Una nueva generación de cineastas y actores, versátiles en técnicas y géneros, emerge paulatinamente del cine alemán contemporáneo. Con motivo de la Semana de Cine Alemán en Cineforo, que exhibió una nutrida muestra de este movimiento plural, y a propósito de la presentación del filme Love Steaks (dirigido por Jakob Lass en 2012), la actriz Lana Cooper, su protagonista, nos comparte sus impresiones sobre los retos actorales que representa el quehacer cinematográfico actual.
¿Qué te motivó en primer lugar a dedicarte a la actuación profesionalmente?
La primera vez que actué fue en el teatro de Hamburgo. Tenía dieciséis años y participé en una obra escolar, que nos quedó bien para ser principiantes. Fueron mis primeros pasos en el teatro, me encantó, pero en aquel entonces no pensaba desarrollarlo como una profesión. Yo era retraída, así que resultaba un poco paradójica la situación. Terminé convirtiéndome en algo así como el payaso de la clase para disimular mi timidez. Más tarde estudié una carrera técnica para generar escenografía en teatro y me pensaba dedicar a la historia del arte, pero en aquel momento descubrí, gracias a mi trabajo en el teatro donde realizaba algunas actuaciones esporádicas, que en realidad sí quería hacer esto.
¿Qué diferencias encuentras entre las exigencias actorales del teatro y del cine?
La principal es el trabajo grupal intenso que requiere el teatro, pues pasas alrededor de seis semanas con las mismas personas, practicando, con la gratificación de que cuando estés en el escenario verás la reacción inmediata del público. El cine es diferente, trabajas sin saber el resultado sino hasta el final de la edición. Pero te ofrece la ventaja de trabajar con la comedia trágica que es un género que a mí me gusta mucho, porque representa claramente lo que la vida es, el llanto y la risa simultáneamente.
¿Cuáles fueron los retos durante la filmación de Love Steaks?
No sólo la intensidad de las jornadas laborales, sino la improvisación. En la mayoría de las escenas yo no sabía qué es lo que iba a decir el coprotagonista, y ésa era la intención del director, quien es muy joven y le gusta experimentar. Grabamos ochenta horas de película. Nos daba indicaciones diferentes a ambos para enfrentar nuestras reacciones. No había un guión fijo sino una idea general sobre la que íbamos trabajando, y la mayoría de los personajes, de hecho, no eran actores profesionales sino empleados del hotel donde rodamos la película. Ése es un tipo de reto, así como el ejercicio opuesto. Actualmente estoy trabajando en una producción francesa en la que, al estar filmando en 16 mm —un material mucho más caro—, la improvisación está fuera de la ecuación y todo está calculado, al punto de que la intención del director es hacer la mayoría de la película en primeras tomas.
Ante estas diferencias, ¿cuáles son tus parámetros para elegir los papeles que interpretas?
Me importa el manejo que el director hace de una historia, sea cual fuere ésta, y por eso mismo he rechazado algunos proyectos, porque no me conmueven. Una cosa que admiro de los directores escandinavos, por ejemplo, es que hacen que el trabajo del actor sea muy natural pues casi no sientes la cámara aunque esté muy cerca de ti, eso deja fluir la actuación. Un claro ejemplo de un director con quien me gustaría trabajar es Thomas Vinterberg, uno de los cofundadores del Cine dogma.
¿A dónde consideras que se dirige tu carrera profesional?
Además de la actuación, he escrito dos guiones y tengo el anhelo de poder llevarlos a la pantalla grande. El primero es un trabajo un tanto autobiográfico, con una historia de codependencia entre una madre y su hijo —algo que viví, aunque no de una manera tan fuerte como en el texto—, y el otro es un conjunto de observaciones personales sobre el mundo, que quiero compartir. Pero en Alemania, como en otras tantas partes del mundo, toma mucho tiempo concretar un proyecto por problemas de financiamiento. El camino aún promete ser largo, pero emocionante al mismo tiempo.