Al escritor galés Ken Follett la crisis no le preocupa. En el pabellón de la FIL de su casa editora, los gordos bloques de papel se estiban en torres que se desmenuzan en bips de la caja registradora. Según él, la gente recortará otros gastos, como un coche nuevo o cambiar la cocina, antes de privarse del gusto de un libro. “Los libros son una buena inversión. Un libro te entretiene a lo largo de muchas noches y es más barato que salir a un restaurante”.
Habla de sus novelas con un orgullo que no disimula. En combinación con su particular porte británico, deja ver en el excelente corte del traje, la corbata de seda y los anillos de oro lo bien que le sienta el éxito editorial. “Jamás podría ser un brillante escritor pobre. Simplemente no tengo ese tipo de personalidad”.
Firma los ejemplares, se deja tomar fotos, sonríe y está atento a sus lectores. “El modo en que los imagino al escribir es pensando en lo que a mí me gusta, el tipo de cosas que me hacen dar vuelta a la página y preguntarme qué va a pasar después. Por supuesto, también hablo con la gente todo el tiempo sobre mis libros y los libros de otras personas. Siempre les pregunto qué les gusta, ¿los personajes?, ¿el argumento?, ¿el modo en que está escrito? Pero principalmente pienso en mí: ‘¿Me gustaría esto?, ¿lo odiaría?’”.
Escribir para entretener a millones de personas ha sido su sueño desde que a los 12 años leyó a Ian Fleming. Bueno, después de darse cuenta, como él dice, de que nunca sería lo bastante alto ni lo bastante rudo como para ser James Bond.
Con que se ha dedicado a escribir best sellers. El más nuevo de todos, Un mundo sin fin, es su segunda novela ambientada en el medievo y está enlazada con Los pilares de la Tierra por los trabajos de construcción, en la primera, y luego de reparación de la catedral de Kingsbride, pueblo ficticio.
A diferencia del resto de sus obras, thrillers que inmiscuyen lo mismo espías que experimentos con biotecnología y soldados de la Segunda Guerra Mundial, su saga medieval sigue la vida de sus personajes desde la infancia hasta la vejez. Le parece que así es mucho más interesante para el lector, al modo de Dickens y Balzac, aunque el siglo XX esté de por medio. “Supongo que soy anticuado”, contesta.
“Una parte básica de mi personalidad es que siempre he deseado entretener a la gente, hacerlos felices, que disfruten mi trabajo. Si fuera el tipo de escritor pobre cuyos textos no parecen importar a nadie, dejaría de escribir. Jamás diría ‘Mi obra es genial pero nadie la entiende’”.
Ha encontrado su estilo, afirma sin la más mínima duda. Sus personajes son creíbles, dice, no le preocupa ahondar en problemas internos. Hamlet, por ejemplo, es una magnífica obra que inicia como un thriller, con la misión de asesinar al rey. “Como en Alto riesgo”, novela suya publicada en 2001. “Pero Shakespeare hace que todos los problemas sucedan en la cabeza de Hamlet. Si yo tuviera que escribir esa historia pondría impedimentos físicos a su misión: tendría que entrar al castillo, conseguir acercarse al rey, burlar a los guardaespaldas…”.
Y su estilo funciona. Por lo menos para sus lectores, que ya han comprado cinco millones de copias de Un mundo sin fin desde su lanzamiento a finales de 2007, y un total estimado de 90 millones a lo largo de los 30 títulos publicados desde 1974, aunque los primeros firmados bajo pseudónimos como Simon Myles, Martin Martinsen, Zachary Stone y Bernard L. Ross.
Sé que también le gusta el blues y que es bajista en un grupo aficionado desde hace 15 años. ¿Ha considerado escribir un relato sobre música alguna vez?
Definitivamente no. Jamás lo haría. Es muy difícil escribir sobre música, porque no puedes oírla. Como escritor no estoy interesado en hacer ese tipo de cosas. Me interesan historias que se desarrollan rápidamente, con muchas ramificaciones y personajes. Es inusual, pero hay libros que lo han logrado y me parece brillante. Lo admiro, como admiro a las personas que corren un maratón, pero nunca lo haría.
Algunos de sus argumentos se han adaptado al cine y la televisión, ¿qué opina de esta transición?
Es muy preocupante. Sabes que van a cambiar a los personajes que has imaginado y vas a ver a un actor sentir lo que tú pensaste que sentirían. Has puesto tanto cuidado en que no haya partes aburridas y en que todo sea lógico, que te preocupa que los realizadores no vayan a ser tan cuidadosos como tú. Y a veces hacen cosas horribles… y a veces lo hacen muy bien. Pero sabes qué, siempre tomamos su dinero.
¿Le parece verosímil su personaje Caris, una especie de feminista en el siglo XIV?
En todas las épocas hay gente que rehúsa el rol que le asigna la sociedad. Caris es una de esos rebeldes, que son los más interesantes porque son los que generan drama, los que cambian el mundo. Por ejemplo, ahora las mujeres dan por sentado la igualdad de género, pero en mis tiempos eso era una auténtica controversia. Yo soy de izquierda, ¿sabes?, estaba muy involucrado en política y en cierto momento alguien dijo “Creemos en la democracia, pero ¿cómo es posible que siempre sean las mujeres las que hacen el té?”, y me dije “¡Por dios! ¡Es cierto!”. Las mujeres de ahora no tienen idea de las peleas que lucharon sus madres. Son increíblemente ingratas.
Los editores lo adoran por sus ventas y se disputan los contratos. Pero los críticos no le tienen tanta simpatía…
La crítica generalmente no dice nada interesante de mis libros. La razón es que mientras los lectores simplemente se pierden en la historia, ellos están pensando en cómo escribir un artículo que entretenga a los lectores del periódico.