Javier Valdez Cárdenas: Crónicas desde un país en guerra

729

El escritor Federico Campbell alguna vez dijo de él que es un periodista que cuenta el narco “desde abajo, a la altura de la banqueta”. Él, a un reportero de la Ciudad de México que le preguntó cómo reporteaba el narcotráfico en Culiacán, contestó que “con una mano en el culo”. “Desde entonces ya nadie quiere saludarme de mano”, bromea Javier Valdez Cárdenas, quien es desde 1982 corresponsal en Sinaloa de La Jornada y fundador del semanario Riodoce.
Como a muchos escritores nacidos en Culiacán, donde, como dijo en una entrevista para Milenio, “todos los caminos llevan al narco”, también su camino lo llevó a acercarse a este fenómeno. “Cuando empecé a tratar el tema del narco hace ocho años, no sabía en lo que me estaba metiendo, y conforme iba avanzando me espantaba”. Ahora lo sabe muy bien donde está metido; pero, a pesar de esto, sigue escribiendo, como él mismo dice, “en la mirilla de los fusiles de los narcos”.
Valdez es corpulento, “macizo”. Con su corte de cepillo, al estilo militar, y el candado estilizado da la impresión de ser una de esas personas que enfrentan el peligro cara a cara. Sin miedo. Pero no es así. O por lo menos, no del todo. “Creo que hay que ser audaces, hay que contar historias alrededor de los hechos, pero también tienes que aprender a administrar la información, porque así administras los riesgos”.
“Te puedo asegurar que el 90 por ciento de la información que tenemos no la publicamos, por miedo, porque hay que saber quién manda en el suelo que pisas y cómo actúa ante algo que no le gusta”, continúa. “Es importante conocer todo esto para escribir y saber qué es lo que no vas a publicar; es una ironía, parece un chiste, pero tienes que saber qué tienes que guardar o posponer para cuando a ese narco lo detengan o lo maten”.
Valdez Cárdenas es autor de varios libros sobre narcotráfico, como el exitoso Miss Narco, Malayerba, que reúne algunas de las crónicas que publicó en su columna semanal en el periódico Riodoce, y su último libro Los morros del narco.
En este hace un retrato de la sangrienta realidad mexicana a través de historias trágicas de jóvenes que entran en las filas de la delincuencia organizada y con testimonios y datos recabados en periódicos e instituciones, escarbando en las ilusiones y las vivencias profundas de una generación que se está perdiendo en la violencia.
“Yo creo que lo que estamos viviendo en el país es un incendio nacional que está involucrando a todos los mexicanos, estemos o no metidos en el crimen organizado. Muchos de los 40 mil muertos, no vamos a saber nunca cuántos de ellos, eran niños y jóvenes, y muchos seguramente inocentes. Y los han asesinado tanto los militares como la policía y las fuerzas del crimen organizado.
“Entonces no es un país propicio para la vida, para la felicidad. Es un país que está matando a su futuro, está matando a niños y jóvenes. No sé cómo van a enfrentar su vida si nacieron y vivieron en este ambiente de guerra, en el que están asumiendo la muerte violenta como algo natural. Es una generación que trae la violencia y la semilla de la guerra en su ADN”.

¿Entonces el narcotráfico es la opción más viable para ellos?
Los estamos arrojando del paraíso, de la vida lícita, legal y digna al no darles condiciones para que estudien, para que se superen y desarrollen integralmente. Es terrible, es una situación que nos rodea a todos: no hay opciones. La única alternativa visible, apabullante, que está allí, terca, tenazmente, sin competencia, es la del narco. La del narco con su poder seductor, el dinero, la impunidad, la vida fácil, entre comillas, porque no tiene nada de fácil.
Por eso Valdez está dando pláticas a los jóvenes, como hizo en las preparatorias de la Universidad de Guadalajara, advirtiéndoles de los riesgos que implica el crimen organizado para ellos.

¿Qué es lo que les dices a estos jóvenes?
Les doy a entender que ellos para el narco no son personas. Son solamente piezas de su maquinaria criminal. Son un gatillo, un fusil, una bala, por lo que son desechables, son mercancía, los entrenan, los usan, los explotan y los desechan. Muchas veces son los mismos narcos para quienes trabajaban, los que terminan matándolos, porque en este ambiente de violencia, de psicosis, se vuelven un estorbo. Son muy conflictivos por el consumo de drogas, la adicción a la adrenalina, a la muerte, y terminan siendo un peligro y los matan.

Desde siempre se ha hablado de generaciones perdidas, no es una cosa nueva: ¿el fenómeno que estamos viviendo en México es de alguna forma diferente?
La mía es una generación que ha crecido en la disidencia, en la crítica. ¡Pero terminaron por votar por el PRI! Y yo decía de joven, porque fui militante de izquierda, que esa era una pinche generación perdida, por eso, porque claudicaron. Había una motivación política, estaba en juego la dignidad, los principios en que creíamos: la democracia, la justicia, los derechos civiles. Ahora no, no tenemos ni eso, ni justicia ni libertad y ya no hablamos de cuestiones políticas; no, ahora estamos hablando de la vida y de la muerte. Es una resignación que los jóvenes están padeciendo frente a la violencia, porque no tienen quien les diga: por acá hay otro caminito, muy angosto, muy pobre, pero muy digno.

¿Puede una persona o incluso un país entero, acostumbrarse a la violencia?
Te acostumbras a cierto nivel de violencia. Por ejemplo, ya nadie se espanta con los colgados o los decapitados. Ahora la gente se espanta con lo que pasó en el Casino Royale [en Monterrey], pero mañana se le va a olvidar. Entonces hoy se escandalizan por los 52 muertos, pero lo van a superar mañana, y mañana vamos a tener otro nivel de violencia. Parece que estamos camino a la perdición, pero tomando atajos, para llegar más pronto.

Con los 52 muertos en el Casino de Monterrey y los disparos durante el partido en Torreón, ¿podemos hablar de “narcoterrorismo” en México?
Yo creo que sí. Es otra forma de terrorismo, sin reivindicaciones políticas, ni siquiera sociales. Es un terrorismo en el sentido de que están practicando el terror como una forma de llamar la atención, de golpear al enemigo, de afectar al gobierno, de calentar la plaza para afectar el cártel que tiene el control. El narcotráfico ya no es un fenómeno policiaco, y si vivimos todos en este terror es por eso, porque el narco propició esta violencia, esta guerra y este miedo, este narcoterrorismo como forma de vida.

Es la proliferación de la llamada “narcocultura”…
Se crean estereotipos que incluso los que no son narcos los siguen, porque la propaganda del narco nos está atropellando, nos apabulla, y es peor cuando se imita al narco, porque no hay otros asideros. Muchos de estos jóvenes crecieron sin padre, con una madre que se la pasó todo el día trabajando, y que no le alcanzó ni el corazón ni los brazos para darles amor a sus hijos, en medio de un país con más de la mitad de la población en condiciones de pobreza.
Como Joaquín, protagonista de “¿Matricida?”, una de las crónicas de Los morros del narco: “No podía tener a nadie parado detrás. De niño, bien lo recuerda, su padre los abandonó y su madre se prostituía y lo ofrecía como parte del paquete de servicios sexuales”, empieza. Joaquín fue el líder en Culiacán de Los Pañales, banda de morros que se dedicaban a robos y asaltos, y que luego fueron emulados en varias partes de México, incluso en Guadalajara. Fue a la cárcel cinco veces antes de ser enviado al DIF de Sinaloa, cuando le dijo al médico: “Quiero matar a mi madre”.
“Esos niños no fueron amados”, dice al respecto Valdez. “Y quienes no reciben amor, no aman. Para ellos es muy fácil matar o morir. Esa es su vida, y no tienen ningún otro punto de referencia hacia el cual voltear. Entonces el narco es seductor, no solo por el ejercicio del poder y el dinero, sino también porque es la tablita de salvación para millones de mexicanos que no tienen otra porque viven en la pobreza”.
En esta situación que -comenta el periodista- nos asfixia todos los días, hay que seguir contando la realidad: “Yo preferiría que hubiera un trabajo de los medios que no sea esto de contar los muertos, porque esto del ‘ejecutómetro’ me parece un trabajo mediocre. En cambio hay que contar historias. Creo que esto nos puede salvar un poco. Puedes medir la violencia con muertos, con ejecutados y con detenidos. Pero, ¿cómo mides el miedo? ¿En decibeles? ¿Cómo mides los esfínteres apretados, el sudor y la psicosis? No hay manera de medirlo. Creo que hay que contarlo; este es el gran reto de los periodistas”.

Artículo anteriorChe Bañuelos
Artículo siguienteMovilidad urbana