La voz de McFerrin

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Por primera vez se presentará en Guadalajara Bobby McFerrin, clarinetista, pianista, compositor, director de orquesta y poseedor de una de las voces más sorprendentes de nuestro tiempo. El miércoles 13 de febrero estará en el escenario del Teatro Diana y esa es una razón para festejar.
Aunque se trata de uno de los músicos más completos de la actualidad, su nombre ha quedado unido, casi me atrevería a decir que como una maldición, a aquella tonada ligera y divertida, que inundó las estaciones de radio en 1988 y que, aún hoy, veinte años más tarde, se sobreexplota en anuncios, lemas y demás: “Don´t worry, be happy”, casi un himno de la felizología instantánea anterior al Prozac.
Pero, no nos engañemos, Bobby McFerrin, cantante de registro inusitado –se habla de cuatro octavas–, quien puede ser calificado como el cantor a capella por excelencia, hombre orquesta, hombre de jazz, pero también de música de concierto, es más, mucho más que aquella cancioncilla que le redituó fama y regalías. Es, sí, un músico que encarna lo que hoy se conoce como el crossover, el paso de un género a otro, la ruptura de fronteras rígidas, una cierta libertad basada en el eclecticismo, pero también, en su caso, en el conocimiento y la capacidad musical.
McFerrin y su herencia familiar hablan por sí solas: de sus progenitores, ambos cantantes profesionales, destacó especialmente su padre, llamado también Robert McFerrin, cantante de ópera, barítono para más señas, y quien se convirtió en el primer negro que cantó en el famoso Metropolitan Opera House. Intérprete de Verdi y otros grandes creadores operísticos, se hizo célebre, además, por haber doblado la voz de Sydney Poitier en la versión cinematográfica de Porggy and Bess, la famosa ópera de George Gershwin. De ellos heredó Bobby su gusto por el canto, aunque se ha dedicado a facetas distintas, acaso más ligeras. Y es que hablar de Bobby McFerrin es referirnos a un músico versátil en el mejor de los sentidos. Un músico sólido pero sin solemnidad. Un cantante dúctil y virtuoso que parece estar jugando siempre en el escenario. Un artista que a todas luces goza y se divierte y que transmite ese gozo a sus espectadores.
Su carrera, que avanza diversa e incontenible desde principios de los ochenta, sorprendió en sus inicios por su manejo innovador de las voces múltiples: era un hombre orquesta que con su voz y con sutiles golpes en su cuerpo daba vida a todos los instrumentos e interpretaba un repertorio variado donde cabían lo mismo Bach y Vivaldi que los Beatles o Jimi Hendrix.
Pero no se detiene ahí: su búsqueda lo ha llevado a colaborar con artistas de la talla del cellista Yo-Yo Ma o del pianista Chick Corea, también a formar grupos donde explora las múltiples posibilidades de la voz humana o a dirigir orquestas sinfónicas con repertorios exigentes de autores como Mozart o Ravel.
La trayectoria de McFerrin comprende conciertos en escenarios de todo el mundo, festivales internacionales de gran importancia, muchos discos solistas de variedad asombrosa, colaboraciones con artistas de géneros múltiples y muchos premios Grammy en diversas categorías.
Pero quizás lo más importante que se podría decir de él, y por ello creo que vale la pena ir a escucharlo en esta visita, es que reivindica en cada interpretación y en cada gesto el disfrute de la música misma. Aunque sería arriesgado afirmar que emprende con el mismo carácter la dirección orquestal que la interpretación de canciones ligeras, sí me atrevo a decir que hay en todas sus facetas un mismo espíritu lúdico y exigente a la vez. Aún las tonadas más simples salen de su boca con un rigor que no es fácil de encontrar en otros cantantes, del género que sean.
Por todo ello, esta semana será la de McFerrin. No se lo pierdan.

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