La vida de barrio es accidentada, pletórica. La calle, escenario primero del barrio, se erige como el regazo al que se acude en momentos de tribulación o en esas ocasiones en que se quiere discurrir, compartir. El barrio como viejo reducto primigenio y abrigador de la ciudad que se expande y contrae, donde es tan sencillo precipitarse al sacrificio individual y colectivo como convertirse en el héroe o enemigo transitorio: el machín, sin poses ni máscaras, estoico e individualizado. Henri Lefebvre dice que es un espacio que “permite, sugiere, y también prohíbe, ciertas acciones” (La production de l’espace, 2000). Es allí, en la ciudad, lo escribieron hace tiempo los dos Carlos, Fuentes y Monsiváis, donde se nace y se sufre, se ríe y se trabaja, se conoce el amor y la muerte también.
“Mi nombre es Ixca Cienfuegos.” “Mi nombre es el Capitán Gato”, parece decir este caifán, y continúa: “Y estos los Caifanes, mis carnales: el Estilos, el Azteca y el Mazacote. Y éste, mi vientre materno: la ciudad, el Distrito Federal, un laberinto que se enrosca y oculta las salidas, ahoga, extermina.” Una ciudad que de día y de noche es la misma, pero también distinta: en La región más transparente (Carlos Fuentes, 1958) la Ciudad de México es ya, aventura Luis Reséndiz, “el eje central de preocupaciones sociales, el ombligo de un país que se cae a pedazos.” En Los caifanes (Juan Ibáñez, 1967; guión de Fuentes), con sus particularidades, se trata de la misma urbe: es un contenedor que alivia y hermana y se abre a la inmensidad, a la finitud: tras el instante eterno, todo lo que existe, como lo señalara Hegel, está condenado a perecer: “Ay, muerte, tan escondida, que no te animas a venir.”
Tal es lo que significa la palabra caifán: el que las puede todas. Y a los Caifanes: el Capitán Gato, el Azteca, el Mazacote y el Estilos, en eso se les va la vida: en hacer y deshacer para demostrar que las pueden todas. La noche, en este sentido, es iniciática: si hay que emprender un viaje hacia la luz de la mañana hay que hacerlo bajando de su pedestal a lo establecido, y retar a perpetuidad a la fatalidad y la muerte. Los Caifanes beben, bromean, se ríen (con estrépito), roban, vagan (la vagancia como elogio y albur, proclive a la obtención de algo), bailan, se hermanan (entre ellos y los burgueses, Paloma y Jaime), juegan, retan y sacralizan la existencia con frases para salir al paso, pero también para aplicarle una vuelta de tuerca al tiempo: “De mis soledades voy, / de mis soledades vengo, / porque para andar conmigo, / me basta mi pensamiento.”
Hay quien ve en las actitudes y decires de los Caifanes una falsa pose y un patetismo trasnochado; sin embargo, en ello radica una de las riquezas del filme de Ibáñez: el teatro de burlesque que se instala en la calle, en la noche profunda: el encuentro y la subsecuente camaradería de estos cuatro con la niña bien, Paloma y el arquitecto Jaime, a través de un lenguaje señero, pirotécnico y avasallante, redimensiona el origen, la identidad de los Caifanes, fraguada en un estrato social cuyos pilares son el desencanto y la pobreza, que subvierten a través de su desparpajo y su atrevimiento. Elena, la esnob que pinta el mismo Fuentes en “Las dos Elenas” (Cantar de ciegos, 1964), ya lo prefigura: “Cada quien es lo que es y ya. Lo interesante es ver qué pasa cuando entramos en contacto con alguien que nos pone en duda y sin embargo sabemos que nos hace falta. Y que nos hace falta porque nos niega”.
Los Caifanes no se niegan a sí mismos, antes bien recurren a la afrenta y al desafío para afirmarse, y para ello no dudan en acudir a su pasado, a la violencia de la que han sido víctimas y a un presente que no acaba de transcurrir: el Capitán Gato le espeta a Jaime, el arquitecto con nombre y ademanes finos, aunque acartonados: “¿De qué nos va a acusar –ante la policía–, de que cualquiera de nosotros tenemos lo necesario para bajarle a la Paloma?” Porque, sea “dicho con todo respeto, señorita, yo con usted de aguacate me como cualquier guacamole.” “Aquí había nacido Gladys”, y aquí también nacieron el Estilos, Ixca Cienfuegos, el Capitán Gato, Paloma, el Mazacote, Elena, Jaime, el Azteca, y nosotros, condenados todos a resistir los vaivenes de una cotidianidad las más de las veces absurda y delirante.