La agresión es tan placentera como el sexo

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Sorprenden los reportes en los que personas sin particulares rasgos sádicos ni vida con muestras de crueldad, de pronto incurren sin mayor problema en actos abominables en el trato a prisioneros. Ocurre en todas partes y en México las quejas por torturas no cesan. Algunas ya son parte de la defensa de todo detenido. Muchas, por desgracia, denuncian abusos graves y hasta sistemáticos. Es el riesgo que corre todo detenido, aun por faltas como la de manejar en estado de ebriedad.
De ahí que dé razón a la queja expuesta en Público por Héctor Aguilar Camín: el encarcelamiento de un joven por manejar con altos niveles etílicos abre la puerta a las bestias infernales que todos llevamos, pero que policías y delincuentes llevan a flor de piel. Es verdad que el conductor ebrio puede producir accidentes mortales o que dejen de por vida lisiadas a otras personas. Pero eso se resuelve reteniendo el auto y sumando las infracciones para cancelar la licencia de conducir. Pero el encarcelamiento puede transformarse en sentencia de muerte a causa de una infracción menor, porque la agresión a un detenido es placentera.
Una investigación conducida en la Universidad Vanderbilt y recién publicada este 14 de enero en la revista Psychopharmacology, se asoma a estas oscuridades del corazón humano, ya que comprueba, por primera vez, que nuestro cerebro procesa la agresión como premio, en buena medida como lo hace con el sexo, la comida y las drogas. La agresión es un estimulante y produce hábito. De ahí nuestra fascinación por los deportes y espectáculos violentos, desde cristianos devorados por leones, hasta los toros, el rugby y la cárcel de Abu Ghraib. Nuestra inclinación a buscar peleas se explica de la misma forma: se procesan como un placer.
“La agresión ocurre entre prácticamente todos los vertebrados y es necesaria para obtener y retener parejas sexuales, territorio y comida”, dice Craig Kennedy al respecto del estudio. “Hemos descubierto que la ‘vía de la gratificación’ en el cerebro se activa como respuesta a un hecho agresivo y que la dopamina está involucrada”. La dopamina es uno de los principales neurotransmisores, esos compuestos químicos que permiten el paso de una señal entre una neurona y otra.
Un desbalance en la actividad de la dopamina trae al sistema nervioso central problemas tan serios como esquizofrenia y enfermedad de Parkinson. Estudios realizados en los últimos treinta años han señalado el papel de la dopamina en el abuso de drogas de todo tipo, desde las “duras” hasta el alcohol. “Es bien conocido que la dopamina se produce en respuesta a estímulos gratificantes como sexo, alimento y drogas”, señala María Couppis, quien condujo el estudio para su tesis de doctorado en Vanderbilt. “Lo que ahora descubrimos es que también sirve como reforzador positivo para la agresión.”
Al suprimir los receptores de la dopamina por medios químicos bajaron los actos de provocación a la pelea en el laboratorio. Estos experimentos son los primeros en demostrar un enlace entre conducta y actividad de los receptores a la dopamina como respuesta a un hecho donde hubo agresividad. El cerebro se autodopa, se conoce de tres decenios atrás; pero puede conseguirlo buscándose una buena pelea.
“Aprendimos con estos experimentos que un individuo buscará, intencionalmente, un encuentro agresivo por el solo motivo de que le produce gratificación”, dice Kennedy… y lo hemos visto todos cuantos hemos presenciado un acto de clara provocación que no tiene otra finalidad que dar inicio a una pelea. El provocador ha aprendido que la pelea le causa placer.
“Esto muestra por primera vez que la agresión, por sí misma, es motivante, y que la dopamina, el bien conocido reforzador positivo, juega un papel central.”
¿Qué mejor objeto para darse este placer, esta buena “dopada” natural, que un joven encarcelado por 48 horas a causa de una infracción de tránsito donde no hubo daños a terceros? Otros detenidos y los policías conocen bien, sin el estudio de Vanderbilt, que provocar con él una pelea es tan satisfactorio como una relación sexual… y no se contraponen: pueden ser ambas. Y, como las guerras, todo mundo sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan. Una agresión en los separos puede terminar con un susto, unos golpes, o llegar a no se sabe dónde, porque los demonios de la dopamina estuvieron sueltos en las celdas.
Es evidente que a quien maneja borracho no se le puede multar y permitir que siga su camino: el alcohol puede hacer su mortal tarea y dejar a inocentes muertos o lisiados. Además, también puede duplicarse el placer del alcohol, añadiendo una buena pelea de tránsito. Pero la cárcel es un agujero del que muchos no salen vivos o intactos, así sean 48 horas. [
“Aggression as rewarding as sex, food and drugs.”
Contacto: Melanie Moran, melanie.moran@vanderbilt.edu

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