La mercadotecnia a debate

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    Si bien el principal hecho histórico en las elecciones de 2000 fue la alternancia alcanzada con el triunfo, por primera vez, de un candidato que no pertenecía al Partido Revolucionario Institucional (PRI), también es cierto que este parteaguas fue cimentado por otros eventos no menos trascendentes, como la prueba superada en la organización de los comicios por una institución no gubernamental como el Instituto Federal Electoral (IFE).
    Otro factor radicó en la aparición pública, por última vez, de un presidencialismo que influiría en la efervescencia poselectoral, cuando Ernesto Zedillo reconoció como presidente electo a Vicente Fox –incluso antes que la institución encargada de legitimarlo–, acto que contribuyó a calmar las ansias desestabilizadoras de las fuerzas más beligerantes del partido en el gobierno.
    No obstante, el hecho que ha seguido marcando el actual estilo político o “debate” –si es que existe– fue la sustitución de las propuestas de Estado por una estridente mercadotecnia aplicada a la política. En ella el candidato de mangas arriscadas muestra un Ejecutivo de hablar rústico, pero sin propuesta ni visión de Estado.
    Como buen vendedor de Coca cola, Fox ha sustituido su desconocimiento e incapacidad para el ejercicio gubernamental por una actitud campirana que lo identifica con la mayoría de la población, pero lo aleja de los cambios y reformas comprometidas con los sectores más críticos y actuantes, para alcanzar el desarrollo nacional que demandan todos los mexicanos.
    La nueva concepción degradante de la política ha amagado desde entonces a la precaria e inexperta democracia, e invita a todo candidato o precandidato a ingresar al juego millonario del mercadeo de imagen.
    La modificación al Reglamento de radio y televisión, promovida por Santiago Creel, así lo demuestra. Con ello podría cumplirse la advertencia de Porfirio Muñoz Ledo en torno a que las próximas elecciones podrían ser ganadas por quien tenga más dinero.
    Esto sería tan grave, que podría llevarnos a una antidemocracia mayor que cuando las elecciones eran organizadas por el gobierno.
    No regular los recursos empleados en los medios electrónicos para “posicionar” a los aspirantes a un puesto de elección en las mal llamadas “precampañas” nos coloca en un estado de indefensión frente a los grandes capitales –de cualquier origen–, cuyos intereses no necesariamente son los de la mayoría de los mexicanos. O peor aún, frente a funcionarios dispuestos a desviar recursos públicos hacia su promoción política.
    Hoy los “productos”, en lugar de “candidatos”, impulsan un debate trivial de falsa sonrisa. El peinado perfecto y la promesa fácil sustituyen a la propuesta, de manera que la confrontación de ideas ha dado paso al concurso de imagen en pasarela.
    En el mejor de los casos, la retórica vacua es confundida con el debate oral, que tuvo un rol importante en la difusión del pensamiento político moderno.
    Tanto ha influido la concepción de los grupos empresariales metidos a la política, que el mismo Muñoz Ledo, hombre de ideas y conocedor profundo del arte de la polémica, cuando era candidato a la presidencia en el año 2000, se mostró irreconocible en el debate televisado entonces, con una actitud poco menos que timorata, y ello a pesar de que una noche antes los miembros del comité central de la organización política Nueva República le recomendamos actuar con naturalidad y con el estilo crítico propositivo que lo caracteriza. Pero influyó más su “asesor de imagen”, contratado hacía poco. Con ello inició una nueva época para el estilo pragmático que hoy nos abruma e insulta la inteligencia y la ciencia política: el debate de la mercadotecnia.

    *Arquitecto y secretario general del STAUdeG.

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