los insatisfechos se arriesgan a existir con su exposición de ideas entre las poderosas fuerzas que han dominado a todos aquellos en el determinismo instituido por lo nuclear: todo ese cúmulo de acervos bibliográficos que mantienen el valor de lo permanente en lo incuestionable. Los insatisfechos son sujetos que se convierten –en caso de no ser destruidos por las fuerzas nucleares académicas- en pensadores y escritores para pocos lectores. A su vez, son estos lectores quienes acabarán siendo sorprendidos ante la extrañeza de ciertos enunciados que no sucumbieron a la fuerza de las fórmulas garantizadas mediante salas de exposición permanentes.

Al igual que los pensadores, algunos lectores podrán experimentar las lindes de lo incomprensible. De ocurrir verdaderamente esto, padecerán la exigencia de las preguntas y de las interrogantes, las cuales no siempre podrán ser respondidas ni aclaradas las dudas a la velocidad de las intuiciones.

La materialidad que se logra en las dinámicas del pensar eso -y del sentir esto otro– con lo que uno se topa, no ha sido desde siempre bajo la única forma ni bajo el mismo criterio de trabajo intelectual.

Escribir textos y publicar libros no necesariamente significa proceder con metodológica ciencia; escribir textos es una manera por la que es posible producir sentido teniendo como brújula la insatisfacción. En la insatisfacción, el enigmático modo de escribir y el paciente ritmo de pensar se entretejen para descubrir otras realidades que han de escapar de la habitual incertidumbre que corroe y que tanto daño hace en el ánimo de quien sólo quiere comunicar los restos de una cruda realidad insatisfactoria.

De algún modo, en los insatisfechos desaparecen las cuestiones en que se expresaban la duda y la curiosidad, por ejemplo: el ¿qué es eso? o el ¿qué significa eso? En lugar de tales cuestiones, en ellos cobra mucha más fuerza esta otra interrogante: ¿por qué ha de ser eso así y no de otro modo? Y lo mismo aplica para quien se asume como un ser con un Yo en permanente definición ante los otros; más, cuando los otros no están allí para corroborarlo, para aceptarlo ni para asegurarlo.

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