Entre el silencio del universo

Un medio de protección, hábitat, un lenguaje; el silencio es un espacio en el que nos refugiamos, protegidos por la inteligencia, en contraposición con el "gran silencio", que es un concepto para explorar la realidad acústica del cosmos

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El pasado se fue por ese camino
Marshall McLuhan

El lenguaje es como el tiempo; sentimos que existe, pero no sabemos cómo es que inició su existencia. Y lo mismo podríamos decir del silencio; existe como el tiempo y como la vida misma. Existen y existimos dentro de estas realidades de cuyos nombres nos servimos para comunicar sensaciones y experiencias distintas.

“El universo es tan vasto que sin duda tiene que haber surgido vida inteligente muchas veces”, leemos en “El gran silencio”, un relato que aparece en el libro Exhalación (2020) cuyo autor es Ted Chiang. Y luego de proponer esa idea, sigue diciendo: “El universo es, además, tan antiguo que a una especie tecnológica podría haberle dado tiempo incluso de llenar la galaxia”. Pero lo cierto, como sabemos, es que las únicas evidencias que tenemos de seres vivos e inteligentes que han creado algo, están aquí en la tierra.

Por alguna razón que se me escapa y que acaba acomodándose en los intersticios de mi desmemoria, el silencio es, además de una palabra, una realidad que me obsesiona desde la primera madrugada que la pasé despierto y en la que el silencio fue, antes que temor a lo desconocido, maravilla de saberme existiendo dentro de la inmensidad de la noche.

Regresando al relato de Ted Chiang, en él descubrimos el matiz y la diferencia que se logra intensificar entre el silencio y el gran silencio. Del primero, nos dice: “las especies inteligentes tratan activamente de ocultar su presencia para evitar convertirse en el objetivo de invasores hostiles”; del gran silencio, en cambio, sabemos que se trata de una expresión con la cual es identificada la llamada “paradoja de Fermi”, que dice: “El universo debería ser una cacofonía de voces y, sin embargo, está desconcertadamente silencioso”.

El silencio es un hábitat y una fortaleza que nos protege de ser invadidos o de ser utilizados por los otros. Es el silencio una realidad donde la inteligencia se instala para mantener a salvo a quien la posee en gran medida. El gran silencio es, por el contrario, el producto de un razonamiento tendiente a palpar la realidad acústica del cosmos. Razonamiento ambicioso de una mente científica.

Desde mi punto de existencia en la Tierra, considero que el silencio es como el lenguaje y como el tiempo y como tantas otras realidades que fluyen desproporcionadamente. Son, están, se sienten, se integran y se desintegran en muchas otras realidades cuyos nombres aún se mantienen callados en los pliegues interestelares de lo desconocido.

Es en el tiempo que la realidad va configurándose y que hace que los sentidos puedan encontrar todo eso que en el cuerpo queda impactado con cada conmoción. Son impactos constantes que van dejando huella, y en la superposición de huellas la memoria se va conformando, hasta lograr las condiciones suficientes para que existan todos esos recuerdos en forma de bajo relieves multidimensionales.

Pero hay realidades que no logran acomodarse ni en la memoria ni en el recuerdo. En otro relato del mismo libro de Ted Chiang, “Ónfalo”, se nos ofrece una de estas realidades que resulta inimaginable:

«Les pedí que se imaginasen confrontados con la prueba de un pasado que se extiende tan atrás que los números pierden todo significado: cien mil años, un millón de años, diez millones de años. Entonces les pregunté: ¿no se sentirían perdidos, como náufragos a la deriva en un océano de tiempo?».

La memoria es resultado de diversas conmociones en el cuerpo. La conmoción acontece cuando nos encontramos ante lenguajes cuyas formas esconden sustancias difíciles de saber y de asimilar.  Para quienes desconocen el código de esos lenguajes, la conmoción es inevitable, sobre todo, si continúan aceptando el ejercicio de profundizar en la misteriosa existencia de la memoria humana:

“El pasado ha dejado sus huellas en el mundo, y nosotros sólo tenemos que saber cómo leerlas”, leemos en “Ónfalo”. Y más adelante sigue diciendo: “Cada viga funcionaba como un volumen de una historia escrita por la naturaleza misma, un almanaque de lluvias anuales que se remontaba hasta el nacimiento de Cristo”.

Los recuerdos, a diferencia de la memoria, no son consecuencia de conmociones en el cuerpo, sino versiones incontrolables de ciertos hechos y acontecimientos; los cuales van y vienen distintos y diferenciados cada vez, hasta que acaban yéndose a ese pasado que es el olvido.

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