memoria contra represión

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En primer plano se observan los cuerpos de unos jóvenes desnudos contra la pared y sus rostros tienen esa impresión desencajada de quienes saben que morirán en cualquier momento. Frente a ellos están otros hombres uniformados con bayonetas, guardias con aroma a pólvora, soldados satisfechos de sus armas, dispuestos a usarlas en cualquier momento.
Las imágenes de estos jóvenes violentados hace 40 años se muestran en el video llamado Tlatelolco: las claves de la masacre, elaborado por Carlos Mendoza, director de la productora Canalseisdejulio y La jornada. El video, producido en el 2002, se encuentra a la venta en librerías como Gandhi en Guadalajara y hasta en copia pirata por diez pesos en el metro de la ciudad de México.
Tlatelolco: las claves de la masacre, saciado de imágenes en blanco y negro, deja ver la sangre que mancha los calzoncillos de los desafortunados, los golpes en la piel y la mirada gacha de los sometidos. Muestra también los cuerpos que yacen pálidos en el piso. Ejemplifica cómo las creencias en la democracia, en el derecho, en las garantías constitucionales y en la reivindicación moral, morían junto a la juventud de aquella época.
2 de Octubre de 1968. El zumbido de las balas interminables se escuchaba en la plaza de las Tres Culturas. El ejército disparaba contra la gente que caía pesadamente. Jóvenes que se escondían en sus aullidos y veían cómo se agrietaban sus ideas de libertad. Jóvenes que seguían precipitándose hacia el suelo como una larga embestida interminable. Los niños corrían y eran derribados, las madres se adherían al cuerpo vivo de sus hijos para seguir existiendo, había llanto y tableteo de metralla, un ruido que no terminaba. Los fusiles, los revólveres y las ametralladoras entonaban un canto sin claudicaciones.
El escritor Carlos Monsiváis ya documentaba la matanza del 68 en el libro Días de guardar (1970): “Y el olor de la sangre era insoportable porque también era audible y táctil y visual. La sangre era oxígeno y respiración. Los cadáveres deshacían la Plaza de las Tres Culturas, y los estudiantes eran detenidos y golpeados y vejados. Los soldados irrumpían en los departamentos y el general Marcelino García Barragán, secretario de la defensa, exclamaba: “México es un país donde la libertad impera y seguirá imperando… Hago un llamado a los padres de familia para que controlen a sus hijos, con el fin de evitarnos la pena de lamentar muertes de ambas partes”.”
La historia de México es cíclica, redonda, se repite: los altos funcionarios dan órdenes para que el ejército dispare contra los “bulliciosos”, mientras que los empleados obedientes siempre están dispuestos a lavar la sangre, desaparecer las manchas y retirar los cadáveres. La prensa distorsiona las cifras de los muertos y alaba la sabiduría de sus gobernantes.
La represión continúa y los responsables siguen haciendo su carrera política, sus delitos prescriben, quedan impunes o mueren de viejos sin que nadie los moleste.

En aquellos tiempos
El calendario marcaba finales de los años sesenta. Las jóvenes vestían con minifaldas y los chicos pantalones de mezclilla. En la radio se escuchaban Beatles, Rolling Stones, Janis Joplin o Jimmy Hendrix. Se leía a los poetas de la llamada Generación beat: Jack Kerouac, Allen Ginsberg y William Burroughs.
La juventud marchaba por las calles promoviendo la paz y el amor mundial, un pensamiento que surgió desde finales de los años cincuenta en Europa, particularmente en Inglaterra y Alemania, por el temor a una guerra nuclear y la aparición de mayor pobreza mundial.
La concordia comenzó a perderse al iniciar el año 68 cuando asesinaron al líder Martin Luther King, cuando estalló en París la llamada Revolución de Mayo, cuando dispararon al candidato a la presidencia de los Estados Unidos, Robert F. Kennedy, y cuando Checoslovaquia padeció toda la crudeza de la fuerza bruta ante la invasión de su territorio por tropas soviéticas y del Pacto de Varsovia.
En México el freno a estas ideas de libertad se dio cuando aniquilaron a cientos de jóvenes en la plaza de las Tres Culturas. Ese año, el mundo entero tenía los ojos puestos sobre nuestro país, porque era la primera vez que los juegos olímpicos se llevarían a cabo en un territorio de América Latina y México era el ideal. Faltaban 10 días para las competencias, pero tras la pantalla de los edificios olímpicos se escondía la miseria, la jerarquización de una sociedad hostil a los olvidados de siempre y la crueldad de un gobierno dispuesto a simularlo todo.
Para evitar que los juegos olímpicos se vieran entorpecidos por los jóvenes mexicanos que exclamaban: “No queremos Olimpiadas, queremos revolución. No queremos Olimpiadas, queremos revolución”, el presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, y el secretario de gobernación, Luis Echeverría, con ayuda de Estados Unidos, habilitaron a un grupo de francotiradores que pertenecían al llamado “Batallón Olimpia” con el objetivo de detener a “los cabecillas”y estudiantiles que tenían como bandera la crítica al autoritarismo del gobierno mexicano.
Además, bajo las órdenes del Estado Mayor Presidencial (EMP) formaron otro comando armado de personas disfrazadas de civiles que se identificaba por portar un “guante blanco” y que tenían como objetivo agredir a los subversivos.
Desde agosto de 1968 los dos escuadrones junto con ayuda del ejército actuaron contra los estudiantes. Primero desalojaron con sus tropas a los manifestantes que se habían instalado en el Zócalo y querían quedarse ahí hasta que el gobierno estuviera dispuesto al diálogo público, después expulsaron a un contingente de estudiantes que se agrupó en la plaza de la Constitución, además atacaron a alumnos de la Vocacional, preparatorias y del Instituto Politécnico Nacional y por último invadieron Ciudad Universitaria (CU).
El día de muerte fue el 2 de Octubre de 1968. El ejército tocó a los estudiantes con las ráfagas de violencia. El llanto indiferenciado de los hombres, mujeres y niños se escuchaba en la plaza de las Tres Culturas. Los gemidos y alaridos se hundieron en la historia de México.

En estos días
Las victorias y los retrocesos nos pertenecen a todos. Olvidar la historia daña la atmósfera moral de la sociedad. Un pueblo que pierde la memoria pierde el futuro, porque sólo es posible construir a partir de la verdad.
El Movimiento estudiantil de 1968 se encuentra entre los acontecimientos sociales más significativos de la historia contemporánea de México. Su orientación crítica estuvo dirigida a un modelo de gobierno marcado por el autoritarismo y constituyó una expresión de ruptura vital, frente al hermetismo secular que definió un extenso segmento de la vida política de nuestro país. Su papel activo en la construcción democrática de la nación y su decisiva influencia en los cambios de mentalidad que se dieron en diferentes ámbitos de la sociedad mexicana a partir del último tercio del siglo XX, lo han convertido en expresión colectiva y en emblema del sentimiento de ruptura por casi cuatro décadas.
La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), como reconocimiento al impacto social y simbólico del movimiento en favor de los derechos individuales y colectivos, así como del ejercicio de las libertades públicas y privadas, realizó desde noviembre de 2007 un Memorial de ese momento de la historia mexicana.
El Memorial del movimiento estudiantil de 1968 está formado por una instalación de elementos audiovisuales dentro del sistema multimedia, que operan de manera sincronizada. Sus contenidos están sustentados por material de cine, video, fotografía y audio, así como por objetos y documentos que contextualizan ampliamente el movimiento en un horizonte historiográfico: el preámbulo y contexto político y social, nacional e internacional de los años sesenta, cronología del Movimiento estudiantil y repercusiones en la vida política y social de México. El área exhibición cuenta con módulo de documentación donde se pueden consultar los acervos que sirvieron de soporte al proyecto museográfico. El Memorial está ubicado en la calle Ricardo Flores Magón en la colonia Nonoalco – Tlatelolco, en la ciudad de México.
Aunque no todos tienen un memorial, la historia de México se encuentra plagada de estos ejemplos: el jueves de Corpus de 1971 (documental “Los Halcones” de Canalseisdejulio); la guerra sucia de los setentas y ochentas; la masacre de Wolonchán en Chiapas, en 1981; las represiones militares en las Huastecas, en los ochentas; la respuesta militar al alzamiento zapatista de 1994; las masacres de Acteal y Aguas Blancas, en los años noventa; la represión al movimiento estudiantil en 1999 y a Atenco en 2001; los operativos policíacos militares contra Atenco y Oaxaca en 2006; la actual paramilitarización en Chiapas, Oaxaca y Guerrero; la militarización del país y las violaciones en Coahuila, Michoacán, Oaxaca, Atenco, Zongolica.
Las respuestas violentas del gobierno hacia los movimientos sociales evidencian su incapacidad de resolver los problemas sin usar la fuerza represiva y acrecientan el malestar social, político e histórico.
La cifra de lastimados, víctimas y rencores aumenta. La protesta de los agraviados del sistema estalla constantemente junto con la represión militar y policíaca, convertida en el único recurso de gobiernos, -de todos los colores-, políticamente impotentes.
Aumenta la dependencia de la élite mexicana hacia los Estados Unidos, una élite que cada día está dispuesta a vender el país al mejor postor. Regresa la clase política, violenta y camaleónica, que pondera el autoritarismo. Se vive en un lugar donde no son reales las libertades políticas, ni la paz social, ni la pregonada democracia. Persiste la violencia sistémica, estructural, y la represión vuelve recurrente la protesta social y política.

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