El destino fugaz en Antonio Rivero Taravillo

Una lectura lleva a otra, un escritor a su traductor; así, en tiempos de la peste, es como llega el autor de este texto a Antonio Rivero, en que nos ofrece un análisis de sus libros "Lo que importa" (2015) y "El bosque sin regreso" (2016)

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La experiencia de la pandemia, cuyas últimas implicaciones aún se nos ocultan, ha reactivado de golpe los recuerdos y conocimientos que tenemos de Albert Camus y del Diario del año de la peste de Daniel Defoe. Hace unas horas, tras leer una selección de poemas de John Donne, a la luz inevitable de la peste y del espanto de morir, me vi celebrando no en Donne, sino en los poemas de su traductor español, Antonio Rivero Taravillo, el exacto reverso: la frágil pero alegre belleza de la vida común.

André Gide escribió: “El más pequeño instante de vida es más fuerte que la muerte, y la niega”.

Dos de los libros más recientes de Rivero Taravillo son Lo que importa (2015) y El bosque sin regreso (2016). En razón de su contigüidad en el tiempo y, sobre todo, por sus afinidades temáticas, ambos pueden leerse como paneles de un mismo díptico. Conviene decir que Rivero Taravillo, nacido en 1963, es autor de toda una biblioteca por sí solo. Traductor, biógrafo, cronista de viajes, narrador y, antes que ninguna otra cosa, poeta, ha publicado treinta libros propios y traducido al menos cuarenta títulos del inglés, el gaélico irlandés y el gaélico escocés.

El bosque sin regreso comienza con una dedicatoria “para Gretta” y está consagrado a la memoria de Michael Furey. En la página final del volumen, el autor explica que Gretta y Furey son, respectivamente, la protagonista de “Los muertos” de Joyce y el joven de quien Gretta estuvo enamorada en su juventud y cuyo recuerdo la estremece de repente, amenazándola, en la noche de Año Viejo que se relata en ese cuento, el último de Dublineses.

Organizado en dos partes opuestas y un epílogo que las reconcilia, El bosque sin regreso es un libro de poemas que pueden leerse por separado, cada uno independientemente del resto, y también es una suerte de relato, la memoria de un amor en su “antes” y “después”: el deseo de la unión y la desdicha de la separación. Importa recordar que Rivero Taravillo es traductor, y no cualquier traductor, sino acaso el mejor que hoy en día exista del inglés a nuestro idioma. La poesía completa de Yeats, los poemas de Shakespeare y Donne, Tennyson y Keats, Hopkins y Poe, Whitman y Pound, Graves y James Merrill, existen por mérito suyo en español. Pues bien: Rivero Taravillo, en ciertos poemas cruciales de Lo que importa y El bosque sin regreso, se presenta, se ve a sí mismo como traductor: traductor de libros, como efectivamente lo es, y también traductor de objetos, de realidades y personas. La relación amorosa y el oficio del traductor coinciden, así, en un mismo sistema de aproximaciones.

En el triángulo formado por el poeta, el enamorado y el traductor bien puede tomar forma una personalidad.

Lo que importa está organizado también en tres partes. De las tres, la intermedia es obra de un poeta imaginario llamado Humberto Fabbro. El apellido de Fabbro y el título de la sección, “El mejor Fabbro”, juegan con el epíteto que Dante asignó al trovador Arnaut Daniel, il miglior fabbro, retomado siglos más tarde por T. S. Eliot para referirse a Ezra Pound. Se diría que Rivero Taravillo, al inventar a Fabbro, se inventa un interlocutor y hasta un maestro. Ello se ve ratificado cuando, al recrear el tema del desdoblamiento de la identidad, Rivero Taravillo prefiere hablar no del doble sino del otro. La elección le permite analizar la identidad personal en términos que no son los de una mera duplicación.

En el volumen abundan pequeños prodigios de atención y detenimiento: el hilo de luz que pasa por la mirilla de una puerta; la vía del tren comparada con el cierre de un vestido y el ferrocarril que, al avanzar, abre la cremallera y desnuda los campos como si fueran cuerpos; un montoncito de ciruelas descritas como “los redondos minutos / de la hora del árbol”; el encuentro en la calle, no se sabe si por azar o predestinación, de dos perros, un pastor alemán y un caniche, acaso enemistados por la presumible animadversión que se profesan sus dueños; el recuerdo de un antiguo teléfono de disco y de las llamadas que le hacía un joven muy tímido e inexperto a una muchacha, décadas atrás. Esta declaración de principios también procede de Lo que importa: “la belleza corrige / la realidad”. Cuando, por ejemplo, Rivero Taravillo se refiere al teléfono celular en un poema (empleando, por lo demás, un título de Vicente Aleixandre: “Historia del corazón”), el aparato es el centro palpitante de un pecho desconsolado. De forma parecida, en El bosque sin regreso, el último poema del segundo apartado se refiere al descenso de Orfeo a los infiernos, pero la escena tiene lugar en una estación del metro.

Un texto de Lo que importa contiene, resumido, el tema secreto del poemario: la pelea desigual entre la belleza y la fealdad.

En esa lucha parece ganar siempre la fealdad, si bien existen heroicas excepciones. Dirá también Rivero Taravillo, en una estrofa casi japonesa: “cualquier destino / está tan sólo a un pie / de tus talones”. Para llegar a ese destino hay que moverse, aunque no sea sino un milímetro, porque tal vez el destino es una belleza fugaz y ocasional que nos está esperando.

 

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