Una noche muy realista

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“Se ha hecho justicia”, dijo el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a su nación y al mundo entero, la noche del 1º de mayo de 2011, desde la Casa Blanca. Horas antes, fuerzas especiales de la milicia e inteligencia estadunidenses habían concretado el objetivo perseguido por una década: liquidar a Osama bin Laden, líder de Al Qaeda, grupo terrorista que perpetró los ataques del 11 de septiembre de 2001.
Estados Unidos no olvida a “sus ciudadanos, a sus amigos y aliados”, reiteró Obama en el recuento de los “costos de la guerra. Los “sacrificios para hacer del mundo un lugar más seguro”, se hacen “no sólo por riqueza o poder, sino por lo que somos: una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos”. Apoteósico, al más puro estilo hollywoodense, Obama culmina su ejercicio perfecto de retórica: “Gracias. Que Dios los bendiga. Y que Dios bendiga a Estados Unidos de Norteamérica”.
En secreto, muchos esperábamos la última frase. Porque la hemos oído una y otra vez en el cine, en las series televisivas. El presidente de la pantalla comanda la misión que salvará a la humanidad de una amenaza maligna. Por eso la escuchamos con un alivio irreprimible, seguido de pudor. Una sensación parecida a la experimentada ante la película La noche más oscura (Zero dark thirty, 2012), filme de Kathryn Bigelow, basado en esta operación militar desplegada para cazar a Bin Laden, “enemigo público número 1” de  Estados Unidos durante 10 años.
Bigelow, primera mujer en obtener el Oscar a mejor director por The Hurt Locker, levantó el polvo de la controversia política con esta cinta, no por el tema, sino por su tratamiento documental, casi fidedigno a los hechos tal cual ocurrieron, lo que sugiere una estrecha colaboración entre el equipo de producción y los involucrados en la operación denominada “Gerónimo”. Acusada de tener acceso a información clasificada, Bigelow nos ha recordado el amorío que desde hace décadas sostienen Hollywood, el rey de la ficción y la CIA, agencia de la “verdad”.
“La CIA y el espionaje siempre han formado parte de la cultura estadunidense, pero este año la pasión por la agencia ha superado todos los límites”, dicen Guillermo Altares y Gregorio Belinchón en “La CIA: conexión Hollywood”, reportaje aparecido en el diario El País el 20 de enero. Nadie niega que los agentes misteriosos, inteligentes, seductores y valientes al estilo Tom Cruise o Matt Damon, representan un manjar tanto para los productores como para el público, ávido de atestiguar una realidad ideal: verosímil y justa.
La noche más oscura exprime el potencial de esta “relación peligrosa”, a la par que abandera el exacerbado nacionalismo norteamericano, coloca el dedo en llagas como la tortura a la que se sometió a cientos de acusados de terrorismo, aunque sin mencionar a Guantánamo. ¿El fin –cazar a Bin Laden– justifica los medios? El guion dice que sí, al menos por ahora; pero también dice que si Obama se alzó con el trofeo en la caza emprendida por George W. Bush, igual recibe las facturas de “la guerra”.
Caso similar es el de Argo, de Ben Affleck, ganadora del Oscar como mejor película. Affleck, considerado un personaje “incómodo” por la élite política y hollywoodense, encarna a Tony Méndez, el agente de la CIA que comandó la liberación del personal de la embajada de EUA en Irán en 1979, atrapados durante las protestas contra Mohammad Pahlevi. Méndez recurre a su ingenio para liberar a los rehenes usando precisamente el aparato de la meca del cine como salvavidas.
Como evidencian Altares y Melinchón, las señales son inequívocas: entre la CIA y Hollywood hay retroalimentación constante, confirmada por el trabajo de asesores de la agencia, quienes supervisan las producciones que ensalcen o vituperen al icono del espionaje. Y para ello les proveen detalles sobre la organización y sus procedimientos. Ya lo resumió Paul Barry, enlace entre ambos imperios: “No subestimemos la influencia de Hollywood”.
En su ensayo “Apogeo y decadencia de occidente”, Mario Vargas Llosa dice que “gracias a la capacidad de despellejarse a sí misma de manera continua e implacable, la cultura occidental ha sido capaz de renovarse sin tregua” y lo ejemplifica con Zero dark thirty, “extraordinaria obra maestra que narra con minuciosa precisión y gran talento artístico […]. Todo está allí: las torturas terribles a los terroristas para arrancarles una confesión; las intrigas, las estupideces y la pequeñez mental de muchos funcionarios del gobierno; y también, claro, la valentía y el idealismo”.
Detractores y defensores aparte, La noche más oscura pasará a la historia como un documento artístico valioso que sintetiza el dramatismo político con el cinematográfico. Así como la intervención de Michelle Obama en la ceremonia de los Oscar no fue gratuita, sino un guiño del Despacho Oval a los críticos. La contribución de la CIA en “el afán de veracidad” del filme de Bigelow, confirma que los lazos entre el gobierno y la pantalla son tan fuertes que su luna de miel nos reserva capítulos.

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