Muchas mujeres son sinónimo de un currículum envidiable para los hombres. Pancho Villa no fue la excepción: 18 pasaron por su vida. Por lo menos son las que ha contabilizado Rosa Helia Villa, autora de la novela Itinerario de una pasión, los amores de mi general Villa, de editorial Punto de Lectura.
La mayoría permaneció a la sombra de su hombre, pocas influyeron en las decisiones del general. Luz Corral fue el gran amor de su vida. “Yo la conocí. Era muy inteligente y muy guapa. Ella lo amó a pesar de todo. Yo le pregunté un día: “Doña Luz, ¿cómo siguió con él, a pesar de que tenía más mujeres? Me contestó: “Ay, mira tú, pues tendría sangre de musulmán”.
Luz impidió que Villa mandara fusilar a ílvaro Obregón, cuenta Rosa Helia: “Le dijo: ‘no puedes hacer eso porque la historia te va a acusar de traición’. Era tanto el ascendiente que ella tenía sobre él que desiste en su empeño. Yo me pregunto qué hubiera sucedido en México si no hubiera convencido al general… Ese es tema de otra historia”. La ventaja que tienen los novelistas, a diferencia de los historiadores, es que sí pueden hacer suposiciones. “De hecho, yo tengo ganas de escribir un cuento sobre lo que hubiera ocurrido”.
Luz Corral afirma que también fue la mensajera del general revolucionario cuando éste mandó avisar a Madero que lo querían asesinar. Ella le advirtió al entonces presidente que Bernardo Reyes había invitado a Pancho a sumarse al complot para matarlo. Desgraciadamente, Madero no hizo caso, confiaba en Victoriano Huerta, señala la autora. Ella sostiene que todos los hechos descritos, las fechas, los nombres de las mujeres son reales, lo único ficticio son los diálogos entre los personajes. La novela incluye notas a pie de página y bibliografía para los interesados que quieran ahondar en el tema. “Para escribirla intercambié opiniones con Guadalupe, mi hermana, quien es doctora en historia y experta en villismo. Seguí al pie de la letra (casi siempre) sus indicaciones”.
Cada historia de amor fue escrita por separado. Después fue armado el rompecabezas a través de un hilo conductor. “Yo no me imaginé nada. La novela narra lo que el espíritu de mi abuela, Guadalupe Coss, me dictó. Ella vivió una historia de amor con Villa. Los espíritus que no vemos rondan entre nosotros. Yo siento que ella empujó mi pluma”.
Para sentir a Villa, para comprender su esencia, Rosa Helia tuvo que conocer los caminos que recorrió el Centauro del Norte: “Para escribir sobre ese niño que estuvo perdido en la sierra, que se tuvo que unir a los robavacas, a los bandidos y que fue capaz de superar toda esa adversidad hay que ir a la sierra, dormir a cielo abierto una noche, recorrer el desierto de Chihuahua donde ese sol derrite plomo… Lo hice muchas veces”.
Su gusto por las bodas
“Era generoso, tierno, con un enorme corazón que entregaba sin condiciones a quien lo amaba, pese a ser de naturaleza desconfiada, pese a ser rudo, con la rudeza que imprimió en su ser la inmensa serranía y la aridez del desierto de Chihuahua. Con la aspereza del hombre solitario e inerme y con la infinita generosidad de quien ha recibido un beneficio de quien menos lo esperaba, en el momento preciso. Pancho Villa sabía darse sin medida, pero ¡Ay de quien llegara a fallarle”. Rosa Helia pinta al general revolucionario de carne y hueso: su propensión a enamorarse, sus pasiones, decepciones y las traiciones que sufrió. Eso sí, era a su manera un caballero, le disgustaba jugarles chueco a sus novias. Su corazoncito era tan grande que podía albergar a 18 o más.
“En las bancas, la tropa de pie presenta armas y escucha con atención la voz paternal y severa de su jefe que se dirige a ellos: ‘Nunca hagan violencia a las mujeres. Llévenlas a todas al altar, que al fin y al cabo los matrimonios por la iglesia no obligan a nadie y de este modo no se privan ustedes de su gusto ni las desgracian a ellas. Ya me ven a mí, tengo a mi esposa legítima ante el juez del Registro Civil, pero tengo otras, también legítimas ante Dios o, lo que es lo mismo, ante la ley que a ellas más les importa. Ninguna, pues, tiene que esconderse ni de qué avergonzarse, porque la falta o pecado, si los hay, son míos…”. Esos son los consejos que Villa da a su gente en una de sus tantas bodas descritas en Los Amores de mi general.
Hasta las gringas se morían por él
Doroteo Arango Arámbula tenía encanto, le llovían las mujeres. No es que él las buscara, ellas llegaban solas. Hasta las gringas se morían por él. En cuanto a los gustos del general, le llamaban la atención las mujeres bonitas e inteligentes. “Las tontas no lo motivaban, al menos que fueran muy bellas”, indica Rosa Helia Villa. En la novela hay diversos pasajes donde retrata el pegue que tenía Pancho Villa ante el sexo débil. En uno de ellos puede leerse:
“Si yo me pusiera a hacerle caso a todas las mujeres que me escriben y me dicen que me quieren, no tendría tiempo para nada más –dijo a una de sus mujeres– … (Ella tomó una que firmaba Miss Cartland, de Oklahoma), que en no buen español pero lo suficiente para entenderse decía así: ‘General: soy una muchacha que tengo 18 años y soy dueña de muchos acres de tierra, no tengo padres, yo quisiera irme con usted, pero si usted es casado, dígame quién es el más bravo de sus soldados y yo me caso con él…’ La otra era una periodista inglesa, vieja y muy resbalosa llamada Ethel B. Tweedie”.