Su maestra le decía que lo más interesante de un lugar no es aquello que podemos probar, sino lo que permanece ignorado, lo improbable. Y, de inmediato, Susana pensó en el Parque Agua Azul. Asentado sobre una superficie pantanosa, sobrevive en un rincón abandonado y decadente. Y frente a este deterioro, recordó postales memorables que registran el paraíso que fue.
Con los años había recogido noticias antiguas del parque en libros y mapas antiguos, y se enteró de que, antes de ser parque, el Agua Azul era un manantial nutrido por los cauces subterráneos del cerro del Cuatro, el Tesoro y Santa María. Las aguas surgían en el lago y rebosaban a lo largo del cauce del Río San Juan de Dios.
Y en otro libro se enteró que en los remotos años de la época colonial, uno de los cauces se aprovechaba en el molino de trigo, y otro para los baños y lavaderos públicos. La curiosidad la llevó a un documento sobre una orgía celebrada en algún tramo del afluente del Agua Azul. La fiesta terminó en el tribunal de santos que castigó el placer de mujeres y hombres.
Los personajes protagónicos de la historia la llevaron a investigar la transformación del parque a finales del siglo XIX. Porfirio Díaz pensaba los lugares no como sitios públicos, sino como reflejos del régimen europeizante.
Así surgió la época dorada del parque con esas postales en blanco y negro, de personas en trajes y boinas remando, de ciclistas tambaleantes posando para las fotografías cuya exposición seguramente duraba una eternidad.
Luego, una de sus tías le contó, en charlas con amigas, que a un ocurrente gobernador le dio por instalar un zoológico con especies de imposible adquisición.
En esta bonanza de fotos y entrañables recuerdos, hacia los años 50 el gobierno desecó, fraccionó y bardeó el parque. Era el primer indicio de la desaparición, porque, sin agua ¿cómo seguir siendo Agua Azul?.
Pero le siguió una nueva época de bonanza con la construcción de la Concha Acústica, el Teatro Experimental, un museo arqueológico, la primera biblioteca pública y una casa de la cultura, los teatros del IMSS y el Diana, un poderoso corredor cultural. Y su tía le aseguró que ese fue el último gran resplandor de la zona.
En los siguiente años sufrió el abandono político y social. Intentó recuperar el brillo con un mariposario del que sólo falta la aparición de Mauricio Babilonia, un aviario diverso con fruta fresca para los huéspedes y un orquideario con las más alucinantes especies de pétalos como manto espacial.
Uno de sus amigos, enterado de su obsesión, le trajo el periódico del día con una noticia del parque. El diario recuperaba los hechos ocurridos la noche interior: la policía detuvo a un hombre mientras cavaba pequeños pozos y los rellenaba con agua para, según sus atropelladas palabras, reclamar una vieja propiedad.
“Ya de noche, Ramiro escaló la reja del Parque y cayó del otro lado sobre un colchón de hojas de bambú. Se incorporó y avanzó en cuclillas hacia la casa vieja para recuperar el preciado documento de la propiedad comunal del Agua Azul robado a sus ancestros hace siglos por un infeliz oidor”, decía la nota.
“Burló la vigilancia del guardia que dormitaba en el mariposario obsesionado con la aparición improbable de Mauricio Babilonia y del otro, que pasaba dos horas de la noche gritando a las guacamayas en el aviario”.
“En el escritorio del licenciado Pérez, administrador del parque, Ramiro echó las manos al documento y, por un momento, confesó, en un delirio febril, imaginó una mansión, gatos negros siempre a su lado, y leyó el viejo legajo con marcas de agua y sellos antiguos cuya copia proporcionaron los oficiales a este diario. En el documento se lee una frase inverosímil:
‘Ramiro, tras burlar la reja y la vigilancia, entrará a la casa, tomará este legajo y leerá que la única posesión de sus ancestros son las aguas de este lago’”.
El parque fue, sin exageración, lo que soñó Octavio Paz: un manantial de agua pura en el centro de una espesura verde de plantas y árboles paradisíacos. Y un espacio también ignorado e improbable, un rincón envuelto en sus memorias y olvidos.