JUAN FERNANDO COVARRUBIAS
a Russell Marquart, y a esos amigos
chilenos nacidos en el exilio, que conocí
en Puerto Varas, al sur de Chile
A menudo el presente, a fin de clarificarlo, requiere no sólo del conocimiento del pasado, sino de su más sucinta explicación. Más allá de una argucia de tinte fantástico, echar atrás el tiempo no es una capacidad que nos haya sido dada; sin embargo, el cine (y la literatura), de algún modo, sí puede hacerlo: va al pasado continuamente para darle acomodo a las piezas que se presentan con caos en el presente. Es esa una de sus tantas maravillas. Y si el pasado es un prólogo, como lo afirmaba William Shakespeare, Pablo Larraín (Santiago de Chile, 1976) lo mira con curiosidad y afán cuestionante y toma de allí lo que nos cuenta en las siguientes páginas de Chile a través de su cine: tres años antes de que él naciera sobrevino el golpe militar y la imposición de la dictadura, y tenía apenas 12 años cuando tuvo lugar el plebiscito, a través del cual se interrumpió la estancia en el poder de Pinochet. En una visión periférica, este es el tema de sus filmes: Tony Manero (2008), Post mortem (2010) y No (2012).
La historia y su repaso –sobre todo en países como Chile y México– es un acto obligatorio para no cometer los mismos errores y con miras a descubrir de dónde venimos, eslabón necesario para definir hacia dónde vamos. Esta necesidad de develar las coordenadas del pasado inmediato chileno –necesidad desmesurada por sí misma–, Larraín ha tratado de ejemplificarla con estos tres largometrajes. Ejercicio semejante al que emprendiera el director griego Theo Angelopoulos (1935-2012) con su “Trilogía de la historia”, comprendida por Días del ’36 (1972), El viaje de los comediantes (1975) y Los cazadores (1977), donde repasa las dictaduras del general Metaxas y la de Los Coroneles y conflictos armados: una mirada sobre el agitado pasado y presente griegos.
El cineasta chileno, como Angelopoulos con Grecia, esboza un intento de explicación del pasado chileno para sí mismo y sus compatriotas: la clave de No, dice Larraín, está en “cómo un grupo de personas toman las herramientas creadas, impuestas por la dictadura… y las utiliza para crear un discurso que permite finalmente derrotar a Pinochet.”
Post mortem acaba en la muerte de Salvador Allende en 1973 y No arranca en 1988, quince años después del golpe militar que terminó con la vida del mismo Allende y año en que, obligado por presiones internacionales, el gobierno de Augusto Pinochet llama a un plebiscito para que la gente decida en las urnas si continúa el gobierno militar. El filme está inspirado en una obra de teatro de Antonio Skármeta nunca estrenada y titulada El plebiscito, y que después llevaría a la novela Los días del arco iris (2011); pero el guión del filme, hechura de Pedro Peirano y coescrito por Larraín, fue aderezado con una investigación de la periodista Lorena Penjean. Para mayor verosimilitud, Larraín filma con cámaras Ikegami (que datan de 1983), cuyas imágenes se antojan viejas, borrosas, como si se tratara de una fotografía que por antigua se torna grisácea. “Crecí en los años 80, durante la dictadura. Lo que veíamos en la televisión, ese video de baja definición, era un imaginario sucio… La memoria colectiva está llena de esos recuerdos de oscuridad, de impureza”, ha dicho Larraín.
El eje sobre el que se sostienen las historias de Larraín, más allá de lo que cuentan, es su personaje principal: en Tony Manero, éste mismo; en Post mortem, el ayudante de la morgue (ambos interpretados por Alfredo Castro) y en No, el publicista Raúl Saavedra (Gael García Bernal), un chileno exiliado recién vuelto a su país. Personajes que se dejan llevar, que no deciden por sí mismos, sino cercados por las circunstancias: cuando triunfa el “No” (fuera la dictadura) sobre el “Sí” (continuidad de Pinochet) en el plebiscito, a Saavedra, uno de sus principales artífices, se le ve perplejo, como si tuviera incomodidad o no dimensionara lo que se había logrado. El de Post mortem es un tipo que “nada de muertito”, quién sabe si por temor o comodidad, cuando el golpe militar y comete un acto irracional: encierra a la mujer de la que se ha enamorado, junto con su novio, que viven escondidos de la policía política. ¿Su destino? No lo sabemos: el filme ahí acaba. Estos personajes hacen pensar en títeres manejados por manos ocultas y con intereses extraños. Lo que contribuye a acentuar la desazón y los finales abiertos de las películas. .
No
Director: Pablo Larraín.
Sábado 1º de diciembre: 15:50, 18:00 y 20:05 horas.
Cineforo de la Universidad de Guadalajara.