La red y la antifragilidad

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IVABELLE ARROYO

Pensemos en un vaso y en las muchas posibilidades de que se rompa si lo golpeamos. Es frágil. Ahora pensemos en una mesa de madera y en las muchas posibilidades de que permanezca igual si hacemos lo mismo. Es robusta. Por último, pensemos en un objeto cuyas propiedades le permitan embellecerse, crecer o fortalecerse si es golpeado con furia. Es antifrágil.

Algo así imaginó y describió con mucho mayor tino el matemático multifacético Nassim Nicholas Taleb en su libro Antifrágil, publicado en 2013. En ese texto, Taleb propone un disruptivo esquema de análisis que permita describir las propiedades de la materia, de los sistemas, de las organizaciones y hasta de las ideas con un nuevo elemento en mente: la antifragilidad.

Un mito, explica Taleb, crece con los ataques. Eso todos lo pueden entender: es la historia de la humanidad. Un sistema económico y de innovación tecnológica como Silicon Valley se fortalece con los fracasos de los programadores. No se trata de adaptación ni de resiliencia. Se trata de una reacción positiva al ataque o a los errores.

Hay muchos ejemplos, pero pocos diseños humanos que conscientemente busquen esa propiedad. En general se busca el blindaje: un estado centralizado fuerte, una organización empresarial con una sola dirección, un sistema de seguridad controlado para evitar la corrupción.

Todas esas son malas ideas y siempre resultan mal. Una organización centralizada es frágil, cuando sufre un golpe cae por completo. Un esquema descentralizado o una red es completamente antifrágil: sus errores en una zona jalan al resto.

No he dejado de pensar en eso al reflexionar sobre el modelo que adoptó la Universidad de Guadalajara hace 25 años. Un modelo que permite innovar por separado, equivocarse sin infectar al sistema completo y convertir los errores de CULagos en fortalezas del CUCEA.

Naturalmente estoy ejemplificando; no estoy hablando de verdad de errores de CULagos, ese centro maravilloso al que le tengo todo cariño. Pero admitámoslo: todos los que conocen la Universidad sabrán de problemas políticos, estudiantiles o de infraestructura cometidos en cada una de sus áreas. Son problemas que, en una universidad sin red, destruirían el sistema completo o pondrían en riesgo la viabilidad de los proyectos generales. Pero en la Universidad de Guadalajara no. La independiencia gozada por cada uno de los sistemas, sumada a la interrelación que sí hay con la matriz completa, permite evitar la propagación de incendios mientras se aprovecha el calor para otras áreas. Lo pienso principalmente en temas políticos, pero lo imagino para todas las dimensiones de la vida universitaria.

El modelo de la UdeG no sólo ha llevado la educación universitaria y por ende, el desarrollo, a todo el estado (y ahora con el sistema virtual, allende fronteras), sino que ha generado un sistema virtuoso de crecimiento antifrágil que bien podría ser un modelo replicable en sistemas de gobierno que hoy buscan a ciegas la descentralización.

Aquí hay 25 años de experiencia exitosa y en un momento en el que la caja de herramientas del federalismo vuelve a tener relevancia, un modelo antifrágil como este puede ser una guía de acción.

*Ivabelle Arroyo es politóloga y periodista.

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