La realidad se impuso a la ficción de una manera contundente: los teatros y centros culturales con capacidad de programar artes escénicas se cerraban debido a la pandemia. La respuesta tardó en llegar, tal vez debido a que esperábamos, no sin cierto optimismo ingenuo, que el fenómeno durara un par de meses, y luego podríamos volver a estar juntos en un teatro; tal vez porque teníamos confianza en lo que habíamos construido colectivamente alrededor de las economías e infraestructura teatral.
Ninguna de las dos posibilidades era consistente. La pandemia había llegado para quedarse un buen rato, y las medidas de la administración pública estatal eran apenas palos de ciego en una cristalería, mientras que la superestructura, la estructura y la infraestructura del movimiento teatral de Jalisco no alcanzaba para responder a una serie de necesidades planteadas por creadores, promotores, personal técnico y administrativo, y al, de por sí, escaso público generado en estos últimos años.
El sector teatral —público y privado—, ha respondido con la implementación de salas digitales y la distribución de contenidos anteriores a la pandemia, o realizados con un formato digital preestablecido para estas plataformas, además de lecturas, montajes en streaming, conversatorios (entre otros espacios de reflexión, opinión o pensamiento), y con trabajos de presencialidad a distancia, como espectáculos desde azoteas o en espacios abiertos, con regular aceptación de parte de los públicos tradicionales y de los generados por este periodo especial. De manera análoga surge un dilema y un debate: ¿El teatro por vía digital es teatro o no?
La realidad: una buena parte de la población en México no cuenta con conexión a internet, o es muy escasa, o mala, o cara… y el acceso a los dispositivos no es fácil, por lo que también en este contexto el teatro se vuelve de alguna manera excluyente.
El gobierno del estado respondió con un exiguo apoyo económico de veintitrés millones de pesos al sector artístico y cultural de la entidad, esto, para tratar de paliar las pérdidas producidas en los primeros meses del año, pero por otro lado preparó recortes al mismo sector que se hicieron realidad en el ejercicio proyectado del presupuesto estatal para 2021.
De nuevo la realidad: teatros y centros culturales independientes, que es donde se ha gestado buena parte del movimiento teatral de Jalisco, corren el riesgo de desaparecer o dejar de resistir.
Este telón de fondo sirve para tener un panorama del derrotero que ha tomado el teatro en un año complicado, de intermitencia y parálisis, pero con muchas ganas y esfuerzos por darle continuidad a una manifestación artística acostumbrada a resistir guerras, epidemias, censura, crisis económicas, dictaduras, y más.
La serie interminable de conversatorios, seminarios, webinars, diplomados, charlas, comentarios, opiniones, etc., más allá de los debates y la polémica, han dado pie a repensar sobre la naturaleza del fenómeno teatral, sus características y posibles vías de desarrollo post pandemia, poniendo en crisis los conceptos que le dan sentido: el tiempo y el espacio. Es decir: ¿El teatro debe estar en un teatro para ser teatro? ¿La sincronicidad es exclusiva de las artes presenciales? ¿La virtualidad puede ser un espacio «real»? ¿Lo «real» es una categoría indispensable, contingente, o utilitaria? ¿La ficción es lo «real» procesado, o lo «real» imaginado? Etc. Y consigno aquí sólo los debates más comunes, amén de que los especialistas profundicen en ellos… o los descarten por obvios.
El otro telón de fondo es la pandemia, con las necesidades que se desprenden de un sistema de salud precario, desarticulado; un entorno económico en crisis; una sociedad fragmentada, entre muchos otros temas que se deben atender prioritariamente, el trabajo de la administración pública en el estado, el país, el mundo; ha sido mantener un equilibrio entre lo urgente y lo necesario.
El panorama que tienen el teatro y sus agentes es complicado, no sólo para afrontar lo que resta de la pandemia, sino, además, reflexionar y pensar de manera acuciosa todos y cada uno de los objetos, ideas, elementos y factores que constituyen el fenómeno escénico: en lo social, lo estético, lo económico, lo laboral y, sobre todo, lo Cultural (así, con mayúsculas) como campo de posibilidades de articulación con otros fenómenos artísticos y culturales.
Lo que más asusta del futuro es que el teatro, las prácticas artísticas, la cultura, sigan pensándose, articulándose y reproduciéndose de la misma manera que en la pre-pandemia: con una especie de precariedad funcional, al margen de los proyectos políticos y sociales que asegurarían la continuidad de un país que tiene muchos pendientes en la agenda, los cuales tienen sus propias necesidades, urgencias, tiempos, y cuyas soluciones muchas veces dependen de observarlos y resolverlos de manera integral, sistémica, porque la cultura, las prácticas artísticas, el teatro, requieren de algo más que un espacio de exhibición y públicos, sino de seres humanos en ejercicio pleno de sus derechos.