Una tragedia que se puede repetir

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Fue demoledor. Un estruendo parecido a como si se rompiera la tierra fue lo que alertó a los habitantes de la cabecera municipal de San Gabriel. La tarde del domingo 2 junio, en esta localidad de la región Sur de Jalisco no cayó ni una gota de lluvia; sin embargo, el Río Salsipuedes —que cruza el pueblo— se convirtió en una avalancha de piedras, lodo y troncos, que en al menos tres cuadras a la redonda dejó afectaciones en casas y negocios y, hasta el pasado viernes 7 de junio, cinco pérdidas humanas, una persona desaparecida y 3 mil damnificados.

Miguel Ángel, poblador de San Gabriel, no se la pensó dos veces: cuando desde fuera vio que la avalancha había entrado en su casa, se armó de valor para rescatar a su mamá, quien es mayor. “No me dejaban que me metiera, porque ya estaba muy inundado. Pero me tuve que meter, la puerta ya no estaba, el agua me llegaba hasta el pecho y yo buscaba a mi mamá. Lo bueno es que estaba encerrada en un cuarto y la saqué en brazos, como pudimos salimos vivos”, recuerda.

Doña Silvia no sólo escuchó el impactante ruido, sino que vio cómo una gran mancha negra salió del curso del río para derramarse en las calles. Su casa se encuentra justo enfrente de la plazuela La Playita, a un costado del recodo del río. Ese momento lo revive mediante un video que tiene en el celular, donde se ve cómo la gente comenzó a huir de aquella mancha voraz. “Me alcancé a subir a una camioneta, que nos llevó lejos de la arroyada”, explica.

Y aunque el hogar de doña Silvia no tuvo mayores afectaciones, la casa de su hija Rubí no corrió con la misma suerte; la joven asegura que lo que la salvó de morir fue haber ido a la iglesia.

“Estaba en casa y tenía que ir a la misa de un tío que había fallecido, dije ‘No voy a ir, me voy a quedar a dormir’, pero me remordió la conciencia y le dije a mi niña: ‘Ponte los zapatos y vamos al menos a la bendición’. A los 10 minutos que salimos, vimos a la gente que corría porque se había salido el río. Luego me enteré que mi casa se había caído, el agua entró por mi cuarto y se llevó todo: la sala, estufa, un carrito con el que vendía churros rellenos. No lo podía creer”.

La casa de Rubí es una de las más afectadas, ya no tiene paredes y los elementos de Protección Civil evitan que cualquier persona ingrese. Pese a esta tragedia que le arrebató seis años de esfuerzo, dice, se siente afortunada de que tiene a su familia con ella. “Pienso en qué hubiera pasado si me hubiera quedado a dormir… Pienso en mi niña, ella tiene sólo seis años. Hay gente que sí perdió a su familia, ellos necesitan mucha ayuda”.

 

¿Por qué ocurrió?
Ricardo García de Alba, profesor investigador del Centro Universitario del Sur (CUSur), experto en geomorfología, explica que el desbordamiento del río es multifactorial: por una parte está la pendiente pronunciada, ya que el agua de lluvia bajó desde una altura de 2 mil 800 metros sobre el nivel del mar hasta San Gabriel, que está a mil 300 metros.

A esto se le suma que la cuenca tiene una forma triangular, es decir, que va de lo ancho a lo estrecho, como si fuera un embudo, y, además, el hecho de que se ha perdido “follaje que permite atenuar la energía cinética de la gota de lluvia, ya que ramas y tronco la amortiguan. Si se deforesta, entonces la lluvia cae con toda su fuerza, lo que significa que el agua arrastra de manera horizontal todos los materiales que están en el terreno”, explica.

Para medir el caudal que corrió en el Río Salsipuedes la tarde del domingo 2 de junio, el ingeniero forestal Juan Valencia García, también del CUSur, calculó el coeficiente de escurrimiento de la cuenca mediante un modelo matemático avalado por la Comisión Nacional del Agua (Conagua).

Tras conocer que la cantidad de agua de lluvia que cayó fue de 37 milímetros (solamente en tierras altas), descubrió que el escurrimiento en la cuenca, antes de los incendios, era de 6 por ciento y, después de éstos, de 19 por ciento.

Con dichas cifras, Valencia García utilizó un simulador de flujos de agua del Inegi y al correrlo pudo constatar que “antes del incendio el caudal era de 18.71 metros cúbicos por segundo; después del incendio, el caudal aumentó a 72.58 metros cúbicos por segundo”, es decir, 72 mil 580 litros de agua corrieron cada segundo.

Estos datos dan cuenta de la fuerza con la que el agua arrastró troncos, automóviles y destruyó casas, aunque también hubo otro factor que empeoró la situación: “El cauce, en San Gabriel, tiene azolve producto de eventos naturales o artificiales (escombro o basura); además, en muchas partes, el cauce fue reducido por ganarle terreno al río. Con la cantidad de agua que trae el río se provocan taponamientos que generan represas, que luego son rotas por la presión”, indica García de Alba.

Señala que la autoridad sí tiene la capacidad de identificar las zonas peligrosas mediante sistemas de información geográfica; por ello, deben de administrar mejor los territorios de los ríos, que son asumidos como espacios federales. “Las instancias que tendrían que supervisar son Conafor, Semarnat, Profepa y las oficinas de ecología de los municipios. A veces no conocemos lo que administramos, y lo ocurrido es el resultado de la pésima coordinación de nuestro medio ambiente”, declara.

Entre las acciones inmediatas para evitar estos desprendimientos de suelos en zonas deforestadas, Valencia García propone la remoción de represas en ríos, limpiar y “estabilizar taludes con pendiente donde puede haber deslizamiento de piedra y roca”.

Indica que antes de pensar en reforestación debe removerse toda la vegetación muerta, para después evaluar estrategias de recuperación de suelos, aunque la regeneración se puede dar de manera natural.

 

El peligro del cambio de uso de suelo
El fango negro que llegó a San Gabriel permite inferir que tuvo que ver con los incendios ocurridos hace unas semanas, mismos que, señalaron los lugareños, son causados para dejar el terreno libre a la siembra de aguacate.

Al recorrer la carretera que conecta a Sayula con San Gabriel se pueden ver dichos campos en las tierras altas. Al respecto, el director de la División de Estudios de Desarrollo Regional del Centro Universitario de la Costa Sur (CUCSur), Enrique Jardel Peláez, manifiesta que esos cultivos han dejado estragos en la zona, pues también han reducido la biodiversidad: “El terreno lo limpian (los productores) de la vegetación que compite con esos árboles, entonces el suelo se mantiene expuesto y los terrenos son susceptibles a erosionarse”.

Dicha proliferación de cultivos fue confirmada por el titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Territorial (Semadet), Sergio Graf Montero, quien reconoció que el cambio de uso de suelo, la tala de árboles e incendios provocados fueron algunas razones que originaron la avalancha en San Gabriel.

Dice que, según un estudio realizado por la administración pasada, 30 por ciento de los plantíos de aguacate en zonas cercanas al Nevado de Colima están en terrenos donde ha habido cambio de uso de suelo de manera ilegal. Graf Montero refiere que se realizará una revisión con productores para validar los permisos correspondientes; esto con apoyo de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader).

El académico Jardel Peláez explica que, por varios motivos, tan sólo en la cuenca media del Río Ayuquila-Armería —que corresponde también a la zona por donde corre el Río Salsipuedes—, entre 1972 y 2014 se perdieron de entre 35 mil y 40 mil hectáreas de bosque.

De acuerdo con el sistema de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), donde se identifican los puntos de calor, los incendios de la zona norte del conjunto volcánico ocurridos hace unas semanas dejaron 15 mil hectáreas afectadas en San Gabriel y Ciudad Guzmán. Este daño, si bien tuvo un peso en el siniestro, sólo fue la gota que derramó el vaso, asegura Jardel Peláez.

“San Gabriel tiene una historia de deforestación. Son muchos años en los que la cobertura forestal se ha ido reduciendo, hay áreas desmontadas donde no hay vegetación boscosa que aminore el escurrimiento del agua”, resalta.

 

Puede ocurrir de nuevo y en otras latitudes de Jalisco también
A días de lo ocurrido, uno de los fantasmas que atormentan a los pobladores de San Gabriel es el de la posibilidad de que la tragedia ocurra de nuevo. “Mi hijo pequeño me dice: ‘Mamá, tengo miedo, ya no quiero vivir aquí, qué ocurrirá si pasa en la noche’”, cuenta doña Silvia, quien con la intención de tranquilizar a su niño le dice que eso no volverá a suceder; sin embargo, ella sabe que esa situación es posible.

Valencia García menciona que sí puede pasar otra vez, sólo si no se realizan medidas preventivas. Este ingeniero forestal detalla que comunidades cercanas como Atequizayán y El Fresnito, corren riesgo. Mientras que el académico García de Alba señala que Tuxpan, Atenquique, Los Guayabos o Chuluapan, en Ciudad Guzmán, también. Por su parte, Jardel Peláez pone en la mira a poblaciones de los diez municipios por donde corre el Río Ayuquila.

El jefe del Departamento de Geografía y Ordenamiento Territorial, del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH), Carlos Suárez Plascencia, explica que “todas las áreas boscosas que fueron quemadas son susceptibles a presentar ese tipo de fenómenos si se dan lluvias de fuerte intensidad, si hay poca cobertura vegetal y altas pendientes”.

Hace unos días, comparte, en el Bosque de La Primavera, del lado de Tlajomulco, hubo un flujo de lodo, aunque no fue tan grande. Otros lugares donde ha ocurrido es en San Juan Cosalá y Tizapán, a la orilla del Lago de  Chapala. “Es un problema que sucede cada año donde hay una zona de montaña y cambio de uso de suelo o incendios recientes. Lo mismo pasó en San Lucas Evangelista, Tlajomulco, en las faldas del Cerro Viejo”.

Los casos se repiten en Puerto Vallarta, donde “la montaña ha sido alterada para fines urbanos, eso puede provocar deslizamientos como en la zona de Conchas Chinas y Mismaloya, donde se ha presentado caída de roca a la orilla del mar”.

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