Oda al dios del vino y los seres paralelos

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Al igual que el vino, esa bebida de los dioses, el líquido por excelencia, el que dicen y cuentan el hijo de Dios creó tan solo con agua y su poder, existen personas que necesitan un tiempo determinado para madurar, ser destapados y así beber su talentoso elíxir, como si al beberlo destaparan una caja de Pandora cuyas consecuencias pueden ser tan maravillosas como funestas. El vino, como los seres humanos automarginados de la avenida principal de la vida, esos que prefieren caminar paralelamente a la calle que lleva a (casi) todos desde el mismo sitio hasta el mismo lugar, es una bebida viva, en constante evolución, como aquellos que no se conforman con lo que son y día con día hacen algo o dejan de hacerlo, para seguir siendo los mismos que ayer, pero distintos hoy y seguramente diferentes mañana. Somos, en conjunto, lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos, como el vino desde que es vid, luego uva y después bebida deliciosamente embriagadora e iluminadora que aguarda paciente el momento de ser destapada. Ahhh… Qué ganas de una copita de vino, ese que según los investigadores es muy bueno para la circulación, como antioxidante, anticancerígeno y tantas otras linduras positivas. Y más ganas me dan de beber y saber más sobre la añejísima cultura del vino, después de ver Sideways (Entre copas, EU, 2004), película dirigida por Alexandre Payne, y coescrita junto a Jim Taylor, quienes ganaron el Óscar a Mejor guión adaptado, y nominada como Mejor película. Quien vea esta cinta se dará cuenta porqué, aunque no ganó, merecía perfectamente ganar, aunque ya ganó siendo una de esas cintas parteagí¼icas, incluso de culto, que será la delicia de muchos, no solo de esos seres paralelos, sino de quien haya sentido la incomparable sensación del aroma del vino y su variopinto sabor por su garganta o haya experimentado sensaciones y situaciones semejantes a las de los protagonistas.

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Pero Sideways es mucho más que vino. Es un viaje que emprenderán dos seres humanos paralelos: Miles Raymond (Paul Giamatti, formidable) y Jack (Thomas Haden Church, genial); una travesía de auto y redescubrimiento, en la que ambos –y principalmente Miles– deberán enfrentar a sus más profundos miedos, sus frustraciones, culpas y remordimientos, sus sueños perdidos, que sin embargo aún pueden ser reencontrados en el camino de la vid y la vida. Una aventura en la que convergen dos viejos amigos de la universidad: un profesor de escuela divorciado, escritor frustrado, individuo altamente depresivo y profundo conocedor vinícola, y un actor de mediano éxito hace mucho, a punto de contraer matrimonio y con unas ganas incontrolables de que durante el viaje, semana previa a su boda, pueda acostarse con todas las chicas del vino y sentir por última vez lo que se siente ser libre. Dos amigos, lo cual no significa que tengan algo más en común que su amistad. Dos camaradas de vida con ideas y misiones muy distintas sobre y para la existencia que cada uno decidió tener. Bueno, salvo que en este efervescente trip, donde el vino será lo único que beberán, ambos caminarán por el costado de la calle, paralelamente a donde camina el resto de los mortales. A Jack le da igual si toman un Merlot chafa o un Cabernet mediocre, mientras que Miles no se dará tregua hasta que encuentre la cepa perfecta del Pinot, esa uva delicada, que requiere de cuidados extremos, y que cuando se hace vino es un asombro tras otro (maravilloso paralelismo en relación al personaje), y miren que el tipo sabe lo que bebe. Pero ambos, quiéranlo o no, se enfrentarán entre ellos y sobre todo a sí mismos, mientras cada quien le da rienda suelta a sus pasiones dormidas, llámese para el risueño Jack, Stephaine (Sandra Oh) o para el angustiado Miles, Maya (Virginia Madsen).

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Entre botella y botella (decir que entre copa y copa sería una figura demasiado miserable), este dúo no tan dinámico, y sus respectivas damas al menos durante lo que dure el viajezote, conforman un reparto sui generis con actores de carácter bien posicionados (Giamatti), promesas de superestrellas de cine (Madsen), exestrellas de series de comedia (Haden Church) y perfectas desconocidas interesantes (Oh). La historia atrapará no solo la atención sin todo el interés de los espectadores, quienes tendrán el privilegio de reír en muchas ocasiones y casi soltar la lágrima en otras tantas. Porque la historia, basada en la novela semiautobiográfica del mismo nombre y escrita por Rex Pickett (alter ego de Miles, sin duda), es una gran historia, lo que debe tener toda gran película. Se sabe que no me gusta contar nada de la trama, salvo lo indispensable, pero me cae que además de los excelentemente creados personajes, la estupenda sucesión de situaciones y geniales diálogos, que en su conjunto integran un filme redondo, profundo, sensible, ambiguo y original, el público que asista a ver esta cinta descubrirá mucho sobre la cultura del vino, específicamente la que se da al sur de California (EU), y que al menos a mí me volvió a meter el bichito ese de la “sangre de Cristo” (joder, ya parezco palero de Sandoval íñiguez) y meterme a un curso sobre vino, catadura, tipo de uvas, regiones, sabores y demás. Pero lo que sí me queda claro después de ver esta formidable película, es que la sencillez hace a la grandeza, no solo en cuanto a filmes artísticos, sino incluso en esos que como único objetivo tienen el del entretenimiento (ojo, que no es lo mismo que divertimento). Y para terminar, les aconsejo no solo que la vean sí o sí, sino que se echen una copa de vino antes y después de verla. Yo lo hice la segunda vez que fui al cine en menos de una semana. Y en serio, no es broma, la esencia misma de la película se hace más grande y atractiva, al tiempo que la esencia de uno mismo –al menos por los 120 minutos que dura la cinta– se reencuentra en este laberinto con entrada, pero también con salida, que es la vida.

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Y saliéndome de mi acostumbrado desorden de ideas, quiero contarles que me escandalicé al enterarme –a través de un estudio Top Secret- sobre el desconocimiento y desinterés que existe en la ciudad respecto al Festival internacional de cine en Guadalajara. Yo nomás quiero decirles que la fiesta del cine, que cumple 20 años de existencia, es una de las más grandes oportunidades que tenemos todos para ver buen cine, de ese que no se ve todos los días. Todos pueden asistir a ver las películas seleccionadas y de las diferentes secciones. Las cintas serán proyectadas en el Cineforo y los Cinépolis Centro Magno y Gran Plaza, además de algunas funciones especiales en el teatro Diana. Los boletos se compran en la taquilla de estos cines, donde podrán ver que hay cintas del Festival, además de las comerciales. Si tienen algún problema consulten diariamente la cartelera, y no es choro, verán que el cine puede ser otra cosa.

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