Hacia el sur de la ciudad vive a quien llamaremos solamente D. Es el último de cuatro hijos. Su padre es médico y su madre, ama de casa. La relación con sus hermanos –todos profesionales– es saludable. No existen conflictos entre ellos y él, por ser el menor, en cierta forma es el consentido de los demás.
Hace poco terminó la preparatoria y ahora cursa una carrera en el Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas. Le gusta la tecnología. Posee un iPod con “chorrocientas mil canciones” que baja de internet. Toca la guitarra, le late el cine y una que otra vez, quizá, ha tomado una cerveza. No fuma ni se droga. Es un poco tímido con las chicas, pero es bien parecido: ojos claros, piel blanca, cabello castaño, alto. Un “buen partido” para cualquier “hija de familia”.
A sus 18 no le ha faltado nada, pero tal vez alguien con sus mismas características no goce de las mismas oportunidades.
D es tan solo una pequeña gota en el mar de jóvenes que habitan en el estado. En total, unos dos millones, según la última Encuesta nacional de la juventud –efectuada en el año 2000–, en su apartado para Jalisco.
De acuerdo con el Informe sobre la juventud 2005, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), entre 1995 y 2005 la juventud mundial, “integrada por las personas entre los 15 y los 24 años de edad” –dice el texto–, ha aumentado de mil 25 millones a mil 153 millones. Los jóvenes de todo el planeta representan el 18 por ciento de la población. El 85 por ciento de los “chavos”, según la ONU, vive en los países en desarrollo.
En 1995 las Naciones Unidas dictaminó el Programa de acción mundial para la juventud, documento que destacaba 10 problemas a tratar entonces. Pero los cambios socioeconómicos surgidos desde hace una década llevaron a la organización a incluir cinco preocupaciones más: la globalización, las tecnologías de la información, la propagación del virus del sida, una mayor participación de jóvenes en conflictos armados y las relaciones intergeneracionales en una sociedad internacional que camina hacia el envejecimiento.
Barriga llena, necesidad
de chamba
Aunque D posea una carrera el día de mañana, eso no es garantía de trabajo. Han pasado ya los tiempos cuando todo aquel que ingresaba en la universidad pensaba que al egresar iba a ser el “licenciado” respetable, ganaría mucho dinero, tendría lujos y el estatus social que ofrece el mismo trabajo. Quizá el irse colando en el campo profesional desde que todavía asiste a la “uni” depende mucho de quien cursa una carrera. Y los problemas empiezan ahí: cómo ocupar un pupitre en un aula.
Miguel Vizcarra Dávila, coordinador del Centro de investigación y estudios de la juventud (Ciejuv) del Instituto Jalisciense de la Juventud, dice que de los dos millones de muchachos que arrojaba la encuesta en el año 2000, un 51 por ciento no estudiaba en ese momento.
El funcionario –que lleva un look a rape y usa zapatos tenis– apuntó que de esos chavos, el 70 por ciento deseaba regresar a la escuela. Y es que las causas por las que una persona joven abandona los estudios son, en primer lugar, la necesidad de un trabajo y, en segundo, el matrimonio.
El que un chavo se case por lo general le obliga a contar con un trabajo. En la mayor parte de los casos, no son dos sino tres los que formarán la familia.
De acuerdo con datos de la Secretaría de Salud Jalisco, 10 por ciento de los embarazos en la entidad ocurre en menores de 19 años, mientras que uno por ciento se da en menores de 15 años.
A partir de los últimos niveles de secundaria, tanto en hombres como en mujeres empieza a despertarse la curiosidad sexual. En la misma encuesta, un 51 por ciento de los jóvenes entre 15 y 29 años afirmó tener relaciones sexuales. El discurso, sin embargo, prevalece con un poco de conservadurismo entre algunos chicos tapatíos: Miguel Vizcarra asegura que un 30 por ciento decía no haber tenido relaciones porque deseaba llegar “virgen al matrimonio”, una respuesta común sobre todo entre las mujeres. Otro 26 por ciento no lo había hecho porque quería “esperar la pareja ideal”.
Del porcentaje que afirmó haberse acostado con alguien, en los varones, un 76 por ciento inició su vida sexual por curiosidad o “porque no pudo controlarse”, mientras que en el caso femenino, el 39 por ciento lo hizo por amor.
Lo preocupante es que del total que sí había tenido relaciones, un 45 por ciento no utilizó un método de protección, ya no solo contra un embarazo no deseado, sino para prevenir enfermedades como el VIH/sida.
Trabajo, salud, sexualidad son como las raíces de un árbol. Una situación lleva a la otra: embarazo, búsqueda de trabajo y estudios truncados.
El narco: santo de pobres,
patrono de ricos
Ahora vayamos hacia el norte de la ciudad. Allí vive al que llamaremos solo M. De 23 años. No estudios. Abandono paterno. Una madre que trabajó para mantener a tres hijos. Solo la hermana terminó una carrera. Su hermano, el mayor, vendedor de drogas. M, adicto. Su historial se resume en cárceles y hospitales. Le faltó la muerte. Ya no se “mete” nada. Pero algunos salvavidas los dejó ir en medio de la tormenta.
¿Qué le orilló a tomar ese rumbo? Ni él mismo lo sabe. Mucho intervino su historia familiar. Aunque la fanfarronería de poseer lo que no tenía lo llevó incluso a la venta de drogas y al robo. Los dos delitos principales en los que incurren los jóvenes, según Vizcarra Dávila.
En los últimos años, dice, ha incrementado el consumo de alcohol entre la juventud, hecho que se relaciona además con la muerte por accidentes automovilísticos. Las drogas que le siguen al alcohol son “la mota, la coca y la piedra base”. La figura del narco en los corridos, alude el funcionario, es sinónimo de prestigio y es visto “en algunas sociedades o pueblos hasta como un benefactor”.
M también fue graffitero. Perteneció a una banda de su colonia.
“Al pandillerismo ingresan mucho los jóvenes de zonas de pobreza por una razón: mientras el de clase media tiene acceso a espacios para convivir en su casa, a centros de diversión, plazas o a tomarse una cerveza en un bar, el de clase baja no posee esas alternativas. Muchos van a estar en la calle”.
Interviene también un factor de identidad, dice Vizcarra Dávila. “El muchacho se halla en una parte de su desarrollo cuando crea una identidad, la cual deja de estar formada por cuestiones familiares”.
Aun cuando pudiera parecer que la falta de comunicación entre los miembros de una familia sea un problema exclusivo de la clase baja, “por carecer de preparación”, ¿por qué entonces entre los jóvenes de clase media y alta, se dan delitos como la clonación de tarjetas u otros vinculados con las tecnologías de la información (hackers)? Es lo mismo, nada más que unos son criminales “de guante blanco”.
Las políticas públicas deben enfocarse más a los jóvenes, opina Miguel Vizcarra. Estos tienen ante sí un doble rumbo. Por un lado, apunta, la organización de los chavos es cada día más motivante. A modo de ejemplo pone el caso del tlajomulcazo, cuando se unieron para defender aquello en lo que creían. Algo similar ocurre con temas como los derechos humanos y la apertura hacia la diversidad sexual. Por otro lado, la drogadicción se hace presente y con ello la delincuencia.
Por ambos caminos, está un joven que busca una alternativa ante las instituciones. Alguien a quien llamaríamos “un chavo de onda”, como en una canción del Tri. Lo cierto es que honda es la realidad del que llamamos joven.n