Jorge Juanes

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“La formación de un ciudadano integral, completo, tiene que pasar por la cultura, no se trata de crear ingenieros, científicos o economistas sin más, se trata de generar ciudadanos completos”, dice Jorge Juanes, mientras hace un recuento de los elementos que dieron origen a las vanguardias de principios del siglo XX, no sólo como tendencias en el arte, sino como transfiguraciones culturales que servirían de preámbulo al pensamiento de la postmodernidad.

Como filósofo y crítico de arte, y a propósito del Seminario Internacional de Crítica de Arte que ofreció en la Cátedra Hugo Gutiérrez Vega y la presentación del libro Historia errática y hundimiento del mundo. Con Heidegger. Contra Heidegger, Juanes reflexiona en torno a las perspectivas que han derivado en los cánones contemporáneos del pensamiento.

¿Por qué abordar en la actualidad las vanguardias en la crítica del arte?
El ser del arte es la propia historia del arte. Las vanguardias son un parteaguas donde cabe la discusión sobre si la tradición heredada es vigente todavía y, por tanto, si la escultura y la pintura tienen razón de ser o pueden responder al arte contemporáneo —siempre y cuando cambien sus estructuras transfigurándose desde adentro, como lo asumió el cubismo, el expresionismo o el arte abstracto—, o si estas artes ya no responden a la contemporaneidad, por lo que serían necesarias nuevas proposiciones radicalmente distanciadas de las heredadas, como la multimaterialidad, el montaje, la fotografía o el cine. Ahora vivimos un momento en que debemos discutir sobre lo que Zygmunt Bauman llamó la sociedad líquida, en un mundo donde no se produce nada que tenga consistencia real porque lo que se genera ahora será obsoleto mañana: el arte de lo efímero; aunque creo que él lo piensa desde lo social y no desde el arte.

Así surge el llamado arte conceptual, con el que mantengo una posición antagónica, porque el conceptualismo es un intento por prescindir del objeto, de la materialización del arte. Yo creo, como decía Hegel, que “el arte es la idea bajo forma sensible”, para la cual es sustantivo e imprescindible mantener una relación con la corporeidad; de modo que si elimino la forma sensible, descualifico al arte y estoy en una dimensión logocéntrica, más propia de la matemática, la ciencia o la filosofía.

¿Entonces qué es lo que es posible buscar actualmente con el arte?
El arte del cuerpo como vehículo de manifestación expresiva. Defiendo también la vindicación que se hace desde el arte hacia la naturaleza para evitar su devastación y, sin duda, el arte ligado a las nuevas tecnologías, la cibercultura, como ya lo está. De hecho, el arte puede contribuir a minimizar el aspecto destructivo y devastador de la tecnociencia, puede servirle de fundamento y así evitar que ésta se absolutice, se vuelva autista; evitar que caigamos bajo el dominio absoluto de la razón instrumental.

¿El arte puede independizarse de influencias económico-político-sociales?
Absolutamente. Debe poder intentarlo. El problema aquí es que si nosotros asociamos el destino del arte al destino de la sociedad, el arte sucumbiría, acabaría siendo liquidada por lo líquido. Pero si pensamos que el arte no es un epifenómeno de las condiciones histórico-político-económicas, sino que tiene su propio territorio, entonces creo puede seguir resistiendo. Tengamos claro que el poder no está del lado del arte. Los poderes fácticos le asignan un lugar y sólo lo reconocen y apoyan para que pueda desplegarse y exhibirse si se ajusta a sus condiciones. Así tenemos hoy esta conversión del arte en mercancía, a la que los propios artistas, sin imposición, se entregan, buscando con ello un reconocimiento y una posición económica; se entregan a hacer un arte al gusto del sector que tiene poder de consumo de la obra de arte. Hoy, a comparación del siglo XIX, el artista no es tan heroico. Hay un cinismo en el que por un lado protesta y por el otro entra al juego, se vuelve ambiguo. Creo que el peligro actual central del arte es precisamente la falta de resistencia.

¿Puede existir entonces un arte no marginal?
Sí, yo creo que hay artistas así. Como Picasso que era un genio, un artista excepcional que se la pasaba catorce horas diarias trabajando en lo suyo. Sin embargo, desde joven fue hijo de la fortuna y le fue muy bien. No vive como multimillonario ni le interesa el dinero aunque le llegue a carretadas. Con todo, él no hace un arte para el mercado. Creo entonces que puede haber grandes artistas entregados y que por ciertos mecanismos llegan a tener un lugar en el mercado del arte que hace que el valor de sus obras sea descomunal. Pero son artistas honestos, algunos de ellos incluso radicales y subversivos.

En su libro Historia errática y hundimiento del mundo. Con Heidegger. Contra Heidegger, ¿por qué establecer este diálogo con uno de los pensadores más importantes del siglo XX?
Es mi despedida de la filosofía. Me enfrento a Heidegger con una lectura en la que planteo lo que me parece bien y lo que creo insostenible. Trato de romper con ese culto y mitificación que se ha hecho de Heidegger muy común en el mundo intelectual. Precisamente, uno de los temas que establezco en el libro es esta fascinación de los intelectuales por los hombres fuertes, por los grandes líderes carismáticos, los grandes hombres de poder. No es solamente el caso de Heidegger o Hitler, sino que a lo largo del siglo XX en realidad los intelectuales han estado fascinados con, por ejemplo, Stalin, Castro o Chávez, y me cuestiono por qué el intelectual, que se supone es un hombre libre, contestatario, marginal y autónomo siente la necesidad de rendir culto. Que aquellos que llevan responsabilidad de pensar críticamente se sometan y se entreguen a estos poderes carismático-personales, es gravísimo.

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