Enrique Navarro Torres

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Al terminar la clase, los estudiantes salen del aula y el profesor se coloca en un banco de madera al lado de una mesa llena de dibujos a medio trazar y libros de arte: es otra vez el artista, un pintor también arquitecto, un historiador que transita entre la investigación y la creación. Pero, sobre todo, un conversador amante del quehacer estético desde la más temprana juventud: “Me canalicé al mundo del arte porque llena mis deseos, me hace más amable la existencia y le da un sentido a mis proyectos de vida”, dice.

Esa cosa curiosa que es el arte
Cuando entré a estudiar pintura, a los dieciséis años, empecé a canalizar muchas de mis inquietudes juveniles e incluso infantiles por la vía visual, gráfica y plástica. Pero muy pronto, por presiones familiares, tuve que estudiar algo más, porque decían que el arte es muy bonito pero improductivo, una cosa curiosa y extraña, no muy bien vista a nivel social. Así que me inscribí, sin abandonar la pintura,  a la carrera de Arquitectura. La ejercí por quince años trabajando en programas de restauración de edificios patrimoniales del Centro Histórico. Me gustó. Pero me di cuenta que en el mundo moderno la relación de las Bellas Artes con la arquitectura es menor de lo que suele pensarse. Así que me aboqué a mis proyectos personales pictóricos participando en exposiciones colectivas desde 1978 y de manera individual desde 1982.

Otra cara de la moneda
Luego sentí que necesitaba expresar algunas ideas sobre el arte y la cultura de mi entorno que me interesaban, por lo que estudié un posgrado en Historia y más tarde me senté a escribir. Así surgieron los libros Ideología y Artes Visuales en Jalisco, editado por la Universidad de Guadalajara y  Visiones de Atemajac, publicado por el CECA. Creo que no podemos entender muchas de las prácticas jaliscienses de no ser por la influencia de la religión católica, pero también del academicismo y la noción de modernidad, del nacionalismo revolucionario o de la masonería (tan fuerte durante una centuria) como impulsos que incidieron en la política, la educación y la cultura. De esto quise dar cuenta en el primer libro, mientras que en el segundo recopilé algunas de mis colaboraciones de una columna que tenía en El Informador, entre 2004 y 2010, donde hablaba de artes plásticas, políticas de cultura y patrimonio cultural local, como de los movimientos y grupos artísticos de las diferentes regiones de Jalisco.

Todos los caminos llevan a ¿Guadalajara?
La investigación y mi faceta de pintor pronto me llevaron a notar que el panorama cultural de la región sigue siendo muy centralista. Lamentablemente nuestra ciudad está repitiendo el mismo esquema del DF: la macrocefalia. Muchas veces incurrimos también en esta gran falla de que en términos de cultura y de arte solamente lo que generamos aquí en Guadalajara y sus alrededores es lo que tiene validez e ignoramos lo que pasa en resto del estado. Pero hemos tenido tres fuertes brotes culturales (en Lagos de Moreno, Chapala y Ciudad Guzmán), aunque no hayan sido muy conocidos y no hayan terminado de consolidarse. También hemos fallado en la difusión —no en la producción, que continúa siendo boyante, propositiva y poderosa— o en la investigación que analice las artes plásticas. Lo que busco, personalmente, es un equilibrio entre ambas esferas: la creación y la investigación.

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