Dos elementos son necesarios para formar una verdad: un hecho y una abstracción.
Remy de Gourmont
Para los cazadores de museos y para aquellos viajeros que gustan alimentar su mirada, el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez, en el centro histórico de Zacatecas, es uno de los espacios más valorados en nuestro país. Con una colección de trabajos de más de cien artistas abstractos mexicanos y extranjeros, y el más importante acervo antológico de Felguérez, el museo nos permite conocer el viaje creativo que a lo largo de sus ochenta y ocho años de vida y setenta de carrera Manuel Felguérez ha recorrido. Esta trayectoria fue reconocida el sábado pasado en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, en donde le fue entregada La Medalla Bellas Artes al pintor y escultor zacatecano que hasta hoy dedica sus días a la creación.
Los rostros indígenas y mestizos, la dignificación de las raíces prehispánicas, la revelación del socialismo como el camino a la libertad como motivos de la escuela mexicana de pintura, terminaron por generar una idea reduccionista de una plástica que, entre otros adjetivos, recibió los de folclorista y panfletaria.
En el arte mexicano la transición de la primera mitad del siglo XX a la segunda, implicó entre otras cosas la confrontación del nacionalismo posrevolucionario. La presencia de artistas que se desmarcaron de los muralistas, como Rufino Tamayo y Manuel Rodríguez Lozano, inspiraron a un grupo de jóvenes creadores que buscaban un estilo propio fuera de la sombra de Diego Rivera. Entre 1950 y 1960 el pensamiento artístico mexicano encontraba rutas distintas que habían sido impulsadas desde la literatura a través de los Contemporáneos y los Estridentistas. En esos años pintores como Fernando García Ponce, José Luis Cuevas, Lilia Carrillo, Vicente Rojo y Manuel Felguérez descubrían formas distintas de vivir la plástica, con un espíritu experimental que corría riesgos con la intención de encontrar su propia voz, su propio estilo. Si bien cada uno seguía un impulso propio, ante los ojos de algunos historiadores y críticos esta era una postura común que fue bautizada como el movimiento de la Ruptura.
Manuel Felguérez no sólo se alejó de los motivos nacionalistas, sino además de la figuración del universo. El mundo que le interesaba al joven Felguérez no se dejaba retratar, era movedizo e interior por lo que sólo la abstracción le permitiría acercarse y conocerlo. Prescindiendo de elementos figurativos, Felguérez llevó su fuerza expresiva a formas y colores que en su aparente frialdad consiguieron la creación de un mundo propio, uno que desde hace muchos años se reconoce, se sabe único. En mediano o grande formato las obras de este artista responden más a la expresión, al sentido moderno del tiempo y del espacio, que a la ilustración.
El pintor vanguardista neerlandés Piet Mondrian, a quien Felguérez reconoce como uno de los grandes artistas que lo han inspirado, consideró que para lograr un enfoque espiritual en el arte se necesita apoyarse lo menos posible en la realidad, porque la realidad se opone a lo espiritual. Así, Felguérez se aleja de aquello que erróneamente consideramos real y peor aún, común a todos para abstraer su representación, para borrar el obstáculo en que se convierte el mundo objetivable y con energía hacer aparecer un volumen o un trazo urgente y distinto. Manuel Felguérez continúa su trabajo, luego de recibir la Medalla Bellas Artes prepara la exposición que tendrá en la Galería López Quiroga de la Ciudad de México. Felguérez agradecido, sigue sonriendo con sus ahora pequeñísimos ojos azules, mientras aclara que siempre ha sido un simple “hacedor de objetos”.