El 2008 es un año más que significativo para Carlos Fuentes, quien con motivo de su octogésimo aniversario en este mes de noviembre, será homenajeado. El peso e importancia de su obra no es la razón de este artículo, sí en cambio, su debut como libretista de ópera. Una vez que fue anunciada la presentación de la ópera Santa Anna comenzó una cascada de cuestionamientos y críticas respecto, fundamentalmente, a la inversión. Se cuestiona de manera incisiva el gasto que supone tanto para la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, como para la Universidad de Guadalajara. Como siempre, para muchos la ópera se sigue viendo como una manifestación artística impropia para el concepto de cultura que se tiene en las instituciones públicas, que responden fundamentalmente a una idea populista de festivales de ciudad con espectáculos callejeros o talleres en casas maltrechas mal llamadas de “cultura”. Es decir, actividades que muchas veces sólo sirven para llenar formularios y cumplir con requisitos propios a la burocracia. Por asuntos como estos, nuestra Orquesta Filarmónica sigue dejando qué desear, no se cuenta con una auténtica compañía estatal de teatro y los estímulos que el Estado reparte anualmente a creadores son de risa. Sí, a todos nos gustaría contar con grandes recursos, con gobernantes inteligentes, propositivos y cuya visión les permitiera dar continuidad —sin importar los cambios de administración— a proyectos con futuro. Aún no es así. Sin embargo, hay quienes pese a ello se arriesgan y hacen, por ejemplo, ópera.
No es posible hablar de ópera sin conocerle, considerando sólo lo que los limitados márgenes de las distintas administraciones públicas y las mentes “críticas” oportunistas, creen que es. La ópera es diferente a la música, a la literatura, las artes plásticas, incluso el teatro, es todo, es la obra de arte total como la pensara Richard Wagner. Cargada de peculiaridades socio-culturales y estéticas, la producción e interpretación de una ópera es también muy distinta (y lo digo con respeto) al festival del mariachi, que con un perfil mucho más popular vende boletos de sus galas hasta en dos mil pesos.
Desde sus inicios, la ópera ha sido una actividad complicada. Actualmente, montar una obra operística es más difícil aún que en otros momentos de su historia. Me refiero a que precisamente por optimizar sus costos resulta indispensable reducir los plazos de su producción, responder a complejos sistemas de difusión así como cubrir necesidades cada vez más elaboradas, todo ello hace que su estrategia de producción no tenga mucho que ver con las de su realización, ni siquiera, a principios del siglo XX. Lo que sí permanece, y cuestionarlo denota desconocimiento, es que la creación operística como artística en general es el resultado de convenciones y acuerdos entre distintos grupos. Así cada periodo histórico, cada lugar ha tenido un conjunto de artistas que realizan su trabajo gracias a los apoyos de la figura del mecenas, que aunque cambia de nombre, se mantiene. Y no es que este fenómeno sea exclusivo de la ópera. Curiosamente, es este elaborado panorama el que la engrandece.
Los teatros de ópera alrededor del mundo son instituciones que marcan de manera determinante el sistema cultural de cada país, convirtiéndose en punto culminante para el desarrollo de artistas de muy diversas disciplinas, puesto que participan en la consolidación de sus carreras profesionales. Lo que hoy marca el ámbito laboral en todos lados es la especialización y la ópera es un magnífico ejemplo de ello. Llevar a cabo un proyecto operístico supone hacer confluir un auténtico ejército de creativos y especialistas, puesto que hay muchas áreas que sobrepasan las competencias puramente artísticas. En el organigrama de un proyecto operístico aparece una enorme cantidad de niveles de responsabilidad, que corresponden principalmente a cuatro grandes áreas de la gestión creativa: la artística, la técnica, la administrativa y la de difusión.
Con 400 años de historia, la ópera en muchos países goza de gran salud, en otros, muestra signos de clara decadencia, y en algunos lugares apenas sobrevive. Las causas son diversas y una de ellas tiene que ver en que muchos le siguen considerando como un conjunto de obras de los siglos XVII al XIX, quizá menos incluso, en el que además, se dice despectivamente, se canta en otras lenguas, sin contar con que se sigue representando de la misma manera, sin recontextualizar el montaje. No existe una producción de ópera, por pequeña que sea, que no requiera una organización clara, un presupuesto preciso y un plan de difusión efectivo, eso cuesta, así es hacer cultura.
Ahora se anuncia la presentación de Santa Anna, una ópera cuyo libreto ha sido escrito por Carlos Fuentes y la música por José María Vitier, quien como compositor posee una carrera tan destacada como la de Fuentes en la literatura. Es cierto, nadie nos asegura que la ópera sea buena, que guste, no podemos tener esa certeza, pero yo agradezco tener la oportunidad de asistir a un espectáculo de ópera que hable de nuestra historia, que recupere a un personaje de poder tan importante para lo que hoy es nuestro país, conocer la visión desde la cual Fuentes lo construye, le da voz, cómo recupera en él el concepto de México; cómo Vitier se acerca e incorpora la música tradicional veracruzana y también ver y escuchar en nuestros escenarios a connacionales de grandes voces. La ópera es así, millonaria, no conozco ninguna que no cueste eso, y si la otra opción es no hacerla, cruzarse de brazos o seguir programando galas de ópera con pedazos de historias porque no hay presupuesto, repasando sin cesar los mismos repertorios sin cambios, pues entonces yo celebro que instituciones públicas hoy hayan dicho sí a una producción nacional.
La discusión es semejante a la que sobre el cine mexicano existe. Siendo las producciones cinematográficas aún más “caras” y arriesgadas que las operísticas, se cuestiona su viabilidad ya que muchas películas y cortometrajes apenas se presentan en una o dos ocasiones, dentro quizá de algún festival, ya que entrar en los circuitos comerciales no es negocio. Entonces, ¿se debe hacer cine en México? Igual que en el cine, yo siempre celebraré que en México se sigan contando nuestras historias, que no eternicemos nuestra categoría de observadores pasivos y distantes de los temas y problemas de otros. Si el pretexto ha sido el cumpleaños de uno de los escritores más importantes de México, pues a su salud.