“¿Sabes si Santa Anna era zurdo?”. Sin dejar de acariciar con su propia mano izquierda el boceto de un cómic histórico por encargo, Sergio Vicencio amonesta los rasguños de sus dos gatas negras, prepara una taza de té y responde preguntas nuevas a un viejo tema de nuestras conversaciones. Acaba de ganar el II Premio nacional de novela gráfica que organiza editorial Jus, y por fin será publicado uno de sus libros.
Siempre imaginé que un retrato suyo debería mostrarlo empuñando una pluma como un arma. Lo que usa, en cambio, es el puntero sensor de una tableta de dibujo digital. Las viñetas han sustituido a los párrafos. También los pseudo empleos mal pagados del recién egresado de letras, cuando hace año y medio o quizá dos, él y su esposa Adriana apostaron todo por la obstinación de hacer novela gráfica, un género casi inexistente en este país, pero que empieza a florecer, gracias a necedades como ésta.
Una vieja pesadilla
Llevo ya… sí, 10 años dándole vueltas a este sueño. Cuando lo soñé tenía 16 años, pero me veía a mí mismo de unos ocho. Bajaba y bajaba las escaleras hacia un sótano donde me habían dicho que había un monstruo en el que me negaba a creer, hasta que ya en el laberinto lo encontraba y era yo. Existía precisamente porque me negaba a creer en él. Desde entonces he escrito no sé cuántas versiones de la novela. Porque en este sentido soy muy borgiano: pienso que se puede contar algo maravilloso en 10 páginas y no en 120 ni en 600, como en las novelas contemporáneas. De todas las historias que se me han ocurrido, ésta es de las pocas que creo que ameritan el espacio. La adapté al cómic más que nada por tiempo: debía hacer una completa en menos de tres meses para el concurso y así no tenía que empezar desde cero. Hay cosas que me gustan del resultado, como haber empezado en una especie de in extremis, pero lamento haber tenido que eliminar o reducir a tantos personajes y, sobre todo, su esencia puramente fantástica. Ahora mi sueño húmedo es volver a escribirla con todos sus elementos y distribuirla entera. Podría contar esta historia de cien formas distintas a lo largo de mi vida y no se me acabaría.
El espejo de arena
El título original era Larga historia de cama para la vigilia de un verano inglés. Nunca supe si en realidad funcionaba: la gente lo recordaba porque era extremadamente largo y descriptivo –como título de poema que son las primeras tres líneas–, pero nadie lo recordaba completo. No sé si esto era una cualidad positiva o negativa. Lo cambié por uno más metafórico, porque la transformación del personaje deja de ser literal y ahora sólo es por dentro. Tuve que adaptar el guión en tres días y tenía que dibujarlo todo en tres meses, así que eliminé brutalmente discusiones que gráficamente hubieran sido tediosas, pero que daban la justificación fantástica.
Algo monstruoso
Del Amadís de Gaula me encantó el endriago, así con minúscula, como si se hablara de un perro o un caballo. A diferencia de los otros monstruos de la literatura fantástica medieval, de éste se describe su nacimiento y juventud, a la par que las primeras aventuras de Amadís. No aparece ya consagrado para justificar al héroe con su muerte. Me interesaba contar la historia desde la perspectiva de un monstruo que no sabe que él es el malo, pero que esa corrupción se vaya manifestando, hasta que acepta su función como arquetipo. Es mi “Aleph” y mi “Casa del Asterión”.
Howard y Bruce
Les agradezco por la compañía, eso es todo. ¿No es suficiente? Lo puse así por una razón. Parecen que son unos primos ingleses, ¿no? Suena bien así. Del otro modo se veía muy, muy raro. ¿Quién es Howard? ¿Quién es el Howard más famoso de la literatura? Ajá, ese. ¿Y Bruce? ¡No! ¡Claro que no es Chapman! ¿Qué te pasa? ¡Es Lee! ¡Sí, Lee! Durante el tiempo que estuve haciendo la novela gráfica estuve leyendo muchos de sus libros. No te rías, fue muy útil: apliqué, aplico a mi trabajo muchos de los conceptos y consejos que él da para entrenar. Levantarse temprano, por ejemplo… bueno, relativamente temprano. O como que lo visible es vulnerable. Todo lo público puede ser víctima de la crítica. Pero uno sólo debe concentrarse en su arte.