imagino las noches maravillosas que pasaríamos juntos
intercambiando planchas de dientes
Nicanor Parra

Donde existe la vida, existen el movimiento y el no movimiento. Existe el que se mueve y el que permanece quieto. Lo que se va y lo que se queda. La vida es todo, y la muerte es el vacío donde la vida acontece. Vivimos más de lo que imaginamos.

¿Qué imaginamos?

Que la tecnología nos hará vivir mejor; sobre todo, la que ahora se conoce como Inteligencia Artificial.

De acuerdo con Harari, en su libro Nexus, publicado en 2024, no somos lo que nos decimos ser: “homo sapiens”, y por consecuencia, tampoco podemos creer que la sabiduría es poder. Más aún, según este mismo autor:

«…después de cien mil años de descubrimientos, inventos y conquistas, la humanidad se ha visto abocada a una crisis existencial autoinfligida. Nos hallamos al borde de un colapso ecológico causado por el mal uso de nuestro propio poder. También nos afanamos en la creación de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial (IA), que tienen el potencial de escapar de nuestro control y de esclavizarnos o aniquilarnos. Pero, lejos de que nuestra especie haya unido fuerzas para abordar estos retos existenciales, las tensiones internacionales van en aumento, la cooperación global se está haciendo más difícil, las naciones acumulan armas apocalípticas y una nueva guerra mundial no parece imposible».

Si la realidad es sólo una sombra de la vida, o una ilusión -como dicen los budistas-, la imaginación será la sombra en que mejor se proyecta la muerte. Es mortal imaginarnos en la totalidad de creernos únicos en la historia de los seres vivos.

Caminamos entre perros.

Hablamos entre moscas.

Dormimos entre sinfonías de grillos.

Los gusanos ni las bacterias imaginan. Viven y vivirán como desde el primer instante en que aconteció la vida en este mundo. A las cucarachas ni a los sapos les amenaza lo que nos amenaza a nosotros: seres de una imaginación impredecible.

Hoy se habla de las amenazas de muerte derivadas o provocadas por tecnologías digitales y de inteligencia artificial. Si nos colocamos en la sombra que escurre por esa idea de realidad aumentada, lo más seguro es que terminaremos enfermos y enloquecidos; pero no muertos, como auguran algunos oráculos en las redes sociales.

Cada día leemos acerca de los trabajos que desaparecerán debido al uso de IA; cada día se nos augura la inutilidad de estudiar ciertas carreras profesionales, ya que la IA las ha convertido -según esto- en saberes y en habilidades inconvenientes para lo que, predicen, serán las formas del desarrollo social sostenido.

Lo cierto es que la vida en este mundo seguirá siendo a partir de respirar, de beber agua, de consumir sol y de alimentarnos. La vida no debe estar sujeta sólo y nada más que a ideas cuya semántica acaba siendo reducida a cuestiones tecnológicas y económicas. Aceptar que vivir está sólo y nada más que en función de mejorar la economía de una sociedad y de un país, es tanto como sacrificar una realidad inmediata y tangible por una realidad mediata e incierta.

Se nos ha venido creando un imaginario que consiste en aceptar que el desarrollo tecnológico de una sociedad es equivalente al desarrollo de vida y de bienestar de todos los individuos que conviven socialmente. Y ya se está viendo que esto no es así; cada vez vemos más una realidad social en la que la exclusión es el valor de una práctica que garantiza la permanencia de una riqueza cada vez más y más concentrada, a la par de que se crea un malestar más y más extendido entre las sociedades del mundo tecnologizado.

Hay que decir que se trata de un imaginario creado mediante un poderoso relato que nos han entregado desde hace tiempo quienes piensan que, en la vida, todo es tecnología y desarrollo; son estos mismos personajes los que han querido que mantengamos en nuestra mente dicho imaginario como una verdad incuestionable; o mejor, como un mandato para conducirnos en la vida según dicho relato.  Como si la vida fuera una y nada más que una en todo el espacio al que llamamos Tierra.

Dentro de los cuerpos que duermen o que descansan, el movimiento interior continúa, como continúa la vida en todo lo que se mueve y también en lo que no se mueve. Se dice que las cucarachas son la memoria de una vida que inició hace millones de años. Aún siguen paseándose por todo el mundo a bajas horas de la madrugada. Y como las cucarachas, mucho otros animales han sobrevivido a catástrofes de toda clase.

“Si la historia la hubieran moldeado únicamente intereses materiales y luchas de poder, no tendría sentido hablar con nadie que no esté de acuerdo con nosotros”, nos dice Harari en el libro antes referido. Efectivamente, si el vivir sólo fuera a condición de mantener las formas sociales moldeadas con dichos intereses y con tales luchas de poder, los otros relatos, provenientes de las artes y de las humanidades, no habrían podido mantenerse vigentes en las sociedades hasta nuestros días. Sin olvidar que estamos precisamente en un momento histórico en el que, como habría dicho Michel Foucault, el rostro humano está a punto de ser borrado.

A veces se nos olvida que seguimos siendo, en esencia, seres naturales, o sea, animales que comen, que defecan, que se ayuntan y que mueren como mueren los pájaros y los alacranes. Es verdad que luego nos convertimos en seres sociales. Pero los seres sociales no pueden ser siempre los mismos en ninguna sociedad. Cada sociedad ha de permitir crear las condiciones necesarias para comprender y hacer, en consecuencia, sobre todo lo que podría significar vivir. De tal manera que la vida sea eso que la vida misma permite vivir, y no la vida según ciertos personajes de fama internacional.

Sin duda, debemos luchar por mantenernos vivos, aunque la realidad sea cada vez más sofisticada, más irreal, más digital y más inhumana.

¿Acaso no oyes ladrar a los perros?

¿No oyes el zumbar de los moscos?

¿No sientes los remolinos intestinales?

La tecnología, antes de ser lo que es y ha sido, fue imaginación, fue sensación de un vacío. Y en el vacío es donde mejor se oyen los cantos y los suspiros.

La vida humana debe seguir siendo un derecho y no una obligación sujeta a ninguna tecnología específica. No encuentro razones suficientes para aceptar que la vida de todos los individuos y de todas las personas deba ser con base en inteligencias artificiales o a partir de tecnología digitales. Aceptar esto es tanto como renunciar a todos los otros saberes que la naturaleza y el cosmos no dejan de crear a manera de misterios y de enigmas. La vida es mucho más que lo que imaginamos y mucho más que lo que sabemos hoy en día. Creo.

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