Donde no hay justicia
es peligroso tener razón,
ya que los imbéciles
son mayoría.
QUEVEDO
El inspirado, el hombre que de verdad habla —nos recuerda Octavio Paz en un ensayo sobre Breton—, no dice nada que sea suyo: por su boca habla el lenguaje. La cita viene al caso pues hace unos días el poeta chileno Nicanor Parra, en una entrevista reciente dijo: “Nunca fui el autor de nada, siempre he pescado cosas que andaban en el aire”.
Dueño de una singularísima voz, desde su apertura, Parra se perfiló como un rapsoda corrosivo, cuya obra —cargada de ironía— lo convirtió en el aguafiestas de nuestra literatura.
Hijo natural de la visión de Carlos Pezoa Véliz, la voz de Nicanor Parra mantiene claras influencias de García Lorca, Whitman, Eliot, Pound, Kafka y Michaux, pero sobre todo de algunos integrantes del movimiento surrealista francés; y siguiendo al crítico José Miguel Ibáñez-Langlois, para comprender mejor “su lúcido fervor neorromántico, podríamos retroceder hasta Aristófanes y Catulo, pasando por anónimos romanceros de la Edad Media, para percibir en su antipoesía la esencialidad del humor clásico mezclada al desenfado malicioso de cierto verso medieval”. Ligado a ciertas obras de César Vallejo, José Coronel Urtecho, Nicolás Guillén, Efraín Huerta y Ramón Palomares, la lírica de Nicanor Parra ha logrado una rotunda influencia en poetas como Ricardo Castillo, sin cuya presencia sería impensable su Pobrecito señor X.
Los registros poéticos de Nicanor Parra han dado al castellano de Latinoamérica un carácter singular a nuestra lengua, dotándolo de una fuerza otrora formidable que otorgó una vivacidad hoy casi extinta en su sonoridad, y una semántica muy cercana a la vida y habla popular. El criollismo reflejado en toda la obra del poeta es particularmente una explosión y un jolgorio nativo, enriquecido con las vanguardias de su tiempo, que dio legitimidad en un momento cuando ser latinoamericanista no estaba en boga y fue de los primeros en sentirse orgulloso de ser chileno, esto es, con sentido de pertenencia.
Actualmente, cuando nuestras literaturas han dejado de ser estrictamente regionales en su lenguaje, vuelve a impresionar la poesía de Parra, pues asombra su vigencia y resulta un golpe a lo que se ha dado en llamar “globalización”, ese tópico generado por las políticas neoliberales que nos han alejado de todo pensamiento singular de nuestros pueblos, conduciéndonos a uno solo, a una economía única y a una total dependencia de los países más poderosos. La “aldea global”, entonces, nos ha hecho perder nuestro destino como pueblo y región, hasta llevarnos a considerar que no tenemos espacio fijo ni lugar: porque ya no nos pertenecemos.
El lance criollo dispuesto por el chileno, a partir de la creación de su antipoesía que “se alimenta del desgaste de una tradición poética precisa, cuyos desechos utiliza con ingenio y sarcasmo”, es una llamada de atención para todos —que hemos desgastado y rehusado discursos poéticos ya decadentes— y nos invita a revalorar las posturas de nuestra lírica ya deslucida por contaminada de formulismos y lugares comunes.
Mucha de nuestra poesía en Latinoamérica ya ha nacido muerta y sin jugos, sin imaginación y sin rastros de un origen: nos ha ocurrido que ya no describimos nuestra tierra, porque estamos inmersos en una corriente que sólo ve al otro, al común impuesto, ausentándonos de lo nuestro. Nos declararnos “habitantes del mundo” y hemos dejado de tener raíces: nos avergí¼enza reconocernos de una comarca. Nos olvidamos de toda humildad y al parecer pocos hemos escuchado a Parra cuando ha dicho que: “A diferencia de nuestros mayores /—Y esto lo digo con todo respeto— /Nosotros sostenemos /Que el poeta no es un alquimista. /El poeta es un hombre como todos /Un albañil que construye su muro: /Un constructor de puertas y ventanas”.
Quizás ahora que le han otorgado el Premio Cervantes a Nicanor Parra le concedamos razón y hasta nos sintamos orgullosos de su vernácula voz. Nos ofrecerá prestigio decir su nombre: ojalá nuestras bocas se llenen también de sus afilados e inteligentes versos, como antes lo hicimos de manera muy natural.
(Dedico estas líneas al poeta
Alejandro Vera Ramírez)