Mexicanidad a punta de pincel

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    El pintor Raúl Anguiano, quien falleció el pasado viernes 13 de enero y era un luchador inquieto que logró forjarse un lugar en la sociedad, será recordado por discípulos, artistas contemporáneos y amigos, como uno de los herederos de la pintura de la Revolución mexicana.
    Anguiano perteneció a una generación de pintores que supo mostrar la realidad del país en grandes dimensiones. “Formó parte de la segunda generación de muralistas mexicanos que recibieron el beneficio de la brecha abierta por los precursores del género: Rivera, Siqueiros y Orozco”, comenta el maestro Jorge Navarro, muralista jalisciense, que trató al artista en varias ocasiones.
    Navarro, quien también laboró como profesor y director de la Escuela de Artes Plásticas, de la UdeG, durante muchos años, explicó que el movimiento al que pertenecen él y Anguiano supo plasmar, como ninguno, la identidad de nuestro país como sello característico y reconocido en el mundo entero.
    “El muralismo mexicano, que empezó con balbuceos, siguió la Escuela mexicana de pintura que iniciara Vasconcelos, González Camarena o Guerrero Galván”. El movimiento nació bajo el principio de crear conciencia y resaltar los valores patrios en la sociedad y las razas indígenas.
    En los años de la Revolución, una ideología de izquierda era la norma a seguir. Los temas manejados por Anguiano se inscribieron en esta línea: plasmar la defensa de los trabajadores y la situación campesina.
    En nuestra entidad, Raúl Anguiano ingresó a la Escuela Libre de Pintura de Guadalajara (1928) y organizó, con otros pintores de su generación, el grupo Pintores jóvenes de Jalisco.
    Anguiano, sin embargo, se dedicó también al grabado. Diez años después fundó el Taller de la gráfica popular, donde trabajó de manera ardua. Este género, comenta Navarro, es una línea paralela al muralismo, en el sentido de que va dirigida a un público abierto, gracias a las numerosas reproducciones, igual que el mural.
    La mayoría de los artistas de su generación emigraron a otros sitios del país, sobre todo a la ciudad de México, ya que “sufrieron las embestidas de la provincia”, a causa de las políticas centralistas que también rigen en el mundo del arte.
    La obra de Anguiano fue conocida en diversas partes de México y el extranjero, a donde el artista viajó en numerosas ocasiones, sobre todo a Tijuana y San Diego, sitios en los que daba pláticas, exponía piezas o recibía homenajes. “Más allá, su trabajo no tuvo el impacto de los muralistas de la primera generación, pero ello se debió, en mayor medida, a que comenzó a perderse la idea original del mural”.
    Era obvio: una de las constantes en el muralismo radicaba en atacar al sistema político, económico y social del país, e incluso arremetía contra las naciones extranjeras y exponía sus fallas.
    Por si fuera poco, otros pintores salieron de México con la idea de que el muralismo era tan solo un movimiento pictórico, y al tratarlo como tal, quisieron ponerse modernos, demasiado abstractos. La esencia se perdió y nacieron nuevas corrientes.
    Aparte del mural y el grabado, Anguiano estuvo involucrado en la escultura y la elaboración de cerámica. En ellas buscaba afirmar las cualidades estéticas fuera de la demagogia. Su obra a finales del siglo XX reflejaba una marcada influencia de los movimientos abstracto y futurista, procedentes de Europa.
    La muerte de Anguiano significa una pérdida más de la tradición pictórica mexicana, pues entre los dedicados al arte plasmado en edificios cada vez menos encuentran amparo. El maestro Navarro, que hace poco concluyó un mural en un centro educativo de Tlajomulco, asevera que “no hay dinero en este género. A diferencia de la pintura de caballete, el mural debe recibir un patrocinio para que uno pueda realizarlo, y es difícil”.
    Añade que el muralista debe tener vocación para esta actividad, así como existe una vocación de retratistas, pintores de paisajes o naturalezas muertas. Debe estar preparado para dar respuesta no a un individuo, sino a los problemas de la época.
    Incansable a sus 90 años, Raúl Anguiano dejó inconcluso un mural en el Instituto Politécnico Nacional (cuyo tema se centraba en la historia de esa escuela), así como decenas de óleos, acuarelas, gobelinos, pinturas y esculturas que giran en torno a la figura femenina, la identidad mexicana, sus dramas, religión y fiestas.
    En el Museo Raúl Anguiano (Mariano Otero 375), puede apreciarse todavía y hasta mediados de febrero, la exposición Identidades, la cual reú-ne alrededor de 40 piezas.

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