Olivia González Terrazas

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“No me han hecho pedazos”, dice feliz mientras hojea el libro de visitas de la Casa Museo López Portillo (Liceo 177, casi esquina con San Felipe). Exagera la modestia: casi todos los comentarios sobre su exposición Sueños ensamblados son laudatorios e incluso hay quien le dedicó un dibujo de página entera. Se trata de una sola sala –bautizada como galería Gabriel Flores–, flanqueada de un lado por pequeñas cristaleras profundas enmarcadas de blanco que albergan trozos y objetos diminutos mezclados con tiras ininteligibles de escritura japonesa. En el otro flanco, vidrieras también, pero de marco negro, en las que se cose, por ejemplo, la brevísima historia de una señorita. Todo es pequeñísimo, todo hace acercar los ojos, asomarse a esas ventanas intrincadas que estarán abiertas a discusión con la autora este viernes 14 de octubre, a las 20:00 horas.

Objetos
Soy una recolectora. Me la paso recogiendo objetos que encuentro por ahí. A veces puedo tardar muchísimo en un trayecto caminado, porque me detengo viendo cosas tiradas: un clavo, rebaba de metal triturado para fundir… Pero estos objetos no son basura. Son mi materia prima para resignificarlos al ponerlos en otro contexto, para que cuenten una historia. De ese viaje a Asia, por ejemplo, me traje tinta, pinceles, piedras, alambres y papel, mucho papel artesanal y papeles rotos hallados en la basura.

Asia
El ímpetu para hacer esta exposición me vino de un viaje que hice a Corea y Japón. Quise llevar la sencillez que encontré ahí y la sensación de levitación de los templos budistas a una expresión mínima del objeto. Generalmente cuando se piensa en arte objeto vienen a la cabeza esculturas de tamaño por lo menos mediano, pero yo quería hacer algo que no distrajera la atención del resto de las piezas, que se pudiera apreciar la contraposición entre las historias minimalistas, llenas de espacios vacíos y paz, y las otras historias que llevo a cuestas, llenas de ironía, contrariedades y tristezas… aunque también amorosas.

Un cuarto propio
Siempre me ha encantado el arte, pero no empecé a hacer mis pininos sino hasta hace unos 10, 12 años. Yo era la idea más convencional de un ama de casa: el marido, los hijos… pensaba que ya tenía mi vida armada, pero era todo lo contrario: me había desarmado, desensamblado. Quizá por eso lo que empecé a hacer por las noches, durante mis insomnios, fueron collages que escondía. Hasta que ya no pude más. Se los mostré a unos amigos que me dieron ánimos y eso desembocó en una exposición en la galería Ruiz Rojo. Fue un éxito rotundo, todo se vendió en la inauguración. Entonces me di cuenta de que necesitaba un cuarto propio, como dice Virginia Woolf. Me liberé. Todo mundo dice que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, pero ¿y detrás de una gran mujer? No hay nadie, no hay apoyo: sólo está ella misma.

Tiempo
Desde hace unos años empecé a guardar los relojes que ya no servían. Los desarmé hasta el último mecanismo y si ahora están en estas piezas es porque el tiempo es uno de mis temas, una de mis grandes preocupaciones. A veces siento que me falta, que empecé muy tarde y me arrepiento de ser autodidacta y no haber estudiado arte como carrera. Pero también veo a muchos artistas jóvenes atados a las ideas viejísimas de sus maestros y entonces me alegro de hacer mi propio camino.

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