Bailar sobre claveles

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Con la misma belleza y reflejos de un cardumen, un grupo de hombres y mujeres acosan la violenta femineidad de una bailarina apenas vestida. La persiguen con saltos, giros y extensiones que semejan la suspensión acuática que se consigue al nadar. La acorralan con miradas obsesivas, se alejan mientras ella enciende sus movimientos hasta quebrarse. Así consagró la primavera Pina Baush (1940-2009), cuya inesperada muerte renueva el interés por su legado.
Las últimas décadas del siglo XX estuvieron marcadas por vanguardias artísticas que difundieron la práctica, principalmente estadunidense, del happening y el performance art. A través de ellas, los límites entre la danza y el teatro se desdibujaron. En los años ‘70, Bausch experimenta y crea nuevas formas en el teatro-danza. Sus coreografías discuten las fronteras del teatro, aquellas que habían sido ridículamente custodiadas por la tradición. Bausch, como pocos artistas, recupera y utiliza a su favor el poder ritual que guarda la escena. Lo concibe como el orden preexistente a la representación, su propia encarnación.

Rupturas estético-expresivas
La timidez de su personalidad contrastó con la potencia de su arte. Luego de pasar una larga temporada en la Juilliard School de Nueva York, vuelve a Alemania y comienza a trabajar en el mítico Tanztheater de Wuppertal, mismo que dirigiera hasta su muerte. Desde sus primeras creaciones, Pina Bausch muestra un arte escénico diferente al dramático, y si bien, estrechamente ligado a la danza, la trasciende. Parte precisamente de la idea de lo múltiple vital.
El cuerpo y el movimiento son un conjunto de multiplicidades expresivas que cuestionan sus posibilidades a partir del ejercicio coreográfico. El arte de Bausch incluye la voz como elemento expresivo y, al hacerlo, carga de peso actoral a los bailarines, extiende su responsabilidad y carácter a la vez que modifica el sentido de la creación escénica.
A finales de los setenta, algunos estudiosos y críticos acuñan el concepto de “ballet postmoderno” y es ahí en donde inscriben las creaciones de Bausch.
Esta coreógrafa alemana también rompe la concepción del territorio para la expresión. El espacio para el arte de Bausch es abierto. El sitio para la creación se renueva en el momento en que hace el desmontaje del clásico entarimado para buscar superficies que además de abiertas, tengan una clara carga orgánica. Sus coreografías ocurren sobre hierba fresca, hojas secas, cientos de rosas y tulipanes de seda.
El agua fue otro componente básico para su concepción artística. En este elemento es posible encontrar empatía con la personalidad creadora de Bausch. El agua muta, es maleable, toma la forma del continente y a la vez no detiene su fluido, se extiende sin límites, puede abrazar el cuerpo en su totalidad, así como estar dentro de él.
Con ligereza y agilidad un bailarín se desliza sobre un mar de mágicos claveles. De pronto, a gritos e iracundos movimientos, corre al resto de los bailarines. Se queda solo frente al público y le grita, le increpa feroz, sin dejar de moverse: “¿Qué quieren?, ¿quieren ver ballet? ¿quieren en l’ air,?” Lo grita como un insulto y baila. Enfundado en un amplio vestido negro, baila desprendido, impetuoso realiza pasos de ballet clásico. El público, sin entender mucho, aplaude la perfección de la ejecución, mientras él flota sobre las flores y no deja de gritar. Este es un ejemplo del cuestionamiento de Bausch a la escena, sin contar con que el bailarín está muy lejos del perfil de los montajes clásicos.
The man I love es otra de sus obras. Mientras se escucha la canción de Gershwin, un hombre la interpreta con el lenguaje de señas de los sordomudos. El efecto es extraordinario. Escuchar la voz antigua y enamorada de Helen Morgan, mientras la delicadeza expresiva del bailarín, solo y de pie, altera sensiblemente la semántica de la palabra. Ahí están dos rupturas contenidas: la de la voz y la palabra del bailarín y la resignificación espacial.

Lo humano, el espacio y el cuerpo
La danza de Pina Bausch, su baile y actuación están fundados en la inclusión de todo lo humano. La seducción no se da en el encuentro con lo perfecto, sino en el reconocimiento de lo sobrenatural que posee lo común, aquello que existe en nosotros mismos. Consiguió encontrar lo extraordinario que tiene la normalidad.
Su cuerpo de baile es representativo de lo universal. Bailarines de múltiples nacionalidades y razas se implicaron en profundos procesos creativos. Bausch creaba con su grupo a través de preguntas. A pesar de su aparente simplicidad, los llevaba a responder a través de viajes íntimos con sus deseos, temores, fragilidades y complejos. Había que buscar rutas interiores y también abrirse al viaje exterior, recuperar del otro, del que vive en sitios y culturas contrastantes.
Viajó mucho y observó aún más. Recorría las ciudades que visitaba, con la intención de recuperar el movimiento cotidiano de la gente, sus maneras expresivas, aquello que compartía y lo que era único, exclusivo del otro.
La danza-teatro de Pina Bausch mueve a quien la observa. Aunque tuvo detractores, como resulta lógico, es imposible negar la humana belleza de su creación, de sus preguntas, y sobre todo de las impactantes imágenes de sus respuestas. Cómo no sentirse tocado de sólo pensar en uno de sus espectáculos más hermosos: Todo lo que hacemos para que nos quieran.

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