Los seres humanos estamos hechos de palabras. Nos forman, hacen vacilar y dar vueltas. Saltar y volar. Fundir o confundir. La palabra es el elemento fundamental de la experiencia del ser humano como tal. Nos crea y nos permite crear.
Mario Ruggenini, profesor de filosofía de hermenéutica de la Universidad de Venecia, interpreta a la palabra como experiencia filosófica de pensamiento y de vida. Para él, al interpretar la palabra no pretende encontrar verdades absolutas.
La palabra no empezó a partir del hombre biológico que se transformó y produjo la palabra. El significado de Hombre está más allá del darwinismo que sostiene que el hombre proviene del mono, luego evoluciona y se apropia de la palabra. “El Hombre es quien produce la palabra”.
El hombre es un ser subjetivo, abstracto, que se inventa y construye de palabras. Es capaz de preguntarse y buscar respuestas que no son definitivas. Las verdaderas son abiertas, no concluyentes.
“Cuando nosotros experimentamos algo que es verdadero, pero lo pensamos como verdadero absoluto nos cerramos a otras propuestas de verdad”, pronuncia Ruggenini, un hombre de cabellos blancos que asistió a la FIL a dar una cátedra de filosofía.
Indica que la cultura de hoy piensa que antes que las palabras, está el quehacer del hombre con su cuerpo, está lo que ha creado con sus manos: casas, edificios, monumentos…
Al inicio está la palabra, porque es la organizadora del mundo. Las montañas nacen en el momento que aparece un hombre y las nombra. El hombre sabe distinguir las cimas, las plantas, el agua, la tierra. “Sin la palabra no hay hombre y sin la palabra no hay mundo”.
Debemos enfrentar al hombre a través del lenguaje y su inteligencia. Buscar a los hombres en la palabra, interrogamos: ¿Qué es un hombre?, ¿qué es un animal? ¿qué son las piedras? No es posible enclaustrarnos a una sola reflexión del hombre y las cosas, puesto que si el hombre no proviene de la interrogación, es un ser acabado.
Sabemos que vamos a morir por lo tanto estamos dominados por la pesadilla del momento final, notamos el nacimiento de cada ser humano, pero tenemos una concepción demasiada biológica de la vida humana.
El recién nacido se encuentra con un mundo ya hablado, así la relación con el mundo es una relación de palabras y su significado. Sin embargo, para darle peso a nuestra existencia debemos asumir la responsabilidad de lo que somos capaces, llegar a compromisos.
“Estamos llamados a responder, ser interpelados, estamos asumidos a responder, a hablar unos con otros”.
Mario Rugenini al dar su cátedra se convirtió en el amo de las palabras, mago, chamán, hechicero y brujo, un guía para los estudiantes. Como en los tiempos mitológicos, durante las edades en que los hombres aún escuchaban las voces de los dioses, la relación entre los seres de palabras y el poder era muy estrecha.
El amo de las palabras solía ser también el guía de su tribu. Después de aquellas épocas primeras, ya en los albores de nuestra civilización occidental, la razón humana dictó, como aspiración ideal, que los amos de una sociedad fueran sus habitantes más sabios. No obstante, con el tiempo, decayeron y se volvieron déspotas e incapaces, sostiene Rafael Fauquié, profesor del Departamento de Lengua y Literatura de la Universidad Simón Bolívar en Venezuela.
La palabra funcionaba como una búsqueda espiritual de las sociedades, la búsqueda simbólica del ser humano, pero, en la actual época las palabras se han empobrecido al igual que los hombres.
El ser humano en la enajenación del capital, ha llegado a ser un humano práctico rutinario, burocrático, un producto en serie que olvida su esencia humana.
El hombre ya no se interroga, no se hace preguntas, se encuentra frente al vacío existencial, pierde sentido de su existencia.
La historia del hombre podría reducirse a la de las relaciones entre las palabras y el pensamiento, como decía Octavio Paz, en El Arco y la lira.
Todas las sociedades han atravesado por estas crisis de sus fundamentos que son, asimismo y sobre todo, crisis del sentido de ciertas palabras. Se olvida con frecuencia que, como todas las otras creaciones humanas, los Imperios y los Estados están hechos de palabras: son hechos verbales.
En el libro XIII de los Anales, Tzu-Lu pregunta a Confucio: “Si el Duque de Wei te llamase para administrar su país, ¿cuál sería tu primera medida? El maestro dijo: La reforma del lenguaje.” No sabemos en dónde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro. Las cosas se apoyan en sus nombres y viceversa. Así, en un extremo, la realidad que las palabras no pueden expresar; en el otro, la realidad del hombre que sólo puede expresarse con palabras.
Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad. No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimiento: lo primero que hace el hombre, frente a una realidad desconocida, es nombrarla, bautizarla, eternizarse.