Sí, es verdad que la Guadalajara actual ya no es la de antaño. La que se presumía que contaba con unas temperaturas constantes entre 18 y 22 grados. Una temporada de lluvia abundante pero regular; calles ordenadas y un tráfico limitado. Pero, argumentar que cuando cae algo de agua las calles se conviertan literalmente en ríos por unas “lluvias extraordinarias”, me parece una justificación sobada, además de falsa.
Y de todas formas, ¿las llamadas lluvias extraordinarias a qué son debidas? Por donde le veamos, la culpa es nuestra.
El agua busca su cauce, dicho también sobado, pero en este caso no falso, y la continua especulación inmobiliaria, que propicia la salvaje urbanización, edificaciones por todos lados, complejos de departamentos que salen como hongos, calles recién pavimentadas pero mal planeadas, ni hablemos del drenaje saturado; todo en suma, provoca estas inundaciones, y todo, inevitablemente, es responsabilidad del ser humano. Que esté o no en el gobierno.
Lograremos tomar las “medidas extraordinarias” —y ni tanto—, que se necesitan, ¿o esperaremos a ahogarnos en nuestra misma ignorancia y rapacidad?