Imparable muralista

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    Imparable. Así era el pintor jalisciense Gabriel Flores y así lo recuerda su familia.
    Aficionado a la fotografía en blanco y negro, la pesca, la naturaleza, la carpintería y la literatura (al grado de que podía pasar 12 horas seguidas leyendo un libro), el maestro Flores se caracterizó por ser un apasionado en todo lo que hacía.
    Por su profunda simpatía al socialismo, le preocupaban los problemas sociales, aspecto que lo hizo parecer pesimista y hasta sufrido, “pero una vez que plasmaba sus preocupaciones en su arte, eso desaparecía, porque en realidad era alegre y bromista. Parecía dos personas en una”, asegura su hija Lilia, también artista.
    “Fue muy intenso: gozaba la vida y no desperdiciaba el tiempo. Disfrutaba pintar de noche, porque decía que a esa hora el clima era más agradable y no había ruido que lo interrumpiera”, recuerda su esposa Nina Casillas, una de las promotoras del traslado de sus restos a la Rotonda de los jaliscienses ilustres.
    Para él no existía el tiempo libre. Al contrario, siempre estaba haciendo algo y decía que le faltaban horas para realizar sus proyectos.
    Cuando no estaba pintando le gustaba leer, la jardinería o construir muebles para su estudio. También solía pescar en el Tecúan, Santa María del Oro o la presa de La vega, pero una vez que comenzaba, perdía la noción del tiempo.
    Su estudio, asegura su hija Lilia, estaba lleno de bocetos y dibujos que iba rompiendo si no le gustaban, porque no firmaba nada hasta estar completamente seguro de la calidad de su trabajo.
    Quizá por eso quedó insatisfecho con el mural que realizó en el palacio municipal de Guadalajara, pues decía que si pudiera tapar alguno de sus trabajos, elegiría ese, porque no le gustaba. Lo hizo con cierta premura, porque en ese tiempo lo invitaron a exponer en Europa y no quedó conforme con el mismo. Tampoco le agradaba el del castillo de Chapultepec, comenta su esposa Nina.
    En contraparte, “fue el extenso mural del antiguo hospital civil el que más satisfacción le dejó”, tal vez porque en él sintetizó toda su obra.

    Socialista comprometido
    La obra del pintor jalisciense, que hace poco fue distinguido como benemérito de Jalisco, cuyos restos serán trasladados el próximo 19 de julio a la Rotonda de los jaliscienses ilustres, se caracteriza por un profundo compromiso social.
    Sus dibujos, pero sobre todo sus murales, diseminados en diversos puntos de Guadalajara y la ciudad de México, influyeron en las nuevas generaciones de artistas.
    Gabriel Flores rompió con la idea del mural al estilo Siquieros, Orozco, Rivera y de sus seguidores, para dotarlo de una mayor abstracción.
    “Decían que estaba influenciado por ellos, pero no seguía ninguna corriente. Con él, el muralismo perdió su carácter discursivo, para tornarse más conceptual y abordar temas como la filosofía y el conocimiento”, afirmó el jefe del Departamento de Artes Visuales, del CUAAD, Humberto Ortiz.
    Su habilidad para el dibujo le dio la posibilidad de optimizar los espacios e imprimir un sello personal y novedoso a su trabajo.
    De acuerdo al académico del CUAAD, Enrique Navarro, la obra del maestro Flores puede ser dividida en tres etapas: la primera a partir de 1955, con el mural El maíz y la colonia, en la que muestra su preocupación por temas humanistas y privilegia las figuras voluptuosas, las formas femeninas y los colores primarios.
    Culto al dinero y los páneles del edificio Gómez Farias y Casa Vallarta, forman parte de su etapa intermedia, “más lúcida, pero sórdida en términos plásticos, pues abandona los colores brillantes, las composiciones dinámicas y refleja el caos que vivía el mundo con visiones apocalípticas y desesperanzadas”.
    La tercera y última etapa abarca de 1986 a 1992, un año antes de su muerte, plasmada en los frescos de las 32 secciones del Hospital Civil “Fray Antonio Alcalde”, que sintetizan las experiencias, visiones e ideales a lo largo de 37 años de trayectoria artística y en las que volcó su visión contemporánea del mundo con un colorido brillante y optimista.
    Después de casi 12 años de su muerte, su obra está más vigente que nunca, porque en ella se anticipa al caos que las grandes urbes del país sufren hoy.

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