La vida en cuatro estaciones

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“¿Qué es un año? Un alma seca, cedida a cambio de un guijarro que se instala ufano en su lugar tras las batallas. Un día alargado que desconoce soles, que destila noches y nubes grises…”.  Un viaje por la eternidad, es la lectura que podría sintetizar el libro de Elizabeth Vivero, Transformación. Micropoemas estacionales de un invierno que no acaba. Un trabajo compuesto por pequeñas reflexiones que caminan por las cuatro estaciones del año (primavera desteñida, verano ácido, otoño abismal e invierno pétreo), que bien podrían confundirse con un pesar de amor.

Pero el recorrido de Elizabeth Vivero también puede reflejar el camino de la vida, narrado en un microuniverso de trescientos sesenta y cinco días o cincuenta y dós semanas. “En muchas culturas, sin hacer distingos entre oriente y occidente —escribe en el prólogo la también escritora Ana Corvera— se asocian las cuatro estaciones del año a las etapas vitales del ser humano”, y justamente a eso es a lo que juega la poeta: a encontrar en una vuelta de sol, la niña de antaño, y la anciana que no resucita en el invierno que “nunca acaba”.

“¿Qué es un año? Un transformarse en cincuenta y dos semanas extendidas doble o triplemente sobre la piel del tiempo”. Y el tiempo es otro personaje recurrente en el poemario.

Justo como lo explica Octavio Paz en su poema “El mismo tiempo”, es así el aire que Vivero representa en su lírica. El Nobel poeta escribe: “Yo no escribo para matar al tiempo/ ni para revivirlo/ escribo para que me viva y reviva… /Dentro del tiempo hay otro tiempo/ quieto”.

Vivero escribe: “En el tiempo soy, lo de otros… laguna”; “He confundido años y distancia. Mezcla de pasado para borrar la memoria. He combinado los recuerdos. Desteñidos en la evocación continua, confusa. He revivido…”.

Las cuatro estaciones que comprenden el libro son una crónica de una vida, quizá su vida. En el poema de Paz, el tiempo es el que transcurre entre los pasos del agua, los enamorados que se dicen algo y alguien que silba, la plática de un viejo con nadie y los silencios y sonidos de la soledad en la madrugada de la Ciudad de México. En Vivero, el tiempo es aquel invierno que pasa al lado de una niña encerrada en un armario, que está allí para no ser vista: son momentos de una eternidad invernal, donde los ecos externos y la vida exterior se vive en los pesares de un sentimiento íntimo.

“Elizabeth Vivero nos obliga a mirar hacia el espejo, buscando el momento preciso de todas nuestras muertes. Los poemas escritos en prosa, aunque se inscriben en la tradición del símil de la vida con las estaciones, busca demostrar una verdad más compleja. Nos enseña que el tiempo no se comprende observando de frente la carátula de un reloj, sino mediante las llamas feroces de un incendio”, resalta Ana Corvera.  

Elizabeth Vivero es doctora en letras por la Universidad de Guadalajara y se desempeña como profesora en la misma Casa de Estudio, también coordina el Centro de Estudios de Género, en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCHS). Como escritora ha publicado los libros El combate de la reina, El suelo tan otro, Muertos sin saberlo y El derrumbe del mundo, entre otros.

En Transformación. Micropoemas estacionales de un invierno que no acaba, su más reciente trabajo, navega en la figura del yo-mujer y guía al lector a mirarse en un espejo para encontrar abismos de cambios y mutaciones, para así conocer y re-conocerse en rostros distintos que se muestran en el mismo reflejo: “Lo que fui no soy. No he sido nunca”.

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