Misericordia o un ciclo perpetuo

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En México la gente habla con los muertos. A veces, los difuntos hablan entre sí y los vivos se detienen a escucharlos. Lo hacen con miedo, con sosiego, fragilidad y templanza. Los muertos tienen mucho por decir y quizá más por hacer. Se quedaron en un limbo del tiempo. Repiten ciclos. Hay muertos que, según explica Juan Rulfo en su célebre novela Pedro Páramo, regresan a padecer frío porque allá —en el lugar donde deben habitar si es que un ánima habita— hace un calor que quema, que está “sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno”.

Algo así es la obra Misericordia. La puesta teatral dirigida por Armando Amezcua se desarrolla en un lugar —una mansión—, hay una madre, una hija, una caja rosa, hay hilo que teje una enorme manta que nunca termina —como Penélope a la espera de Ulises—, una cruz de acero —grande—, diálogos de existencia… Las dos mujeres conviven.

Cuando el acto inicia la niña pone sobre la cruz una rama de nardo. Enciende una vara de vela y la acomoda en el otro lado de la cruz…

La hija juega hasta perder la razón. Mira por entre la ventana de los ojos de los asistentes y observa un cortejo fúnebre, lo describe como un acto uniforme, sonríe como si no supiera qué es morir. Como si presenciara una fiesta, como si eligiera los colores, se burla de las gentes. Recuerda a su padre.

La madre teje como si se tratase de una oración perpetua. Jala los hilos —como si se trataran de los de su destino—, responde en monosílabos, huye sin alejarse de la hija, quien se echa sobre la manta que teje la madre y dibuja un gato que se embarra entre sus piernas: “Juntas tendrán que descifrar una especie de enigma sobre diversos acontecimientos que las mantienen en un juego viciado y enfermizo”, reza la invitación de la obra.

Cuando el acto termina la niña pone sobre la cruz una rama de nardo. Enciende una vara de vela y la acomoda en el otro lado de la cruz… la madre teje una manta. La niña mira por la ventana.

El ambiente parece el Comala de Rulfo: es una moneda al aire del destino como los no vivos que viven en el poblado de Pedro Páramo, allá donde “La muerte no se reparte como si fuera un bien. Donde nadie anda en busca de sus tristezas”.

Este sábado 23 y domingo 24 serán las últimas dos funciones de la obra Misericordia, a las 20:00 y a las 18:00 horas respectivamente, una función por día.

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