Aurelia y Pedro gana Ariel

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La producción Aurelia y Pedro, dirigida por Omar Robles y José Permar —egresados del Departamento de Imagen y Sonido (DIS), de la Universidad de Guadalajara— ganaron el Premio el Ariel al mejor cortometraje documental, un trabajo que muestra la vida diaria de una madre soltera y su hijo en la comunidad wixárika de San Miguel Huaixtita, en Mezquitic, Jalisco.

La historia, que transcurre al pie de una barranca y frente a poderosos paisajes, “trasciende barreras culturales y de lenguaje, de la geografía en donde se vive. Al final lo que queda en el espectador es una reflexión sobre cómo esta relación de madre-hijo es tan esencial en ellos y que va más allá de donde se vive”, dice Omar Robles.

Para José Permar la película hace una conexión especial con el público mexicano, que puede identificarse con la historia sin importar la cultura a la que pertenezca y que funciona también como un reflejo de que existen “otros Méxicos”.

Permar y Robles fueron los coguionistas y directores del cortometraje, filmado en la sierra wixárika mientras cursaban el tercer semestre de la licenciatura. La idea de realizar este proyecto surgió a partir de un programa del DIS, llamado “Territorios interiores”, que consiste en que los alumnos salgan de su “zona de confort” y visiten lugares alejados de la ciudad.

Ahí se encontraron con Aurelia y Pedro, quienes viven a unos cuarenta minutos a pie de la comunidad, y a quienes se acercaron mediante un traductor y mucha paciencia. La cercanía con la pareja de madre e hijo fue tal que la comunicación se redujo a “señas o miradas”, cuentan los directores.

“Fue un poco como terminamos haciendo la película. No buscar entrevistarlos y preguntarles qué pensaban de esto o lo otro, sino estar ahí observando, y reflejarlo. Tratar de ser los más transparentes posibles, sólo con verlos y no intentar hacerlo por la vía oral”, explica Permar.

Los jóvenes confiesan que llegaron a la pequeña comunidad “con la idea preconcebida” de retratar las dificultades a las que se enfrentan cada día los pueblos indígenas. En ese camino encontraron no sólo belleza, sino una fortaleza en los habitantes de la comunidad hasta entonces desconocida para ellos.

“Encontramos algo que va más allá. Vimos las virtudes y el orgullo que puede tener ese pueblo, la belleza que hay en ese lugar, y como, a pesar de la miseria que pueda pensarse en una primera instancia, hay muchas cosas bonitas por las que hay que luchar en ese pueblo”, dice Permar.

Obtener el Ariel, el premio más importante en México otorgado por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, no resultó sólo una experiencia gratificante para los directores, sino una ocasión para reflexionar la responsabilidad que tienen los cineastas fuera de la capital para mostrar la realidad de este país desde otras perspectivas.

“Fue un mensaje hacia la industria y a la Academia de que el cine no sólo se hace en la Ciudad de México, que esta idea de que la industria está centralizada está cambiando”, concluyó Robles.

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