La Guerra de las Falacias

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El título de este Cinechoro puede despertar todo tipo de suspicacias. Pero en realidad nada tiene de negativo y sí todo de positivo. Porque la ficción que se le ocurrió al genio incomparable de George Lucas es una de las más grandes y maravillosas falacias habidas y por haber no sólo del mundo cinematográfico, sino de las ficciones en general. Con todo y los muchos símiles y semejanzas que puedan encontrársele con otras ficciones de la historia porque, al fin de cuentas, todo ya fue escrito; mas sin embargo en las variaciones, interpretaciones e imaginaciones está la pequeña gran diferencia. Digo, no soy quien para alabar sus virtudes y denostar sus defectos; y éstos últimos si acaso los hay. Menos aún, creo ser el indicado para hablar de esta épica fílmica que no sólo conquistó al mundo entero, a propios y extraños, fanáticos del género de la ciencia ficción o no por igual. Pero sin duda, vale la pena escribir un poco de la Trilogía original, los llamados capítulos IV, V y VI, que fueron los que yo viví vívidamente, y eso que la primera de estas películas, La Guerra de las Galaxias, apareció en el verano de 1977, cuando apenas tenía 6 años recién cumpliditos.
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Guerra de las Falacias, las que vivimos en el contemporáneo México nuestro de todos los días, cuyos políticos mienten a diestra y siniestra con un paupérrimo talento, a través de un cinismo inaudito, por medio de ficciones que sólo nos mueven a la risa, cuando deberían de movilizarnos para ponerles un hasta aquí previo quítate quítate que ai te voy. Pero bueno, México parece que despierta, y por qué no, de entre sus huestes bien podría aparecer algún émulo de Luke Skywalker, o Han Solo, o la Princesa Leia, o hasta un R2D2 y C3PO creado por científicos de la UNAM o hasta de la UdeG (digo, ¿no?), para que, con la sonrisa estampada en el rostro porque así la fuerza estará con ellos, combatan con honor, habilidad y sabiduría Jedi a quienes han convertido a este país en la caja chica (o más bien grandototota) de sus más miserables y muy personales intereses (que conste que Darth Vader era otro pedo; de hecho, el protagónico más controvertido pero a la vez más completo de las 6 pelis). Aunque la neta, me encantaría que por ahí también apareciera mi personaje favorito, Chewbacca. Ese guey sí era la neta. fiel, valiente, tierno y casi mudo, como mi perro, el Nicolás, quien por cierto y encima de todo balbucea igual que él. Me cae que si en alguien realmente yo confiaría, de toda la vasta selección de personajes guerragalaxianos, sería en él. Pero dudo que exista un Yeti o Pie Grande que lo sustituya (y miren que sí, un mundo nos vigila) en la necia lucha del bien contra el mal.
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Recuerdo haber visto La Guerra de las Galaxias en el Cine Hollywood, frente al Toreo de Cuatro Caminos en el defectuoso. Iba con mis dos hermanos, Martín y Rodrigo, alias el Rojo, y Maria Esther, nuestra querida nana-muchacha-secretaria personal de mi papá. No se me olvida la última escena, cuando Luke y Han caminan entre vítores rumbo a recibir sus condecoraciones. No olvido la música, ni las naves (sobre todo la de Solo y Vader), la extraña cachondería de Leia (sí, desde peque jarioso y querendón), el miedo frío y súbito cada que veía Darth, la Estrella de la Muerte y a C3PO con ese acento de mayordomo británico y a Obi-Wan Kenobi interpretado por Sir Alex Guiness (R2D2 siempre me pareció insufrible -y eso que lo lloré cuando un láser lo “hiere” viajando en la parte posterior de la nave de Skywalker-, demasiado parecido a Benito, el de Don Gato). Les juro que salí de ahí, mientras esperábamos la pesera que nos llevara a nuestro departamento en las Lomas, creyéndome Han Solo fusionado con Chewbacca. Luego vinieron, sin embargo, un sinfín de frustraciones por culpa de la sociedad de consumo. Qué viviera donde viviera y tuviera una nana como la que tenía, no impedía que fuera impedido de tener, ya no digamos la colección entera de los juguetes oficiales, sino al menos unos cuantos. Los tuve (Chewi, por supuesto, el robot enano, la pistola pirata (ilegal) del pirata Solo y la espada láser (una mísera linterna con un armatoste de plástico horrible), pero cuando los comparaba con los que tenía mi mejor amigo en ese tiempo, realmente comprendí que sería difícil, demasiado complicado iniciar una guerra imaginaria contra el poder oscuro con ese raquítico arsenal.
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Las siguientes películas, El Impero contraataca y El Retorno del Jedi, no hizo salvo reafirmar mi admiración y pleitesía por ese mundo galáctico tan lejos, lejos del nuestro. Sin embargo en absoluto me considero un fan o un sabelotodo de La Guerra de las Galaxias. No sé que pensar, por ejemplo, por esas tres generaciones que año con año se encuentran en las diferentes convenciones que agrandan y avivan el mito inventado por el creador de la genial y parteáguica American Graffiti. Este hombre, este brillante director y autor de cine sui generis, llegó tarde al universo del cine, casi por casualidad. No sabía qué hacer de su vida a los 17 años, salvo convertirse en fotógrafo hasta que un amigo le aconsejó estudiara cine. Rápidamente entendió el medio y el especial lenguaje con el que su necesidad expresiva se vio súbitamente recompensada. Pero su objetivo era otro: hacer películas independientes, libres de la mano todopoderosa de la Meca del Cine. Hizo algunas, hasta que se le ocurrió crear un universo aparte, un universo tan exacto e igual como este que vivimos. Cambió radicalmente a la industria cinematográfica no sólo del gabacho, sino del mundo entero. Comercializó hasta las bragas de Leia que si acaso se vieron un poco, poquito, mientras estrangulaba al desagradable Jabba the Hutt. Ganó cantidades obscenas de dinero y supo que después de esa Trilogía, de la que sólo él y nadie más que él sabía los secretos, orígenes y clavos sueltos de su misterioso pasado, no podría volver a filmar jamás. Y sucedió lo que intuyó. Pero creó Pixar y hartas nuevas tecnologías cinematográficas. Y después de 22 años de haber filmado su prodigio llamado Star Wars, se animó a contar los episodios I, II y III para beneplácito de sus fanáticos y de una industria donde todos, absolutamente todos se beneficiaron y benefician porque cada porción es gigantesca.
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Me parece hermosa y talentosísima Natile Portman. Soy incondicional fan –cuasi carnal, aunque no tenga el gusto de conocerlo- de Ewan McGregor. Y admiro y me cae de pelos George Lucas. Eso no significa que la Trilogía de los post-modernos episodios de La Guerra de las Galaxias me hayan llamado la atención, ni siquiera la centésima parte que los tres filmes originales, que en realidad son los últimos (otro hallazgo formidable de Lucas). Vaya, de hecho mal vi el Episodio I (cuyo nombre no recuerdo) y hasta hace poco vi por parte y desorganizadamente el Episodio II (¿La Guerra de los Clones?). Lo siento, soy un nostálgico sin remedio, y creo que mucho de mi negación de ver esta reluciente pre-saga reside simple y sencillamente en que no es lo mismo Los Tres Mosqueteros que veinte años después, y para colmo sin ellos. Aunque después de ver un excelso documental sobre la historia de este concepto sin igual (y con hartas malas copias detrás de sí) voy a adquirir ahora que mi economía suba lo suficiente, la Trilogía original Edición Limitada y los dos episodios de la nueva era. Sí, esta semana, es decir la pasada, será estrenado el Episodio III, La venganza de los Siths. Como Otelo me pregunto: ¿la veré o no la veré? He ahí la cuestión. Aunque de verla mejor en pantalla grande. Porque, si ya se sabe que cualquiera de las películas será mejor vista en una sala de cine, una de este tipo más, mucho más.

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