ílvaro Enrigue

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“Si vas al DF no me busques. Pero si vas a Nueva York, pues me avisas”. Con la maleta ligera de los viajes breves, ílvaro Enrigue se despedía hace poco más de una semana tras un café a la mañana siguiente de su conferencia en el Museo de Arte de Zapopan como parte del ciclo “Diez novelas para entender el México contemporáneo”. La muerte de un instalador fue la octava elegida, aunque a Enrigue le incomoda la utilidad atribuida y mejor hizo su disertación sobre la forma rebelde de libros, la inevitabilidad de esa forma y sus trasfondos sombríos de larga raíz. “Nunca he escrito una novela larga” fue el título que acabó sustituyendo a “Técnicas de conversación con los difuntos”, aunque no faltó la docta referencia a Lope. No sobra el adjetivo: Enrigue hizo el doctorado en Literatura Latinoamericana en la Universidad de Maryland y ahora vuelve al Norte con una beca para escribir la novela que le seguirá a Decencia.

La cosa pública
Supongo que distintos escritores tienen distinta relación con la cosa pública. Yo no tengo ningún problema con ser funcionario, acabo de finalizar dos años y medio como editor de Conaculta. Creo que es padre devolverle al país lo que nos ha dado siempre. Tengo más problema, en cambio, con la cuestión de estar obligado a opinar sobre todos los asuntos si eres escritor. Me paso la vida declinando hablar de lo que no soy especialista, que son básicamente todos los asuntos. Yo de lo único que sé es de futbol, de beisbol y de literatura.

Pumas
En cuestión de futbol es lo obvio si eres de Coyoacán, aunque nunca me admitieron en la UNAM. Pero es el equipo del barrio. A los once o doce años agarras tu bicicleta, te vas al estadio, te compras un boleto y te metes a ver el partido, y ya. A menos que sea liguilla, no tiene mayor ciencia ir al estadio. Igual con mis hijos: los sábados a las diez nos íbamos caminando, cruzando la reserva ecológica de la Universidad, hasta llegar a Insurgentes; llegábamos a las once, nos acomodábamos y listo.

Entrevistas
Todos sabemos que son puras tonterías lo que uno dice en las entrevistas, lo que hay que evaluar es el trabajo que está en el libro. Lo que yo diga al respecto no es más que porque la editorial me obliga a promoverlo, viene en el contrato. Lo interesante es que eso ahora se usa como arma. Ahora leemos las entrevistas. Antes leíamos libros y los comparábamos con otros libros. Hay un problema si lo que hacemos es googlear a los autores y no a las fuentes, si investigamos lo que han dicho y no lo que han escrito.

Beisbol
De niño era muy aficionado a la liga mexicana, en mi casa le íbamos a los Cafeteros de Córdoba, que desaparecieron. Fue la primera gran sensación de orfandad en mi vida. Como ya no tenía sentido ir a parque del Seguro y no pasaban el beisbol nacional en la tele, estuve un tiempo peloteando por ahí, hasta que me aficioné a los Orioles de Baltimore, que en esos años era un gran equipo y que últimamente han sido mi gran aprendizaje en el tema de la derrota, lo cual me ha ayudado mucho a sobrevivir como escritor. Hace diez años que pierden más partidos de los que ganan y quince que no pasan a la post temporada.

Clase media
Supongo que publicaré mi tesis doctoral este año o el que viene. Llevo mucho tiempo trabajándola como libro. Tardo muchísimo en escribir cada uno. Es algo sobre economía y literatura, sobre la clase media como la gran productora de los escritores en América Latina. O no sé si haya relación, pero el sólo fenómeno de su aparición simultánea ya es suficiente. La primera clase media latinoamericana surge al mismo tiempo que el Modernismo: Gutiérrez Nájera, Martí, Darío, todos tenían una chamba, eran profesionistas que en las noches se ponían a escribir poemas. Y el gusto modernista es el que se instala en la clase media, incluso luego de 1914 cuando se desprestigia esa estética tan cursi, pero pasa al bolero, y sigue. Más adelante, Novo, Monsiváis y Pacheco, vienen también exactamente de ahí, por ejemplo. Justo Pacheco dice que Carlos Fuentes es el único escritor de clase alta que ha dado México. Seguramente habrá otros, pero la verdad es que yo mismo nunca he vivido de lo que escribo.

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