La sonrisa burlona del disidente

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El gato favorito Ai Weiwei es un prodigio. Es capaz de dar un salto de más de un metro para golpear una manija y abrir la puerta. Lo observa el artista chino, con esa sonrisa botijona propia de un buda travieso.
El multipremiado documental Ai Weiwei: never sorry, muestra en la voz del propio Ai, pero sobre todo de sus marchantes de arte, amigos y artesanos, la extraña lucha de un creador por mantenerse crítico frente al todopoderoso gobierno chino. En uno de los países menos democráticos del mundo, y que al mismo tiempo experimenta un crecimiento económico que lo sitúa para muchos como la potencia que dominará el planeta por largo tiempo, el apodado “Andy Warhol chino” parece una figura heroica de las antiguas gestas orientales.
Sus travesuras —como romper un jarrón de la dinastía Han de dos mil años de antigüedad, una franca crítica a la explotación de las culturas ancestrales a través del turismo— le ha traído la animadversión de un régimen que no se tienta el corazón. La destrucción de su estudio por parte del gobierno, así como su  aprehensión por supuesta evasión de impuestos son una muestra de lo peligrosamente divertido que resulta ser un disidente en China.
Ai Wei Wei es una isla, pero conectada con el mundo a través de su fascinacion por el internet y las redes sociales. Como su amado Warhol, Ai deja constancia en fotografías y en video de la mayoría de sus gestos. A diferencia de Marcel Duchamp, de quien aprendió que lo trascendental del artista moderno no era crear una obra, sino tener una postura en la vida, sus gestos no se quedan en el anecdotario de las bohemias posmodernas, sino que son replicados de manera automática por miles de personas alrededor del mundo con apenas unos segundos de diferencia. Desde bailar el Gangman Style (ver botón web) para criticar la censura del gobierno chino, hasta delinear una @ con forma de puño, el artista que diseñó el famoso z, orgullo de los Juegos Olímpicos de Pekín, utiliza todas las herramientas de la tecnología para denunciar el poder.
La serie de postales (de clara referencia conceptual, al estilo de artistas como el desaparecido Bas Jan Ader), en las que Ai mostraba su dedo medio en lugares obviamente turísticos como la Plaza Tiananmen hasta la Torre Eiffel y los jardines de la Casa Blanca, son un buen ejemplo de su perseverancia por mostrar lo absurdo de un mundo acartonado y perfumado, donde las apariencias de progreso y hasta de una belleza impuesta, solamente ocultan la violencia, pobreza y la explotación. “Si todo el mundo siguiera las modas ciegamente” escribía en su blog en mayo de 2006, “el mundo se convertiría en un lugar del todo aburrido. La vida es que cada uno vaya hacia su propio lugar, haciendo lo que cada uno quiere hacer”.

Hijo de poeta, huérfano de la Revolución cultural
La disidencia la tiene Ai Weiwei en la sangre. El artista es hijo de Ai Qing, importante poeta chino que fue humillado por la Revolución cultural, por ser considerado un artista reaccionario. Ai vivió su primera juventud en el contexto de estas persecuciones, para después viajar a Nueva York en 1981, ingresar en la escuela de arte Parsons, donde comenzaría su obsesión con artistas como Marcel Duchamp y Jasper Johns.
Si bien Ai siempre ha tenido una clara afinidad con otros artistas como Andy Warhol, se puede distanciar de éste en la coherencia política que siempre ha manifestado. Mientras que Warhol, como escribió Carlos Granés en El puño invisible, “le mostró al mundo que para ser irreverente no había que ser contestatario. Y al mundo le encantó”, para Ai Weiwei, en cambio, la irreverencia no tiene sentido si no conlleva un compromiso social y una denuncia sin cortapisa.
Durante el documental de Alyson Klayman, una constante es la preocupacion que el artista chino tiene con la degradación laboral de los artesanos de su país. Desde el jarrón antiguo que pintó con la leyenda de Coca Cola, hasta las millones de pepitas de girasol que fueron pintadas a mano por artesanos subcontratados —metáfora de la modernización descarnada de un país que no le da importancia a su herencia artística milenaria…
Como colofón al documental exhibido en la gira Ambulante, destacan las escenas de su detención por parte de la policía (durante 14 días, y en la que dos soldados permanecieron a 70 centímetros de él todo el tiempo), así como la demolición del estudio de Ai en Pekín como represalia del gobierno chino. Estas últimas imágenes, aunque sobrecogedoras, son apenas la antesala del auténtico ready-made en que el artista convirtió la destrucción de su espacio creativo. En el más puro estilo bakuniano, las cenizas se convirtieron en un polvorín mediático, gracias a las imágenes en vivo que fueron compartidas por medio mundo a través de internet.
Este es el sello de Ai Weiwei: todo acto puede ser incluido en la obra. Como lo señala una de las sentencias más famosas que ha publicado en su blog, “la libertad es el derecho a cuestionarnos todo”. Y si un solo artista puede ser la conciencia de mil quinientos millones de personas, es algo que sólo esta multitud podrá decidir.

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