Me pondré a llorar como un sauce
cuando ese Dios que por todas partes me sigue
me ponga la mano en el hombro y me ordene:
“Anda a ver si estoy allá arriba”;
entonces, con cielos y tierra
tendré que organizarme un luto.
¿Estará todavía en pie el roble
o el pino de mi ataúd?
Si tengo que irme al camposanto
me iré por el camino más largo,
me haré la pinta de la tumba,
dejaré la vida sin ningunas ganas.
Ni modo si me regañan los enterradores,
ni modo si me creen loco de atar,
quiero irme al otro mundo
por donde más me tarde.
Antes de marcharme a piropear
a las ánimas de bellas condenadas,
todavía sueño con algún romance,
todavía sueño con algún lío de faldas,
todavía una vez más decir “Te quiero”,
todavía una vez más perder la brújula
deshojando la crisantema
que es la margarita de los muertos.
Quiera Dios que mi viuda quede desolada
al enterrar a su compañero
y que para que le salgan lágrimas
no le haga falta oler cebollas.
Que tome en segundas nupcias
un marido por el mismo estilo.
Así se podrá poner mis botas
y mis pantuflas y mi ropa.
Que se tome ni vino, que quiera a mi mujer,
que fume mi pipa y mi tabaco,
pero que nunca, ni por mal pensamiento,
nunca maltrate a mis gatos.
Por más que yo no tenga ni un gramo,
ni una sombra de maldad,
si maltratara a mis gatos habría un fantasma
para venir a atormentarlo.
Aquí yace una hoja muerta,
aquí acaba mi testamento;
encima de mi puerta hay un letrero:
“Cerrado por entierro”.
Dejé la vida sin rencores,
nunca más me dolerán las muelas.
Heme aquí en la fosa común,
la fosa común del tiempo.
Georges Brassens